Un barco a la deriva
Hace un año que este capitán se hizo de los mandos de un barquito pobre y a la deriva, después de que el último timonel expoliara sus tesoros, vendiera sus remos e hipotecara sus anclas.
La ley del mar exigía, en estos casos, someter a juicio a los timoneles con almas de pirata, pero el nuevo capitán, temeroso e inexperto, protegió a su antecesor, hasta le ayudó en cargar sus tesoros y lo dejó en puerto tranquilo y seguro para que no sea jamás molestado.
El único destino cierto del barquito fue aquel viaje a la impunidad. Regresó después a su marear de siempre, sin brújula, con bitácoras inventadas y con pasajeros cansados, muertos de hambre y desilusionados.
En estos doce meses de pilotar la nave al capitán solo se le ha pedido que enderece el rumbo, que castigue al extimonel y a su pandilla, pero hoy sabemos que sus bracitos son impotentes para mover el timón.
Excelente metáfora sobre la situación actual de nuestro estado.