Lejos del paraíso
Casa de citas/152
Y no entiendes nada, eres una especie de ignorante,
de estúpido que piensa que la maldad y la violencia
aparecen en momentos determinados, como si fueran
un tesoro…
Gonçalo M. Tavares,
en Canciones mexicanas
Leí al hilo dos novelas de Toni Morrison, Premio Nobel de Literatura 1993, norteamericana y primera mujer negra en recibirlo. Su tema recurrente es, y eso lo han criticado bastante, la negritud, la relación de los negros entre sí y con los blancos. A mí eso no me molesta y la he leído (tres novelas hasta el momento) con mucho agrado.
Rebautizada como La isla de los caballeros (Tar Baby, su título original, es al mismo tiempo Bebé de alquitrán [negro], en despectivo, y Papa caliente), la novela (Plaza & Janés, 2001), resumo, es una revisión general de la familia, particularmente del amor materno, y de la dificultad que tenemos hombres y mujeres para conservar el amor de pareja cuando somos jóvenes, representados por Jadine y Son, negros, y también cuando somos viejos, como Valerian y Margaret, blancos.
La pareja de millonarios blancos tiene una residencia en una isla y esperan para Navidad la visita de su único hijo. No llega ni llegará, aunque varias veces lo ha prometido. La que vive con la esperanza y el dolor de no verlo es la madre. Como consuelo, para no cenar solos, a Valerian, el patrón blanco, se le ocurre que él y Margaret, su mujer, cenen con los criados negros de más confianza.
Las cosas se salen de control y a Ondine, la sirvienta negra, le avientan agua en la cara y ella abofetea a Margaret. Se trenzan en un pleito a golpes y se insultan. En los gritos de Ondine aparece la verdad del alejamiento del hijo (p. 271-272):
“—¡Monstruo blanco! ¡Asesina de niños! ¡Yo te vi! ¡Yo te vi! ¿Crees que no sé qué intentas conseguir con tu mierda de pastel de manzanas?”
Y Margaret:
“—¡Cállate! ¡Cállate! ¡Negra! ¡Perra negra! ¡Cierra tu bocaza o te mataré!”
Y Ondine:
“—Tú le cortaste. Cortaste a tu bebé. Le hacías sangrar para darte gusto. Para divertirte. Le hacías llorar, eres un monstruo. Un endemoniado monstruo blanco. […] Le clavaba alfileres en el culín. Le quemaba con cigarrillos. Sí, eso hizo, yo la vi; yo vi su traserito. ¡Ella le quemó! […] Y ella quiere que venga a casa… para celebrar la Navidad y comer pastel de manzana. Un niñito al que causó tanto daño que ya ni siquiera es capaz de llorar.”
El asunto está dicho. Valerian y Margaret hablan después, ella confiesa (p. 311):
“—Quieres preguntarme por qué. No me lo preguntes. No puedo contestarte. Sólo puedo decir que logré controlarme y no hacerlo más veces que las que no lo conseguí. Y cuando ocurría, yo no lo controlaba. Al principio pensé que era porque lloraba o no quería dormir. Pero a veces lo hacía para hacerle llorar o para despertarle de un sueño.
“—No puedo oír esto, Margaret.
“—Sí puedes. Yo lo he hecho, he vivido con esto. Tú puedes oírlo.”
La mujer fue una belleza en su juventud, él se enamoró de ese cascarón que ahora revela su contenido (p. 313):
“—Pégame –dijo suavemente–. Pégame, Valerian.
“Su dedos temblorosos se volvieron frenéticos ante la idea de tocarla, de establecer contacto físico con aquella piel. Todo su cuerpo se echó atrás, asqueado.
“—No –dijo–. No.
“—Por favor. Por favor.
“—No.
“—Tienes que hacerlo. Por favor, tienes que hacerlo.”
Cuento a mi mujer y a mi hija un resumen de la escena y mi hija se enoja con Margaret. Le digo que es una novela y ella dice que si se le ocurrió a una novelista seguramente se le ocurrió ya antes a una mamá enferma. Tal vez.
Una amiga me envía un video del que han estado hablando en una reunión. Lo veo y me parece repugnante: una madre campesina, de evidente miseria material, física y espiritual, dizque ayuda a hacer la tarea a su hijo. Él no acierta. La mujer lo insulta, lo golpea, lo amenaza. El niño llora. El video termina con una frase espeluznante viniendo de una madre a un hijo: “Cabezota de zule”. Zule es el modo vulgar (más que verga) de llamar al pene en la Frailesca. A muchos, esto les parece divertido (a quien lo grabó y subió, seguro, se oyen sus risas) y eso ya es tocar las áreas de animalidad en el ser humano. Supongo que la historia de Morrison, si la leyeran, les parecería simpática, digna de una película de caricaturas. Pobres.
En Paraíso (Ediciones B, 1998), Toni Morrison cuenta una historia que sucede básicamente en dos lugares: un pueblo llamado Ruby, fundado por esclavos libertos y donde no es permitida la entrada de nadie que no sea negro, de nadie que no sea nacido allí; y muy cercano un convento (que ya no lo es, pues la última religiosa ha muerto) ocupado exclusivamente por mujeres.
La novela empieza cuando hombres armados del pueblo deciden matar a todas las mujeres (cuatro al momento de la matanza; una blanca que es difícil, y no importa, descubrir quién es) que se encuentren en el convento.
Puesto de esta manera, se entiende el título: el mundo negro no quiere tener como habitante a ningún blanco. El convento, sólo habitado por mujeres que han huido de la convivencia masculina, no permite la entrada de hombres, y se convierte en la amenaza (algunos hombres tuvieron amores apasionados con algunas de ellas y allí se reciben a mujeres golpeadas o que buscan dejar la casa de sus padres o practicarse un aborto…), la serpiente que hay que matar. Al pueblo lo gobiernan los hombres; al convento, las mujeres. Y el paraíso no existe en ningún lado, claro.
En el trasfondo de la novela siempre está el asunto de la negritud, el pasado que debe defenderse en el presente (la lucha entre jóvenes y viejos), el enfrentamiento religioso y el hecho de que hombres y mujeres pertenecen a mundos distintos, irreconciliables.
Escrita con saltos temporales hacia el pasado, con una visión onírica (Morrison dijo en alguna entrevista que antes de escribir Paraíso leyó Cien años de soledad; hay una mujer en el pueblo, incluso, que lleva la genealogía de todos los habitantes), nada revela conocer el final, que es éste (p. 349): “En la quietud del océano, canta una mujer negra como un tizón. A su lado hay una mujer más joven cuya cabeza descansa sobre el regazo de la que canta.
“[…] Cuando el océano se alza y envía agua a la orilla, rítmicamente, Piedade mira para ver qué ha venido. Quizás otros barco, pero distinto, que se dirige hacia el puerto, en el que la tripulación y los pasajeros, perdidos y salvados, se estremecen porque han vivido mucho tiempo sin consuelo. Ahora descansarán, antes de dedicarse al trabajo interminable para el que fueron creados, aquí, en el Paraíso.”
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Hay una vieja y linda canción de Marcial Alejandro, que algo de lo leído en las paredes de Tuxtla por un anónimo grupo denominado Acción Poética me trajo a cuenta.
Dice en su inicio: “Luz a los poetas,/ pa’ que no anden malgastando letras”.
Y es un buen deseo.
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En más o menos usual ver letreros mal redactados o con faltas de ortografía en las ciudades de Chiapas, por eso me llamó la atención la pulcritud (que no sé si funcione bien con camioneros) con que en una calle de San Cristóbal escribieron esta indicación:
«Prohibido el paso de camiones con material pétreo”.
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He visto y veo varias series televisivas (Los Soprano, Spartacus, The Walking Dead, Homeland…). La que me entretiene ahora es Juego de tronos (Games of Thrones, producida por HBO, creada por David Benioff y D. B. Weiss, basada en la serie de novelas Canción de hielo y fuego, de George R. R. Martin; escrita, dirigida y actuada por mucha gente de talento). En el capítulo tres de la primera temporada, una buena frase que cito de memoria: “Nada de lo que se dice antes de un ‘pero’ tiene importancia”.
Alguien es muerto en el capítulo cuarto y su sucesor trata de averiguar quién lo mató. Habla con quien lo vio en las últimas horas y éste le reproduce una de sus frases recurrentes. ¿Qué significa? Quién sabe, responde el interrogado, se da mucha importancia a las palabras de un moribundo cuando éstas, en verdad, son producto de un cerebro desquiciado. “Las últimas palabras son tan significativas como las primeras palabras”.
La idea es inquietante: volver a los balbuceos, antes de entrar en la oscuridad.
Contactos: hectorcortesm@hotmail.com
Excelente articulo, muy brillante y entretenido. No pienso leer a esa escritora por muy premio nobel que haya recibido, Arturo Ripstein y su guionista de cabecera retratan mejor la miseria humana, que estos escritores. Su articulo me recuerda la pelicula Preciosa, una infame cinta que solo se regodea en el sufrimiento de una chica negra al que le pasan peores penurias que al job biblico y para rematar es fisicamente fea y con el nombre de preciosa de karma. No es igual escribir sobre el lado oscuro del ser humano a regocijarse en el sufrimiento de un personaje y venderlo como arte… Saludos.