Cerrar el paréntesis
Casa de citas/ 137
A propósito de mi columna anterior, Baltazar Zanabria me escribió (gracias por leerme) y me hizo una petición: “Me gustaría hiciera un análisis profundo —aunque creo saber la razón— del porqué películas como la del comediante Derbez llenan las salas y a cintas de arte, como “Heli”, de Amat Escalante, premiadas en los festivales más importantes del mundo, el público mexicano le hace el feo. […] ¿Por qué cree?”
Lo primero que habría que decir, para intentar cierta objetividad, es que quizás tanto Derbez como Escalante tienen más o menos los mismos problemas para inventar una historia y desarrollarla; es decir, lo que resulta fácil para el público no necesariamente es fácil para su creador y, al revés, lo que resulta difícil de asimilar para el público no es por necesidad difícil para su autor. El asunto, creo, es casi siempre de audiencias, de cuánto puede desentrañar el espectador los códigos que se salen de lo básico.
En alguno de sus brillantes libros, George Steiner dice que el público inglés que acudía a los estrenos de Shakespeare (gente común, sin ninguna preparación especial), en el año 1600, entendía los juegos verbales, las alusiones a distintas mitologías, las pulidas metáforas del dramaturgo. Ahora, en estos tiempos, Shakespeare no es un autor tan fácilmente descifrable. Lo mismo pasa con Cervantes y El Quijote, de lectura popular en su aparición y ahora un libro lejano de las mayorías, por poner otro ejemplo conspicuo. El público medio parece ser más ignorante que en aquel siglo y entiende menos.
En Sobre la dificultad y otros ensayos (Fondo de Cultura Económica, 2001), Steiner dice que (p. 52) “En la abrumadora mayoría de los casos, a lo que nos referimos al decir ‘esto es difícil’ significa: ‘esta es una palabra, una frase o una referencia cuyo sentido tendré que averiguar’ ”. Así, quien vea una película de Reygadas o Escalante tendrá que saber o averiguar varias cosas (sus cintas están llenas de referencias que, si no se conocen, tornan oscura la intencionalidad de lo que hacen) y quien vea una película de Derbez no necesita saber algo especial. Eso hace que la cinematografía de Escalante sea “difícil” y la de Derbez, “fácil”.
Heriberto Yépez, en Todo es otro, a la caza del lenguaje en tiempos light (Editorial Tierra Adentro, 2002) dice que (p. 75) “Lo light es lo automáticamente entregado. Por eso, para gozar lo light no requerimos ningún esfuerzo de parte de la obra, no hay ningún intercambio exigente entre la obra y su receptor. […] Lo light no nos da nada, nosotros somos quienes le otorgamos todo sentido”.
La palabra “casa” puede ser dotada de muchos significados por cualquiera, pero ya no es tan simple que alguien se emocione con la palabra “trébede”.
Para gozar una canción que diga, por ejemplo, “Te extraño más que nunca y no sé qué hacer…” no hace falta diccionario ni prenda intelectual alguna; pero desentrañar los primeros versos de “Muerte sin fin” (Lleno de mí, sitiado en mi epidermis por un dios inasible que me ahoga, mentido acaso por su radiante atmósfera de luces que oculta mi conciencia derramada…) ya no es tan simple, lo que hace que sea más popular el Buki que José Gorostiza. En fin, por allí creo que anda la cosa.
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Una amiga, Alicia Chacón, lectora permanente de mis libros, da clases en una secundaria. Me invitó a uno de sus salones. Todos sus alumnos habían leído mi novela Seft y Carámbura y se saben mucho mejor que yo los meandros de esa narración.
Yo parecía el mal lector (la escribí hace mucho) y ellos los especialistas.
Hice una charla breve, luego ellos me leyeron textos que han escrito a propósito de mis libros y después me sometí a una ráfaga intensa de preguntas.
Al final, me pidieron que les autografiara sus cuadernos, sus libros. A un grupo de cuatro les fue cedido el lugar en la inquieta cola, porque ya tenía que irme y había aún varios en espera de mi firma, de alguna línea escrita con premura.
Uno de los cuatro me explicó:
—Queremos, Héctor, que este autógrafo sea especial. Es para Andrés.
Se hizo un silencio extraño.
—¿Quién es?
—No vino, ya no está con nosotros.
—No entiendo, ¿por qué es especial, entonces?
—Porque él fue quien más insistió a la maestra para que te invitara. Estaba muy emocionado. Quería conocerte, tomarse una foto contigo.
—¿Y por qué no vino?
—Murió el mes pasado.
El silencio fue mío.
—Y nosotros le vamos a llevar lo que le escribas a su mamá, para ella se lo lleve a él, hasta su tumba.
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Hasta el número 127 o 128, Casa de citas apareció en un diario físico, impreso, cada lunes durante más o menos tres años. La mandaba, una vez publicada, a un círculo de amigos lectores. A partir de que apareció en Chiapas Paralelo, mandé un correo a mis contactos para decir que saldría cada martes aquí. Escribí al final de mail: “Ahora sí que, como decían en el comercial de Rarotonga (sólo sabrán de qué hablo los que rebasen los 40): Hazla tuya cada martes.”
Mi hija Nadia Carolina, que es una de mis lectoras, me precisó: “No sólo los que rebasen los 40, también los que hayan escuchado la canción de Café Tacuba”. Tiene razón, por supuesto. El comercial de Rarotonga (cómic de Yolanda Vargas Dulché, que leí de niño), una mulata de pelo ensortijado, pupilas verdes y cuerpo —nunca mejor dicho— dibujado a mano, era mucho más directo (lo mismo que la canción de los Cafetos): Hazme tuya cada martes.
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En ninguna circunstancia olvides el célebre dictum:
“En literatura no hay nada escrito”
Augusto Monterroso
Porque la mente (al menos la mía) guarda demasiadas cosas tontas en su archivo, cuando murió Carlos Fuentes, el narrador más importante de México (pese a sus irregularidades), el más ambicioso en sus búsquedas y concreciones, el más internacional, lo primero que pensé fue que en el volumen —que cualquier interesado en el tema conoce o debiera conocer— Protagonistas de la literatura mexicana, de Emmanuel Carballo, se cerraría el único paréntesis abierto.
La primera vez que lo compré y lo leí, en 1986 (SEP, Lecturas mexicanas 48), Fuentes cerraba el volumen, pero no habían optado por poner las fechas de nacimiento y muerte. En la segunda edición (2005, Alfaguara), que compré y leí de nuevo, me llamó la atención ese hecho.
Carballo mezcla ensayo y entrevista, luego de la lectura puntual de la obra de sus entrevistados. Es un gran libro el suyo. Arranca con los del Ateneo de la juventud y concretamente con José Vasconcelos (1882-1959), pasa con Martín Luis Guzmán (1887-1976) hasta llegar a Julio Torri (1889-1970); sigue con El colonialismo y dos de sus exponentes; luego están Los contemporáneos, entre ellos José Gorostiza (1901-1973) y Salvador Novo (1904-1974); después analiza y entrevista a los Narradores de la Revolución y posrevolucionarios, entre los que se cuentan Agustín Yáñez (1904-1980) y Mauricio Magdaleno (1906-1986); al final, Los nuevos maestros: Paz (1914-1998), Garro (1916-1998), Rulfo (1917-1986), Arreola (1918-2001), Castellanos (1925-1974) y Carlos Fuentes, 1928. Así nomás.
Para la siguiente edición ya dirá, tristemente, Carlos Fuentes, 1928-2012.
Machetazo a caballo de espadas, Carballo es entrevistado por Marco Antonio Campos en De viva voz, entrevistas con escritores (Premiá, 1986) y aunque no habla bien de muchos, su opinión sobre Octavio Paz es definitiva (p. 93): “Fue muy importante también el regreso de Paz a México. Sin Paz no hubiéramos hecho lo que hicimos: fue toda nuestra inspiración y nuestro motor. Paz era brillante; a todo lo que tocaba le confería un nuevo prestigio intelectual”.
Dentro de las 20 entrevistas, no sólo a mexicanos, está la del propio Paz y habla de su interés como poeta (p. 12): “Escribir una poesía que no fuera puramente de sensaciones ni puramente filosófica. El pensamiento tiene que encarnar y la sensación tiene que volverse reflexión”.
Sobre la dificultad de que un escritor escriba mal sobre los políticos y la política, habla el escritor guatemalteco Augusto Monterroso, quien vivió y murió en México (p. 143): “Cuando digo política lo digo en el sentido en que lo entiende la gente sencilla: la represión, el temor a la policía […], la corrupción, la falta de libertad para leer o ver, ya no digamos para escribir. En la mayor parte de los países latinoamericanos la política ha terminado por convertirse simplemente en esto: en matar o ser muerto, en hablar o estar preso, en oponerse o estar desterrado.
Y ante otra pregunta sobre escritores en EUA e Inglaterra, responde (p. 144): “En Inglaterra y en los Estados Unidos las ideas de Rusell podían ser perseguidas, pero no sus testículos. Si usted tiene ideas en los países de que hablé antes, la policía no persigue esas ideas, no le importan ni las entiende: persigue sus testículos y hará todo lo posible por arrancárselos”.
La revista de circulación nacional Tierra Adentro (Abril-mayo 2013, número 181) decidió hacer un homenaje a Monterroso (1921-2003), en su décimo aniversario luctuoso. Invitaron a varios escritores del país, entre ellos a mí, para que escribiéramos fábulas (me publicaron tres), dada la refrescante forma en que él las actualizó, con su humor punzante, con su ironía. Una de las más famosas (de hecho así titula uno de sus libros) es La oveja negra. Yo escribí ésta sobre su contraria (p. 23):
La oveja blanca
Héctor Cortés Mandujano
Le hubiera gustado ser rebelde, revolucionaria, desafiante de todo lo establecido. Pero nació blanca y no negra, de modo que por más que buscara pertenecer a los grupos extremistas se le desdeñaba, se le hacía a un lado.
No iba a ceder en su decisión de volverse un peligro para el status quo, así que se metió en un salón de belleza y pagó el mejor tinte para lucir ante los demás, con la frivolidad de siempre, su nuevo look de oveja negra.
Contactos: hectorcortesm@hotmail.com
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