Una academia inútil, el caso de la Reforma Educativa

Ante todo ello, habríamos de preguntarnos por qué la agenda académica se encuentra actualmente en una dinámica que poco o nada tiene que ver con las discusiones nacionales. Foto: Isaín Mandujano/Chiapas PARALELO

Ante todo ello, habríamos de preguntarnos por qué la agenda académica se encuentra actualmente en una dinámica que poco o nada tiene que ver con las discusiones nacionales. Foto: Isaín Mandujano/Chiapas PARALELO

por Aurora Vázquez Flores (*)

La introducción de reformas estructurales y los cambios políticos de los últimos meses en nuestro país plantean una transformación no sólo en la forma en la que el gobierno se concibe a sí mismo dentro del estado, sino incluso en su relación con otros actores políticos y con la sociedad en general. Más allá del carácter privatizador del proyecto de reforma energética o del ataque que a la educación pública y gratuita significa la “autonomía de gestión” de las escuelas públicas (contenida en la reforma educativa), el proceso de discusión y aprobación de las reformas muestra elementos importantes para una reflexión sobre la labor disciplinar y científica que desarrollamos en México.

Durante este proceso, el papel de los académicos ha brillado por su ausencia. Aunque los foros de discusión sobre la reforma energética (que pasaron para el grueso de la población sin pena ni gloria) sí incluyeron a algunos académicos, lo que demostraron fue que las discusiones con una repercusión real sobre las políticas públicas se dan de manera cupular entre los partidos políticos hegemónicos y de forma más bien excluyente. Y ni qué decir de la reforma educativa. Si bien en las universidades se han desatado expresiones en torno a ella, la comunidad académica no ha participado decisivamente en su discusión. En buena parte, porque al gobierno federal no le ha interesado que el asunto se discuta —como lo muestra el hecho de que los diálogos entre el sindicato magisterial y gobernación sólo servirían para que dicha secretaria escuche las demandas, pero no para que éstas tengan repercusiones sobre lo ya aprobado.

Probablemente ello tiene más que ver con el pobre papel social que desarrolla la comunidad académica actualmente en nuestro país. En un desafortunado círculo vicioso, la elitización de las universidades ha generado la ilusión de que quien se encuentra en la educación superior pública está ahí gracias a un esfuerzo meramente personal, desdibujando la relación entre las estudiantes y profesoras y el grueso de la población que, aunque no está en las universidades, paga sus impuestos aun contra su voluntad. En tanto que esta relación no se hace visible, aquellas que se dedican a la labor científica no sienten un compromiso con su sociedad. Ello genera que la reivindicación de la injerencia de la academia en la política nacional —y en la propia vida de las universidades— no sea vista como parte de la labor académica, sino como el pasatiempo, más bien incómodo, de algunas.

Peor aún, esta postura ha montado desde hace bastantes años en una justificación teórica. Los debates en las ciencias sociales sobre la objetividad y la relación entre producción de conocimiento e ideología que pretenden que la actividad científica ha de lograr, de algún modo, productos académicos puros y exentos de posiciones políticas, muestran no sólo una gran ingenuidad sobre el funcionamiento real de una comunidad científica y sus miembros, sino la pretensión declarada de erradicar el vínculo entre las científicas como productoras y la sociedad en la que están inmersa.

Asimismo, en las ciencias sociales, las posturas posmodernas del conocimiento que afirman la multiplicidad de discursos respecto de los fenómenos (en tanto que éstos son, cuando menos, inciertos, si no es que incognoscibles) y la imposibilidad de plantear temas de investigación de alcances generales, tienen como resultado que si no se puede conocer la realidad no es posible plantear posibles respuestas a los problemas sociales concretos.

Ante todo ello, habríamos de preguntarnos por qué la agenda académica se encuentra actualmente en una dinámica que poco o nada tiene que ver con las discusiones nacionales. La producción de conocimiento de nuestra academia se encuentra desvinculada de la sociedad en la que estamos inmersas como académicas. Pero si la historia nos enseña algo es acerca del cambio. Sabemos que no siempre y no en todas las sociedades las comunidades científicas se han encontrado enajenadas de la comunidad que les produce y les mantiene. Hay, en suma, que preguntarnos acerca de las condiciones de nuestra academia y cómo hacer para tomar un rumbo mejor.

(*) Texto publicado en el Observatorio de Historia «El Presente del Pasado». (http://elpresentedelpasado.com/2013/11/17/una-academia-inutil/) Aurora Vázquez Flores estudia la licenciatura en historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Actualmente está adscrita al Institut d’Études Politiques de Rennes. 

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