El sueño del Rey Chiquito
Transitar por la carretera vieja a San Cristóbal de las Casas, subir hacia la selva negra, es volver a la historia en todos los sentidos, 10 o más años atrás.
Poco o nada ha cambiado por ahí, acaso los destacamentos militares con mejores instalaciones.
Es regresar a la historia porque la pobreza y subdesarrollo quedó enquistado en esa zona de belleza natural y humana incomparable, donde la neblina envuelve en algunos tramos los caminos se derrumban hasta hacerse casi inaccesibles, y donde sólo se observa el caminar de las personas menuditas de la región.
El abandono institucional se percibe en los hechos, a pesar de la plaga en la que se han convertido las oficinas de ese movimiento proselitista-gubernamental llamado “Fundación Chiapas Verde”, que tan bien sustituye a que en el sexenio se llamo “Chiapas Solidario”.
Sin embargo, paralelo a este escenario, mirando más al interior, los procesos de resistencia de las comunidades se mantienen, se transforman y se gestan de nuevo. Chavajeval, Los Plátanos, Las Limas, son los nombres que al lado de los caminos indican la entrada a alguna comunidad.
Son los nombres que traen a la memoria la historia de los pueblos en donde en algún momento se gestaron municipios autónomos, a los que el Estado intentó socavar con el uso de la fuerza, y sólo logró enraizar más en la consciencia y en la población.
“A veces tienen que morir la semilla para que dé frutos”, dice la letra de una canción que el pasado primero de diciembre cantó la comunidad de El Bosque en la Iglesia donde se recibió a Alberto Patisthán.
En una reflexión profunda que se realizó ese día, las y los indígenas tsostiles hablaron de la pobreza que hace que sus hijos caminen casi descalzos, y sus mujeres tengan niveles de desnutrición que les impiden alcanzar una altura física mayor.
Se detuvieron a analizar que en contraste a esa pobreza económica, mantienen una riqueza interior y de valores que los hace personas vivas y dignas.
En una Iglesia adornada con focos y sonidos que remiten a la navidad, Alberto Patishtán dijo a propósito de esa festividad: “mucha gente se preocupa por adornar la casa y encender muchos focos, pero su interior está a obscuras. Muchas veces celebramos una navidad superficial, nos abrazamos y convivimos, pero no cambiamos en nuestras acciones”.
De regreso a la capital de Chiapas, ese primero de diciembre, al pasar por el parque central, un gran escenario cortaba el tráfico, mientras decenas de personas trabajaban a marchas forzadas construyendo una “pista de hielo, un tobogán de nieve natural y un árbol de navidad de 30 metros”, creados para “dar la bienvenida a la navidad”.
Las palabras de Patishtán, visionario, sonaron en la memoria como una sentencia.
Horas más tarde los dichos del líder indígena se hicieron realidad, cuando como si de un programa de espectáculos se tratara, el gobernador y la clase política inauguraron las instalaciones «navideñas» –de las que el costo no se ha aclarado- con las que intentaron emular, en un símil tercermundista, esas festividades en ciudades como Nueva York.
El contraste de escenarios que se viven en Chiapas todos los días, y la anécdota de la navidad, recuerda muy bien al personaje del caricaturista Trino, quien con agudeza dibuja las acciones y actitudes de la clase gobernante, a través de las tiras de el “Rey Chiquito”.
En el caso chiapaneco pareciera ser un “Rey Chiquito”, ajeno y superficial, que soñó con gobernar un pueblo idílico, y no uno de carne y hueso que todos los días lucha por sobrevivir, crecer y transformarse.
La foto es preocupante, no creen?
Los olvidados de siempre tan llenos interiormente. Ese es el valor que importa.
¡Qué vivan mis compatriotas, mis hermanos los indígenas que le dan vida y color a Chiapas!