Rumores, secuestro de la verdad

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Para que un rumor se propague con efectividad, deben cumplirse cuando menos tres condiciones. Que el hecho que se transmite sea impactante y verosímil, que el contexto social sea propicio y que exista un medio eficaz para su multiplicación. En el caso de la desaparición de estudiantes que tanto se ha comentado en los días recientes, convergen estos elementos: banda de delincuentes extirpadora de órganos; inseguridad pública y descrédito de instituciones policiacas; y apogeo de redes sociales.

El fenómeno estalló a raíz de la desaparición en Tuxtla de un estudiante del Colegio de Bachilleres 35 y su posterior asesinato. A partir de ese momento empezaron a correr versiones sobre las causas del crimen y entre ellas se filtró el de la presencia de un grupo de secuestradores que raptaba personas para asesinarlas y después extraerle sus órganos. La suposición empezó a replicarse masivamente vía facebook y fue reforzada por la noticia de un nuevo estudiante cobachense extraviado. La difusión de mensajes de alerta con imágenes de cuerpos abiertos de jóvenes en clara alusión al tráfico de órganos, reafirmó el perverso circuito del rumor.

Ante la falta de información contrastante que interrumpiera la onda expansiva de la hipótesis no confirmada, el caso devino en sicosis colectiva y alteró la vida cotidiana de la gente; el miedo aprisionó a muchas familias a tal grado de tomar fuertes medidas restrictivas para impedir que sus hijos salieran a la calle. Hasta que hubo mensajes oficiales sistemáticos a través de diferentes medios de comunicación, la incertidumbre amainó. La Procuraduría informó que había atrapado al presunto homicida del alumno cobachense y que el móvil derivaba de un caso de pandillerismo; también se difundió un spot donde se desmentía la posibilidad de que en nuestro territorio estuviera actuando una banda de extirpadores de órganos; y la aparición con vida del estudiante extraviado, abonó a la recuperación de la calma.

¿Pero, qué provocó que el rumor encontrara un ambiente propicio para trascender los límites del raciocinio? En primer lugar puede mencionarse la percepción –configurada por los medios de comunicación— de que vivimos en un país violento, en permanente riesgo y vulnerable a las acciones de la delincuencia organizada o común; en segundo término la falta de credibilidad hacia las autoridades policiacas que no siempre son eficaces en su tarea de perseguir los delitos e impartir justicia; otro factor determinante fue el referente de rumores similares que nunca se han esclarecido plenamente pero que se acumulan en la memoria con su carga de verosimilitud; y por último, el triunfo de la ignorancia y el miedo sobre la capacidad de razonamiento, pues sólo basta con reflexionar un poco sobre cómo funcionaría el tráfico de órganos –crimen selectivo, no serial e infraestructura médica especializada y logística de traslado—para descartarlo como primera causa del delito.

Sin embargo, más allá de las circunstancias y los factores que provocaron la sicosis, queda la pregunta de que si el rumor fue fortuito o hubo un interés premeditado para propagarlo. El fenómeno se pudo haber generado por la interacción desinformada e irresponsable en las redes sociales, o bien pudo haber detrás la intención de grupo o persona de crear incertidumbre e inestabilidad para afectar la imagen del gobierno. Y otra posibilidad es que, desde el mismo poder, se haya usado ese recurso para distraer la atención de la sociedad sobre determinados asuntos o para romper percepciones negativas que lo estén afectando sobremanera.

En cualquiera de los tres supuestos, el rumor es síntoma de una sociedad vulnerable y una práctica perniciosa. Bajo cualquier circunstancia, hay que cerrarle el paso.

 

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