¿Tiene padre la lluvia?
Casa de citas/ 140
De pronto me di cuenta que, por azar, he leído casi al hilo, con intermedios, cinco libros que me han regalado: El ángel azul, de Heinrich Mann, obsequio desde hace mucho de Enrique Hidalgo Mellanes (tiene tanto tiempo que tal vez ni él se acuerda que me lo regaló), la historia patética, a veces cómica, a veces abominable del Profesor Basura (así se llamó la novela originalmente) y la prostituta que lo hace a la vez feliz y desgraciado, que en el cine hizo nacer el mito de la gran Marlene Dietrich.
El segundo fue La casa de bambú, de mi amigo Saúl López de la Torre, cuya reseña ya apareció aquí; apenas concluí Todo un hombre, de Tom Wolfe, un librote en todas las acepciones del término, regalo-pago de una maestra del Tec de Monterrey, por una charla que no quería dar allí; terminé Memorias y palabras, cartas a Pere Gimferrer, 1966-1977, de Octavio Paz, regalo de Toño Cruz Coutiño (también de hace años) y, por último, concluí Cantar las noches, de mi amigo Vicente Alfonso, joven narrador de Torreón, a quien conocí a través de mi queridísima Nadia Villafuerte.
El libro de cuentos de Vicente, ganó el Premio Nacional de Cuento María Luisa Puga 2009 y fue publicado por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México en 2012. Cada historia muestra el oficio narrativo de este autor, quien ya antes ganó, con Partitura para mujer muerta, el Premio Nacional de Novela Policiaca; pero lo que me sorprendió fue que con el cuento “Diagnóstico preliminar” coincidiéramos en contar la misma anécdota.
Yo escribí, hace unos seis-siete años, una obra de teatro a la que llamé Todas las puertas son la misma puerta. Años más tarde me hallé con un poema de Federico García Lorca (Canciones, poemas y romances para niños, SEP-Editorial Octaedro, 2003), que se llama “La puerta abierta” y de algún modo se refiere al asunto que yo desarrollo en mi ficción (p. 93): “La puerta/ no es puerta/ hasta que un muerto/ sale por ella/ y mira doliente, crucificada,/ a la madrugada sanguinolenta”; después, en Ojo de oro, metaforismos, psicoproverbios y poesofía (Siruela, 2012), Alejandro Jodorowsky contesta en twitter a un hombre que le pregunta (p. 211) “¿Todas las llaves abren la misma puerta?” con el título de mi obra: “Todas las puertas son la misma puerta”.
(La idea es muy vieja. Un pie de página de la Antología general de Odysseus Elytis [Ediciones Altaya, 1995] dice, citando a Heráclito, quien vivió del 535 al 484 a. C. [p. 206]: “El camino hacia arriba y hacia abajo es uno y el mismo”.)
El cuento de Vicente se ciñe a la historia de una doctora que intenta ayudar a un joven a quien ve sangrando hasta que, al final, descubre que la sangre no es suya. En mi obra de teatro la historia la cuenta uno de los personajes principales, un policía. Aquí el fragmento:
“POLICÍA: A esto me dedicaba antes de que me mataran. En realidad estudié psicología, pero no encontré más chamba que aquí, en la policía. Empecé como instructor. Un día, en el metro, vi a un chavo que se comportaba con mucho nerviosismo. Yo estaba recién egresado de la universidad y recién ingresado al cuerpo. 23-24 años. Paranoia, decreté. Él, vestimenta casual, veía a todos lados, tratando de no hacer obvia su vigilancia panóptica, tratando de que no se le notara el nervio a flor de piel. Palidísimo. Farmacodependiente, dije. Ataque de angustia. No lo perdí de vista. Olfato puro. Gotas de sudor comenzaron a escurrirle por la frente. Mucha discreción, sólo en algún momento su mirada se cruzó con la mía. Un parpadeo. Las pupilas muy dilatadas. Le hice una historia. Me levanté. Era mi estación. Bajé en el montón anónimo. Iba delante mío en las escaleras. Cabello largo y bien cuidado, jeans, saco negro. No sé por qué bajé la vista hacia sus zapatos y noté la gota de sangre. Fin de escaleras. Lo perdí. Al salir, en la calle, lo vi caminar muy aprisa. Noté de nuevo la gota, el zapato ya enrojecido. El tipo estaba herido, necesitaba atención. Casi corrí para alcanzarlo. Lo toqué en el hombro.
“Oye, ¿necesitas ayuda, estás mal?
“Volvió la vista, era más joven que yo.
“Lárgate.
“Estás sangrando, ¿alguien te hirió?
“Lárgate.
“No te preocupes, soy policía, sé algo de medicina.
“Que te largues, hijo de la chingada.
“Cálmate, sólo quiero ayudarte.
“Quise tocarlo y el chavo movió violentamente el brazo derecho. Eso me hizo ver la sangre debajo de su brazo izquierdo.
“Estás herido, déjame verte.
“Sacó un cuchillo.
“Que te vayas, cabrón.
“El cuchillo tenía manchas de sangre. Se notaba desesperado. Estoy entrenado para eso. Me lanzó un tajo y eso lo hizo despegar el otro brazo. Algo sanguinolento cayó al suelo. Él trató de huir, lo hice caer, lo inmovilicé. Lo que se le había caído era un antebrazo cercenado con todo y ropa: la muñeca de la mano muerta tenía un reloj carísimo.
“Ladrón, hijo de puta.”
Mis puntos de contacto no están nada mal: García Lorca, Jodorowsky, Heráclito, mi amigo Vicente Alfonso. A ver qué nueva cosa aparece con esta obra.
***
Criticado siempre en los extremos (o como un manipulador que busca escándalos o como un artista total) el guionista y director danés Lars von Trier es dueño, ya, de un puñado de películas inclasificables que deben verse como el ejercicio de alguien que sabe hacer cine y que es, además, inteligente. Lo demás, sobre cada película, lo decidirá cada espectador.
Veo Anticristo (Antichrist, 2009, con Willen Dafoe y Charlotte Gainsbourg), historia sobre una pareja cuyo niño, de unos dos años, se lanza desde la ventana abierta mientras ellos copulan. Muere. El padre es terapeuta y la madre queda asustada, destrozada emocionalmente después del suceso. Se van al bosque, porque algo que a ella le produce miedo –irracional, como todos los miedos–, contra el que lo enfrentará su esposo, es el pasto. Allá ella cree escuchar “el llanto de todas las cosas que están muriendo”, tiene también sueños raros, y para justificar su terror al campo dice esta extraña línea: “La naturaleza es la iglesia de Satanás”.
(Ahora mismo leo La poesía del pensamiento. Del helenismo a Celan, de George Steiner [Fondo de Cultura Económica-Siruela, 2012], y allí encuentro una cita de Heráclito que algo tiene que ver con las frases anotadas [p. 39]: “La muerte es todas las cosas que vemos despiertos; todo lo que vemos dormidos es sueño”.)
No es fácil ser espectador de las cintas de Von Trier, porque no establece pactos claros con la audiencia, como suelen hacerlo otros directores (Los idiotas [Idioterne, 1998], por ejemplo, otra de sus cintas, no sabemos si es una burla o una defensa de los discapacitados o especiales, como les dice la benevolencia oficial). No es fácil recomendarlo a cualquiera. Creo que quien no lo haya visto, no debe empezar a conocerlo con este filme.
(Por caprichos de la memoria asociativa y sin que tengan que ver mucho ni la filmografía ni el tema, la muerte del niño arrojándose por la ventana me recordó, como si fuera la otra cara de la moneda, la escena cumbre de La panza del arquitecto [The Belly of an Architect,1987], de Peter Greenaway, donde justo en el momento en que nace su hijo, el atormentado arquitecto abre una ventana y se lanza al vacío.)
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¿Tiene padre la lluvia?
¿Quién engendra las gotas de rocío?
Dios,
en Libro de Job
La Biblia es el libro más vendido, el más leído, el más citado. Hay novelas, obras de teatro, películas, canciones, poemas y un extenso etcétera, ancilares de este libro de libros. He leído varias versiones literarias en español sobre alguno de sus apartados: El cantar de los cantares, según la versión del poeta y novelista José Emilio Pacheco; los cuatro evangelios en la versión del erudito lingüista Ernesto de la Peña y muy recientemente el Libro de Job (Conaculta, 2011), en versión del poeta Francisco Serrano.
Anota Serrano que (p. 9) “Jorge Luis Borges decía que si hay un libro que merezca el nombre de sublime, ése es el Libro de Job”.
El libro es, tal cual, una obra de teatro. El argumento: Dios habla ante el diablo de la bondad de Job y éste le pide permiso para hacerlo quedar en la ruina. Así maldecirá a su creador, dice. Lo vuelve pobrísimo y Job no hace reclamos. Nuevamente se hallan; el Supremo presume la fe del ahora pobrísimo y el diablo pide permiso para llenarlo (p. 16) “con una sarna maligna desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza”. Job resiste.
Lo demás del libro es la conversación de Job y sus amigos. El final es un prodigio. Habla Dios (p. 104): “¿Levantas tú la voz hasta las nubes/ para que te obedezca la masa de aguas?/ ¿Mandas a los relámpagos/ y ellos vienen, diciéndote: ‘Aquí estamos?’ ”
Su fe, bondad y paciencia es recompensada. Se le regresaron multiplicadas sus riquezas, sanó completamente y (p. 114) “no hubo en toda la Tierra mujeres más hermosas que las hijas de Job. […] Y después de esto, Job vivió ciento cuarenta años y vio a sus hijos y a los hijos de sus hijos, hasta la cuarta generación. Y murió Job anciano y colmado de días”.
***
—Si la hermana mayor se llama Susana, ¿cómo se llama la menor?, me pregunta una voz que viene quién sabe de dónde.
—Edith, por supuesto –contesto yo en uno de mis sueños estúpidamente silogísticos.
Contactos: hectorcortesm@hotmail.com
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