Crisis, oportunidad para el buen convivir

Habitantes de Chiapas han asumido la defensa de sus derechos a la tierra y al desarrollo. Foto: Ángeles Mariscal/ChiapasPARALELO

Habitantes de Chiapas han asumido la defensa de sus derechos a la tierra y al desarrollo. Foto: Ángeles Mariscal/ChiapasPARALELO

 

Por Fernando Limón Aguirre[1]

Tiempos de dificultad y complicación se presentan en todo momento, pero en muchos sentidos éste que estamos viviendo, intensa y gravemente en algunos lugares, ¡vaya que sí es de crisis! Las crisis ponen muchas cosas de cabeza, como también muchas cosas en evidencia.

Es común que le temamos a las crisis. No es fácil que nos gusten y por eso es que las evadimos y tratamos de esquivarlas. Las mal vemos. Las ahuyentamos y si no podemos, al menos procuramos postergarlas. Pero hacemos mal en ser así y en actuar de esta forma. No nos damos cuenta que de esta manera perdemos momentos de enormes oportunidades. Sin crisis no hay cambio profundo. Las crisis, cuando no son señales de que los cambios ya se están suscitando, son avisos de que urgen transformaciones.

De parte de las abuelas y los abuelos mayas hemos aprendido a no despreciar lo que nos parece mal o lo que se nos presenta como malo. ¡Gran sabiduría! El tener en poco o, peor aún, el ignorar el mal y lo malo es una forma de arrogancia o de soberbia, lo que es una de las peores actitudes y disposiciones en la estructura de valores entre los mayas, el lado opuesto del respeto y la humildad. El desconocimiento o la inadvertencia del mal y de lo malo es también una manera de desdibujar límites y no distinguir sus ámbitos. Al perder de vista el lugar, el espacio o el territorio del mal es factible andar en él sin percatarnos de ello.

La negligencia al respecto es, asimismo, evadir la contradicción y por tanto la confrontación entre el bien y el mal, tanto en la vida social y de acciones verificables con la naturaleza, como incluso en nuestro interior. Es, igualmente, evadir el requerimiento social e individual que tenemos de tomar posición ante lo bueno y lo malo. Esta actitud, típicamente posmoderna, ha hecho que sea más difícil para las personas, y por lo tanto para los colectivos, denunciar, rechazar e inconformarse con lo malo. También provoca que nos desliguemos, nos separemos y nos alejemos de quienes asumiendo la crisis confrontan lo que está mal.

Hacerle frente al mal y a lo malo imperante, por ejemplo: la corrupción, el engaño, la mercantilización, la mentira, la infidelidad, la explotación de unos por otros, la explotación de la madre naturaleza, la usurpación, la injusticia, la apatía; todo ello en el contexto, todo ello en derredor nuestro, todo ello presto para arraigar en nuestro interior; enfrentarlo, pues, es detonar una crisis. Pero la crisis también salta cuando ese mal y eso malo, la injusticia en nosotros o aquella que permanece por causa de nuestra apatía o nuestros temores, la corrupción de la que nos hacemos cómplices, etcétera, ya resultan asfixiantes o cuando llegan a tal punto que se genera un caos.

El mal, desde una perspectiva maya, encuentra representación en los lugares, situaciones, cosas y momentos ante los cuales el corazón humano sucumbe, corrompiéndose, envileciéndose y pervirtiéndose. Bien y mal son condiciones del existir, donde la proyección del mal es la muerte como consecuencia de la degradación, la corrupción y el envilecimiento y donde el bien es la vida y el equilibrio como realización plena de todos los seres. Dado que el mal se proyecta hacia la muerte, es por eso la crisis nos advierte que nos dirigimos hacia tal rumbo. El equilibrio, en cambio, debe ser cuidado y cuando éste se rompe se produce una crisis que nos advierte que éste debe ser arreglado.

Así que la crisis en cualquiera de sus acepciones podemos verla como una advertencia y como una convocatoria a arreglar, a transformar o a enmendar lo que está mal. Ahora bien, para ser resueltas las crisis sociales es fundamental contar con la participación de las comunidades que integran al colectivo social, contar con la participación resuelta de los individuos. Es entonces el momento del buen convivir.

El buen convivir es un modo de ser alegre, vital, en armonía, en camino, en esperanza; es al mismo tiempo una actitud de vivir en disponibilidad, en la verdad y en el respeto, el rechazo franco a la flojera, la mentira, el hurto, el desprecio. Es también un espacio de vida, mejor dicho de convivencia; son los momentos de interacción, de soñar juntos y despiertos intercambiando la palabra y las imágenes de lo que se desea, de lo que se pretende y se puede hacer y llegar a ser como comunidad; son pues los momentos y espacios para afirmar, refrendar y reconstruir la vida misma. En estos espacios se nos presentan con claridad los escenarios, los horizontes, las rutas y las estrategias para esforzarnos y lograr, como conquista, una vida digna, justa y plena.

El buen convivir no es pues el momento utópico sino que es, por un lado, la forma de hacer frente a las crisis y, por otro lado, también es la forma de vivir, de gozar y de prolongar el equilibrio, como apuesta radical por la vida plena y abundante para cada cual sin excepción. ¿Usted piensa que estamos en crisis? ¿Qué habrá que hacer?



[1] Sociólogo. Investigador en El Colegio de la Frontera Sur, Chiapas, México.

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