Reelección, derrota ciudadana
La reforma político-electoral fue declarada constitucional luego de que la mayoría de Congresos locales le diera su visto bueno. Sin embargo, las modificaciones que tanto alaban los diputados del PRI y del PAN no tienen la dimensión que la sociedad exige. Se impuso de nuevo la fórmula del “gatopardismo”, la del todo cambia para seguir igual.
En comparación con lo que se cedió en materia laboral, fiscal y energética, se recibió muy poco a cambio en lo político. Frente al desprestigio de los partidos y la clase política, los ciudadanos exigían el fortalecimiento de las candidaturas independientes; pero los legisladores reviraron con la reelección inmediata de diputados, senadores y alcaldes, un asunto que responde más a las necesidades de sobrevivencia de los partidos y de los grupos de poder asociados, que a las exigencias democráticas de un sistema en decadencia. Lo que vendrá en unos pocos años, ya lo podemos intuir: la propuesta de reelección del presidente de la República y de los gobernadores. Y así se derrumbará otro “mito”, como los herederos del régimen de la Revolución llaman ahora a lo que antes defendían como conquistas y valores históricos de los mexicanos.
El anzuelo de la reelección como premio al buen desempeño legislativo o ejecutivo, es sólo el parapeto para legitimar su pretensión de permanencia en el poder. La fórmula no traerá beneficios democráticos porque los comicios siguen siendo susceptibles de ser manipulados con la compra del voto, con el proselitismo adelantado; la equidad en la contienda no existe, no hay fiscalización auténtica de los orígenes de los recursos de campaña; las leyes electorales no se respetan y las sanciones no se aplican a cabalidad contra quienes las violan.
Bajo estas circunstancias, quienes llevan la ventaja son aquellos que tienen más dinero o su red de relaciones políticas es más amplia para inclinar la balanza a su favor. Es la capacidad de inducir la votación –con recursos legales e ilegales—y no la buena gestión, lo que realmente determinará la permanencia en el poder. Mientras no haya un voto libre e informado, mientras siga existiendo el clientelismo y la coacción electoral, no puede hablarse de reelección legítima.
Si persisten esos enraizados vicios e irregularidades, lo que se propiciaría es el fortalecimiento de cacicazgos o la aparición de otros, sobre todo en los municipios rurales, donde la cultura política es precaria y donde los votantes son más susceptibles a la manipulación y a la cooptación.
En un contexto donde el ejercicio de la política y sus beneficios les ha sido arrebatado a los ciudadanos por las camarillas y sus socios del poder económico, la reelección resulta más perniciosa que pertinente. Incluso puede ser desestabilizadora, pues podría generar conflictos al alterar el ritmo de la movilidad de los militantes que aspiran a un puesto de elección popular.
En síntesis, con la reelección pierde la sociedad y la democracia.
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