Nambaritik
Allá por los setenta y ochenta, los surimbos solíamos acudir, el día primero de cada año, a Nambaritik, un lugar lleno de palmeras de coco y aguas medio azufradas que corrían en pequeños arroyos por todos lados.
Hasta ese lugar, ubicado a cinco kilómetros de Suchiapa, acudían mis paisanos para curar el desvelo y la cruda de la noche anterior. Había banda de música, mariachis, marimbas, cohetes, pelea de gallos y, de vez en vez, pelea de muchachos que terminaban navajeados o baleados. Era lo normal por el “palomeo” a que era sometida la novia.
Los niños se distraían en la alberca o corrían por unos pastos verdes debajo de los cocales.
Ya por la tarde, los visitantes regresaban al pueblo, olvidados de la cruda por una nueva borrachera.
Este primer día del año decidimos con mi familia revivir el recorrido de Suchiapa a Nambaritik que, para mantener la tradición, debe efectuarse en carreta tirada por bueyes.
A diferencia de aquellos años de mi niñez, en que veía un número infinito de carretas que atravesaban presurosas el río, esta vez había solo cinco mancuernas de bueyes que efectuaban el trabajo ingrato de traslado.
Después de varios intentos, por fin alcanzamos espacio en una carreta de bueyes pardos y gordos. Pero estaban tan cansados que, cuando íbamos a la mitad del río, se quedaron inmóviles. Ahí estuvimos unos 15 minutos, hasta que el carretero nos regresó a la orilla.
Otra carreta nos llevó por fin a Nambaritik que, no obstante el paso de los años, conserva su encanto gracias al esfuerzo que realiza la familia Nucamendi, sobre todo don Fernando y su hijo Manlio.
Es un lugar todavía agradable, pero los surimbos ya no peregrinan hasta allá los días primero de enero; para descrudarse prefieren, creo yo, la pantalla de su televisor.
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