Patrishtán y el despertar a la libertad
La libertad de Alberto Patishtán fue la replica del despertar a la libertad de personas y comunidades enteras: de Martín, su amigo de toda la vida; de Héctor y Gaby, sus hijos; del pueblo de El Bosque; de sus compañeros y compañeras presos y presas; y de quienes desde otras partes del mundo vieron en él una causa de esperanza y de vida.
La certera definición de lo que significa Patishtán, la dio el obispo Raúl Vera, cuando de él dijo: “Alberto es un hombre que donde quiera que está, da fruto”.
Durante 13 años, y con mayor frecuencia en los últimos tiempos, a los distintos penales donde él estuvo recluido, llegaban amigos, compañeros, solidarios, activistas, políticos y hasta curiosos; para conocer a este hombre que organizaba sin parar huelgas de hambre para denunciar la injusticia.
Todos querían manifestarle su solidaridad, esperando quizá encontrar a un hombre abatido, quizá enojado, quizá a un líder de lenguaje retador que desafiaba al sistema.
Pero, invariablemente, todos salían llenos de la energía positiva que emana del lenguaje pacificador de Alberto, quien ante todo reflejaba la esperanza en su charla, en su caminar, en su mirada y en su lucha.
Cuando Alberto dijo el día que le otorgaron el indulto: “si me ven sonriendo, es que esa es mi profesión”, o “no guardo rencor en mi corazón”, es porque eso ha sido así en cada acto de su vida, incluso en los tiempos más difíciles, como cuando el ex gobernador Juan Sabines lo envió a un penal de alta seguridad, a miles de kilómetros de su pueblo natal.
“Profesor, me duele verte aquí”, le dijo un día una maestra indígena compañera de Patishtán en la escuela donde él era el director. “No hermana, no te sientas triste, vamos a salir de esta”, le respondió y la abrazo. Mientras ella lloraba, él la consolaba trando de controlar el dolor de cabeza, que más tarde se supo, era un tumor que le oprimía parte del cerebro.
Esa fue la respuesta que a ella y a muchas otras personas les repetía Patishtán, en el tono pacificador que le caracteriza, a pesar de las dolencias físicas y la paulatina pérdida de la vista que ha tenido.
El profesor Martín
El profesor Martín (Ramírez López), como muestra del amor que puede existir entre hermanos de distintos padre y madre, se constituyó en la piedra angular para lograr la libertad de Patishtán.
Durante 13 años fue y vino incansable, llevando papeles, oficios, cartas, recomendaciones varias para lograr la libertad de su amigo; incluso antes que organizaciones defensoras de los derechos humanos alzaran la vista para mirar al maestro indígena. Él convenció a estas organizaciones que abanderarán la causa del profesor.
“Un día, detuvieron a un compañero inocente que no debía nada y que no debe nada.
Un 19 de junio (de hace 13 años) nos organizamos para defender a un inocente. Poco a poco fue haciendo mas grande la lucha del pueblo. Nació en un pueblo en donde la mayoría somos tsotsiles, y creció a nivel nacional e internacional”, dijo Martín, visiblemente emocionado, en el salón Tatic Samuel, cuando le fue notificado el indulto a Alberto Patishtán.
“A nombre de mi pueblo quiero decirles lo siguiente: la libertad de Patishtan es el resultado de muchísimas acciones, gracias al pueblo del Bosque. Gracias ancianos y niños, al trabajo de unidad de muchos hombres y mujeres”.
“Nosotros como movimiento del pueblo dijimos, a Alberto nunca lo vamos a dejar solo.
Costo 13 años. 13 años pasaron. Muchísima gente empezaron a gritar y nadie los escuchaba. Si Patishtán esta libre, es gracias al movimiento de muchísimos hermanos y personas que se sacrificaron. Que perdieron tiempo y dinero. Muchas cosas pasaron…”
“Un día dijimos: vamos a traerlo a como de lugar. Me siento contento y voy a regresar con Patishtán a El Bosque, donde están los hombres, mujeres niños y ancianos que están esperando su llegada. Compañeros, todos lo logramos. Todos ganamos”.
Héctor, el fruto
Quedar como “mujer sola” en una comunidad indígena, donde los usos y costumbres ubican en un plano inferior a la mujer, sólo puede significar la desprotección para ella y su simiente.
La esposa de Patishtán tomó su decisión y con ella quedaron quizá más vulnerables Gabriela y Héctor, entonces de 9 años.
Héctor se cayó y se tuvo que levantar muchas veces. Con el apoyo de los abuelos, de Martín y de solidarios y solidarias, sobrevivieron y crecieron.
“No los vi crecer, pero algo agarraron de la semilla que yo tenía. Y esa semilla y estos jóvenes supieron sembrarlo y germinarlo. Es el fruto que estamos viendo todos”, dijo de sus hijos Patishtán el día que por fin se abrazaron libres.
Héctor, por su parte, señaló: Recuerdo cuando vive a la ciudad por primera vez. Solo éramos Rogelio y yo. No imaginaba que este momento pasaría… aprendí a luchar, a no quedarme callando. Eso no tengo con que pagarle a mi papá. Ahora regreso con mi papá, regreso con un luchador social.
Patishtán fue la semilla de muchos y muchas. Fue la semilla de personas y movimientos. Fue el despertar a la libertad de tod@s ell@s. “Quisieron acabar con mi lucha y restarme, pero lo que hicieron fue multiplicar”.
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