¿A qué aspiran los petroleros?
Dice Gabriel Zaid: “El aspirantismo desperdicia a las personas competentes: las reduce a competidoras. En vez de que actúen en lo que está a su cargo en beneficio del país, se dedican a destacar en la competencia por llegar a más… Los que están en la función x no se ocupan de x, sino de cuidarse las espaldas, mientras compiten por la función xx, más importante y mejor pagada, donde supuestamente harán más y mejor por el país. Pero, si llegan, no hacen más y mejor: se dedican a politiquear para trepar a la función xxx, todavía más importante… ¿A qué horas pueden ocuparse de lo que hace falta en el país, si tienen que estar en el candelero de las relaciones públicas, en la oscuridad de los golpes bajos, en la angustia de equivocarse y perder?
Después de abrevar de la sabiduría de Gabriel Zaid, la respuesta a la pregunta que sirve de título a este artículo podría responderse con varias perogrulladas: los petroleros aspiran a saber, con pelos y señales, dónde se esconde todo el petróleo y el gas que contiene en sus entrañas la Tierra; aspiran a extraer hasta la última gota los hidrocarburos existentes; aspiran a producir todo el combustible que demanda el transporte, todo el gas y todos los petroquímicos que se requieran en la industria y en los hogares.
El aspirantismo de los petroleros (me refiero a los hombres y mujeres por cuyas venas corre chapopote en vez de sangre) es completamente ajeno a la empleomanía, esa horrible deformación que José María Luis Mora define como “la propensión insaciable del hombre a mandarlo todo y a vivir a costa ajena con el menor trabajo posible”. Tampoco voltea la mirada a la escalinata de las altas esferas de la burocracia. No están -siguiendo a Gabriel Zaid- en la posición x, pensando en cómo brincar a la xx, mientras se preparan para dar el gran salto a la xxx (lo hizo Jorge Díaz Serrano, fracasó y lo pagó carísimo). Los petroleros ambicionan vivir una larga vida de petroleros. Les fascina estrechar los límites del mundo, el vértigo de la velocidad que produce la materia a la que son adictos.
El 2004 fue su mejor año: produjeron tres millones trescientos mil barriles diarios de crudo, la producción más elevada de la historia. Y a un costo bajísimo, de sólo tres o cuatro dólares por barril. Aunque, para lograrlo, lo único que hicieron fue meterle muchísima presión a Cantarell, el súper yacimiento de la sonda de Campeche: de ahí salió más del 65 por ciento de la producción total. Lo inflaron tanto que comenzó a decaer, más rápido de lo previsto treinta años atrás.
Desinflado el gran Cantarell, a partir de 2005 la producción de crudo se derrumbó, en caída libre, hasta tocar fondo en el 2009, con menos de dos millones y medio de barriles diarios. Aquello fue una sacudida para los petroleros. El brusco despertar de un dulce sueño. La plácida época del petróleo fácil había terminado. Era urgente detener la caída de Cantarell, encontrar el modo de exprimirle las tripas. Pero también apremiaba buscar otros campos, descubrir nuevas tecnologías, rascar debajo de las aguas someras, fragmentar yacimientos, meterle presión a los pozos e impedir que el agua, la arena y la sal se mezclaran con el petróleo y el gas. Y abrir caminos, construir ductos, cuidar el entorno, acordar con las comunidades, detonar la economía local, dar un nuevo impulso a las ingenierías, a las ciencias de la Tierra, al ímpetu empresarial. Porque el petróleo es también la columna vertebral de nuestra economía, según lo ilustran estas cifras: la extracción de crudo y gas representa el ocho por ciento del PIB; el 89 por ciento de la energía del país es generada por los hidrocarburos; Pemex aporta un tercio de los ingresos del erario federal e invierte más que juntas todas las empresas nacionales que cotizan en la bolsa de valores.
El año pasado la producción se estabilizó en dos y medio millones de barriles diarios, de los cuales Cantarell ya sólo aportó la quinta parte. Y ahora van de nuevo hacia arriba. Yacimientos nuevos han entrado al quite, algunos recién descubiertos y otros a los que se ha regresado con mejores herramientas. Los petroleros han recuperado el aliento y el orgullo, pero no bajan la guardia ni se duermen en sus laureles. Saben que Cantarell fue un regalo de los dioses, un espejismo cegador.
Tan cegador, que en el 2005 apenas restituyeron el 26 por ciento de las reservas probadas. La producción caía y las reservas también. Ahora, ya con las mentes serenas y despejadas, recuperan el 80 por ciento de las reservas probadas. No tienen dudas de que hay petróleo para medio siglo. Ni de que podrán exprimirlo de las rocas durísimas, a miles de metros bajo el mar.
Los petroleros están hechos con la misma madera que las enfermeras que hacen eficaces a los hospitales, porque sólo aspiran a cumplir su función: curar a los enfermos.
Saúl López de la Torre
saul-1950@hotmail.com
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