Explicación no pedida
Sandra de Todos los Santos me invitó a colaborar en Chiapas Paralelo. Agradezco tal deferencia. Explico en qué consistirán mis colaboraciones semanales: será una serie de intentos de definición de palabras.
Hubo un tiempo de mi vida que me pasé preguntando cómo le hacen los sabios del lenguaje para dar la definición de una palabra. ¿Cómo logran la síntesis que explica en qué consiste tal o cual cosa? Pero, además, me preguntaba por qué las definiciones son tan breves. Imagino que es así porque las definiciones constituyen un diccionario y no una enciclopedia. Al leer una definición siempre quedé con el prurito de que era una silla con dos patas y que por eso cojeaba.
Pero no sólo tuve esa duda. Hubo un tiempo anterior en que casi no dormí por develar el misterio del porqué la cama se llama cama o porqué el beso se llama así. Un día decidí botar tales cuestiones porque comenzaba a sufrir una especie de vértigo lingüístico. La obsesión por conocer el origen de las palabras que designaban a las cosas me llevó a sufrir lo que llamé pirinola verbal, la cual hacía que yo despertara a media noche con una palabra en mi mente y otra palabra en mi boca. Cualquiera podrá pensar que eso no tenía mayor problema. Pero si piensan que la palabra que aparecía en mi mente era otra a la que aparecía en mi boca, comprenderán que eso era un caos. Por fortuna, jamás he vuelto a vivir en tal confusión. Aún no me explico qué provocaba que las traviesas palabras fuesen antónimas. Por ejemplo, si despertaba con la palabra frío en mi mente, en mi boca aparecía la palabra caliente. Mi esposa sugirió que acudiera a un siquiatra. “¡Te volverás loco!”, me dijo y cuando lo dijo, yo pensé en la palabra “cuerdo”; así que tomé una decisión cuerda y acudí al “loquero”.
El siquiatra, con un Ipad en mano, me sugirió un ejercicio mental. Dejó en claro que ambas palabras estaban en mi mente. Explicó que era imposible que la palabra de mi boca fuese autónoma. ¡Yo la creaba en mi mente y luego, por travesura del sueño, bajaba a mi boca y ahí permanecía, como ave a punto de alzar el vuelo! ¡Estuve de acuerdo! “Por lo tanto -dijo el siquiatra- lo que debe hacer es mezclar ambas palabras a fin de que sólo tenga una. Eso evitará la confusión”. ¡Claro, pensé!, e hice el primer intento, mientras caminaba a mi casa: mezclé la palabra frío con la palabra caliente y de ahí tuve la palabra tibio. ¡Perfecto!
La noche del día que visité al siquiatra, entré a mi cuarto, me desvestí, me coloqué mi pijama con estampado de líneas azules y verdes (el pantalón, la camisa y el gorrito), junté las palmas de mis manos y recé. Hice uso de mi lengua y, en voz baja, pedí a La Lengua (Diosa del Lenguaje) que, igual que mi ángel de la guarda, fuese mi dulce compañía y no me desamparara ni de noche ni de día. A las dos de la madrugada ¡desperté! Tenía en la boca la palabra mesa y en la mente la palabra silla. ¡Algo había sucedido! ¡Ya no eran palabras antónimas sino primas hermanas de un mismo entorno! Traté, con gran esfuerzo, de aliar ambas palabras y apareció la palabra mesilla. Pronuncié la palabra, en voz baja, y entonces vi, ¡juro que lo vi!, que la palabra de mi boca desaparecía y sólo quedaba su clon en mi mente. ¡Sentí alivio! ¡Lo había logrado! Coloqué la cabeza sobre la almohada de nuevo y volví a dormir.
Mi esposa me despertó, me llevó una bandeja con un plato de manzana cortada en pedazos y un jugo de naranja. Le conté lo que había sucedido. “Te lo dije. ¡Ya estás comenzando a curarte! Ya está listo tu desayuno”, dijo. Me levanté, me bañé, fui al comedor y me senté en la mesilla. Mi esposa estaba de espaldas, lavaba unos vasos en el fregadero, cuando se volvió pegó un grito que sonó como silbato de un barco. “¿Qué haces?”, preguntó. Nada, dije. “¿Cómo nada? ¿Por qué estás sentado sobre la mesa?”. Ya mis lectores advirtieron la transformación que se dio en mí. Desde entonces, a veces, me siento donde los demás comen y como donde los demás se sientan. La palabra mesilla sustituyó a las otras dos y como los objetos responden al mismo nombre yo los confundo. Salvo este pequeño escollo, logré curarme con el ejercicio propuesto por el siquiatra.
Acá, en Chiapas Paralelo, el lector que lea mi columna hallará intentos de definición. Insisto, siempre encuentro pobreza en los significados. Si busco, por ejemplo, la definición de adminículo encuentro que es una cosa pequeña que complementa algo. ¿Ven que es una definición muy pobre? Yo conocí a una mujer que tenía un adminículo maravilloso, que servía para muchas actividades y no era una cosa pequeña. ¡Al contrario, tenía un adminículo soberbio! Bueno, de ello tratará esta columna.
Me dio gusto leer algo diferente, eres una pirinola verbal y mental escribiendo, estaremos atentos a tu columna, un abrazo eres un buen columnista me encantó, felicidades.
Gracias por el comentario.
Jajajajaja es la primer nota de este portal que me deja buen sabor de boca, nada displicente y por el contrario muy complaciente, por la forma tan jocosa de capturar el interés de esta lectora… Esperaré de manera paciente las subsecuentes notas de esta arenilla… felicidades!
Gracias por el comentario.