El petróleo
El petróleo mueve, integra y da confort al mundo. Gracias al petróleo, más de siete mil millones de mamíferos pensantes poblamos el planeta, aun con los desajustes abismales en la distribución de la riqueza generada por el trabajo del hombre. Es notorio que en algunos lados abundan los glotones obesos y en otros los que sueñan con un bocado para llevarse a la boca, pero también que la esperanza de vida al nacer ha crecido como la espuma en casi todas partes. En México, por ejemplo, hace seis décadas la expectativa de vida era de apenas cuarenta y un años, ahora es de setenta y cinco. En aquella época, antes de completar cincuenta se era anciano venerable, vejestorio deplorable o moribundo insepulto. Hoy, los cincuentones y los sesentones, hombres o mujeres, podemos tener un futuro largo todavía: pululan por doquier los vetarros de ochenta primaveras con el ojo y el corazón alegres.
A mitad de este siglo se habrán sumado a la población humana del orbe otros dos mil millones, de los cuales ciento treinta milloncitos estarán en México. Se estima también que dos terceras partes de la población mundial se concentrará en las ciudades y que más de la mitad serán ancianos poco productivos o improductivos. Sin el bendito petróleo, sería impensable darle cobijo a tantísima gente, independientemente de la función que cada quien desempeñe en la economía, de si se parasita, medra o aporta algo al esfuerzo colectivo.
Cualquiera sabe que los alimentos se producen en el campo, en los ríos, en el mar, es decir, en zonas alejadas de los centros de consumo; que la fábrica de todo tipo de instrumentos de producción y de mercancías está desperdigada en muchos rumbos del globo terráqueo; que del chapopote provienen los combustibles que echan a andar los motores del transporte que lleva y trae a las cosas y a las gentes a gran velocidad, de país en país, de un continente a otro; y que para donde uno voltee abundan los satisfactores básicos y los superfluos hechos con una buena porción de petróleo. Para las cosas buenas o malas de nuestra alucinante existencia, todo tiene que ver con el petróleo. La era del hombre no estaría sucediendo sin la era del petróleo. El hombre de hoy: sin fronteras, comunicado, longevo, innovador, avasallador, conocedor y conquistador de todo lo imaginable, no podrá serlo más sin el petróleo.
Cuando el petróleo se acabe se acabará el sentido ascendente de la historia. Daremos un salto atrás asombroso en el discurrir del tiempo. Volveremos al ritmo calmo y sosegado de la aldea, a la autosuficiencia alimentaria, al taller del barrio, a la tienda de la esquina, a la granja de traspatio, al concepto amplio de familia, a la dulce ignorancia de lo que sucede en lugares remotos. Sabemos que el petróleo es finito. Jamás encontraremos otro material fósil tan maravilloso y trascendente, ni habrá una industria que pueda fabricarlo. Pero no queremos que se acabe. Al menos no en este siglo ni en el próximo. Y para que no se trunque el trayecto del horizonte que nos hemos trazado tenemos que echar mano de la creatividad prodigiosa de la inteligencia humana, de la inclinación natural por la comodidad y la elegancia, de la emoción de la aventura, del instinto de conservación.
La gran premisa es ahorrar petróleo. Ahorrarlo sin menoscabo del confort que nos brinda. Gastarlo en las cantidades mínimas indispensables. Y sólo ahí en donde de plano no pueda ser sustituido. El mundo se ha convencido de que es urgente generar energía eléctrica con la fuerza de los ventarrones, con la furia del agua, con las brasas del sol, con el coraje domeñado del uranio. Sabe que nada de todo esto es tampoco posible sin el petróleo, porque de sus viscosas y pestilentes moléculas surge buena parte de los materiales, de las herramientas, de los equipos y de las máquinas que ponen a nuestro alcance las energías imperecederas. Pero puede hacerse con muchísima eficiencia, con unas cuantas gotas en vez de chorros. Las energías renovables son el futuro, viable si se construye hoy, con la ayuda generosa y racional del petróleo.
Las energías renovables, vengan del sol, del viento, del agua o del uranio jamás podrán concentrarse al extremo del petróleo para mover el transporte, a las velocidades que han hecho posible la economía global y el fin material de las fronteras. El petróleo debe continuar, para este propósito específico, por un par de siglos más. Y por otros quinientos o seiscientos años para que perdure el milagro de la petroquímica, el milagro de la hechura de vestido, casa y comida para siete o nueve mil millones de congéneres, el milagro de nuestro aglomerado y confortable modo de vivir.
Conscientes o no de la magnitud de su encomienda, los hombres del petróleo cargan en sus hombros el devenir de la masa humana. Tienen mucho en qué pensar.
saul-1950@hotmail.com
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