Patria, amor y muerte

Casa de citas/ 135

El gobierno del Estado moderno no es más

que una junta que administra los negocios

comunes de toda la clase burguesa.

Carlos Marx,

citado por Saúl López de la Torre

1

Un hombre viejo aparece en las primeras líneas y nos dice sin ambages: “Me llamo Nicolás Reyes Nucamendi. Y no entiendo el sentido de la vida si no estoy junto a mi mujer, Paulina Pérez Hernández, a quien estoy ligado como el agua de los ríos a su cauce”.

Luego de contarnos en síntesis sus alegrías y sinsabores (tuvo cinco hijas, tres murieron), nos dice que es un maestro normalista rural jubilado, que está en una silla de ruedas y ha tenido un infarto. Tiene 74 años y, como el Horacio de Hamlet, que queda vivo porque el Príncipe de Dinamarca le pide que cuente su historia, nos dice que esperaría tranquilo el infarto definitivo (p. 21) “si no hubiese prometido escribir esta historia de guerrilleros y oprimidos a mi amigo Ángel Martínez Áhrens”, alias el Güero Martínez.

2

La casa de bambú, una historia de agravios y rebeliones (Cal y Arena, 2011), de Saúl López de la Torre, aunque se declara novela, es decir ficción, chorrea humanidad. Los personajes —a los podríamos sin problemas llamar personas, tal su descripción, tal su respiración en cada página— sienten el amor hasta llegar al sexo apasionado; sienten la vida hasta llegar a la muerte violenta, brutal, sin medianías.

Héctor Cortés Mandujano en la presentación del libro de Saúl López de la Torre, La casa de bambú

Héctor Cortés Mandujano en la presentación del libro de Saúl López de la Torre, La casa de bambú

Dice Stephen Vizinczey, en el segundo de “Los diez mandamientos de un escritor” (Verdad y mentiras en la literatura, Grijalvo, 1992: 9): “Nunca me siento ante una página en blanco para inventar algo. Sueño despierto con mis personajes, sus vidas y sus luchas, y cuando una escena se ha desarrollado en mi imaginación y creo saber qué han sentido, dicho y hecho mis personajes, tomo pluma y papel e intento relatar lo que he presenciado”.

Ese mandamiento parece seguir López de la Torre: ha estado al lado de la cama de quienes tienen sexo y ayudando a preparar la comida y pegado a la persona que hace o deja de hacer y en medio de las matanzas, y tal como vio los hechos, cuenta (p. 108): “La batalla no duró más de media hora, con un saldo de ciento setenta y tres muertos, siete indígenas y todos los soldados y oficiales, y nueve heridos, entre ellos un perro que recibió un rozón de siete setenta y dos en la cadera, al prender con sus fauces la garganta de un sargento”.

Y (p.112): “En la siguiente semana, once indios con aptitudes de mando fueron descuartizados a machetazos, cuatro a pedradas y garrotazos, cinco ahogados en el río y siete colgados de árboles muy altos, con las cuerdas amarradas al pescuezo y a los genitales. A todos les cortaron la lengua y les vaciaron las vísceras y los ojos”.

Y (p. 94): “Camilo fue el primero de catorce hermanos (cinco mujeres y nueve hombres). Dos varoncitos murieron antes de caminar, a consecuencia de una combinación fulminante de paludismo, desnutrición y diarreas; una niña, de viruela, semanas después de cumplir dos años; y otro varón, a los siete años, desnucado al caer desde lo más alto de un árbol”.

Nada mejor que estas citas para enseñar el botón de muestra del relato minucioso de qué comen, cómo hacen el amor y cómo matan, cómo se visten, qué sienten cuando son torturados y qué piensan Nicolás Reyes Nucamendi, el Güero Martínez, Camilo, Espiridión, Ponciano Ruiz, Josefina Ángel, Toña, el coronel Morales, Jacinta, los Pepes (el padre y el desertor) y una galería extensa de opresores y oprimidos, porque la gente que deambula en La casa de bambú pertenece a uno de dos bandos: o son burgueses –la historia está permeada de ideología– y por lo tanto defienden hasta sus últimas consecuencias sus privilegios de ponerle la bota encima a quien sea, su dinero, su poder de humillación a los demás, o son revolucionarios y por lo tanto defienden a los pobres, a los desposeídos, aunque haya que pagar el precio de vivir en la clandestinidad, sin tener nexos familiares, sin ninguna duda de poner la vida para ayudar a los otros, a los que piensan como ellos, a los que son como ellos. Y en esta guerra sin cuartel (tú mataste a los míos, yo mato a los tuyos), lo que más hay es brutalidad, saña del hombre contra el hombre; lo que más surge a borbotones es sangre de uno y de otro ejército, de una y de otra clase.

3

¿Quién puede escribir esto? Alguien que conozca de lo que habla, como aconseja cualquier escritor que quiera dar un buen consejo. Saúl López de la Torre fue guerrillero —lo cuenta a detalle en su primer libro, Guerras secretas (Artefacto, 2002)— y ha sido alto funcionario; estuvo en Lecumberri y puede, ahora, comer en buenos restaurantes; ha estado en la sierra de Guerrero, con la célebre guerrilla de Lucio Cabañas, y ahora vive en el Distrito Federal. Conoce, pues, los mundos en los que trascurre La casa de bambú y es un observador agudo, un hombre memorioso e inteligente al que no le tiembla la mano para describir la saña de las ejecuciones y la tortura, ni se pone cursi al mostrar la ternura, la solidaridad, el amor; por eso se le ve nadar con fluidez total en este mar de palabras que es su primera novela; un mar donde hay poca paz, donde los peces no tienen miedo a los tiburones, donde las olas nunca se calman.

La pluma de Saúl puede penetrar en los corazones y cerebros de sus personajes, pero también sale y desbroza, en perspectiva, la historia de México, la que regularmente no aparece en los libros que leen los niños cuando tienen clases. La casa de bambú es adentro y afuera; lo objetivo y lo subjetivo, la vida en clave del autor (y de personas muy cercanas a su corazón) y el pasado y presente de los pueblos de México.

La fantasía corre en paralelo con la historia real del país: por un lado, gobiernos que hacen sus negocios sin preocuparse por los pobres y, por otro, formación de cuadros guerrilleros; focos de insurrección y nuevos millonarios; contraguerrilla institucional y eliminación de los “enemigos del pueblo”; detención de guerrilleros, torturas, ejecuciones; gente que sale a la calle a exigir que presenten a los desaparecidos que aparecen para ser encarcelados; una ley de amnistía los libera y nace como opción política una confluencia de organizaciones de izquierda que postula a un candidato para la presidencia de la República, hay fraude en las elecciones, brota de nuevo la insurgencia…

4

Esta novela río es, en uno de sus meandros, la historia detallada de cómo nace, cómo se hace un guerrillero. Está contada, por supuesto, con un punto de vista ideológico. Nicolás Reyes Nucamendi, el narrador, está del lado de la guerrilla y desde esa trinchera cuenta; además, conoce y quiere a los protagonistas desde que eran niños, sabe con quiénes tuvieron su primera experiencia sexual, cómo fueron de estudiantes y en qué momento entró en sus cerebros la idea de liberar al pueblo de la opresión de los poderosos e instaurar un gobierno de y para los pobres.

Aunque cada uno de los XXIII capítulos tiene una y mil historias que valdrían la pena mencionar, hay en el VIII, Ojo por ojo, una tensión muy bien lograda, toda una secuencia cinematográfica que me recordó la espléndida cinta El Padrino, de Francis Ford Coppola (1972), donde Michael Corleone (Al Pacino) ejecuta al gánster Sollozo.

Aquí es Espiridión el que debe matar y mata al coronel Morales, quien se ha arrogado el papel de rey siniestro y pasa por encima de cualquiera, actúa sin piedad (p. 168): “Lo tienen tres días, sin comer y sin tomar agua, hasta que llega el coronel a rebanarle las plantas de los pies con su marrazo, a reventarle los tímpanos a patadas. […] Lo somete de los tobillos con una doble soga corrediza y ordena que lo cuelguen de las ramas de un roble. Espera a que deje de balancearse, lo agarra de las greñas, escupe la cara desfigurada por el dolor silencioso, incrusta dos agujas capoteras con bejucos en el tronco de la lengua y jala, enrollándose los bejucos en los bracitos, con los pies en el aire, hasta arrancársela; le perfora las pupilas con espinas de coyol y le cercena de un machetazo el racimo de los genitales”.

Saúl López de la Torre

Saúl López de la Torre

Este capítulo, digo, es en sí una película que uno puede imaginarse punto por punto y estas matanzas (la del coronel y la de Espiridión, que cae abatido por los soldados) son el punto de quiebre, en la novela, para las emboscadas, las muertes selectivas, los secuestros, las torturas (si bien en medio hay gente que se enamora) que no cesarán ni con la muerte de los muchos caídos en batalla.

Patria, amor y muerte es, para decirlo pronto, el tríptico que se narra, se describe, se goza, se sufre en La casa de bambú.

5

 

No servirán de nada los intentos:

Todo pasó, todo es igual,

todo cambió.

“Epitafio I”,

de Juan Domingo Argüelles

 Esta primera novela de Saúl López de la Torre está escrita con potencia, fuerza, valor, garra; se nota en cada palabra su energía, su placer, su alegría, su dolor por lo que está contando. Tal vez fue por eso que en algún momento le comenté (privilegios de la amistad, leí el borrador) que La casa de bambú era un título muy suave para una historia tan fuerte. Él me contestó que ese título lo tenía pensado desde mucho antes de que escribiera el libro, que era un sueño largamente acariciado. Y hay pocas cosas tan bonitas como un sueño hecho realidad. Una realidad, ésta, de 475 páginas palpitantes, vivas, llenas de coraje, de pasión, de solidaridad, de riqueza verbal e imaginación, de patria, amor y muerte, con un final que es el mismo tiempo un comienzo. Y allí esta novela deja de ser un sueño y toca la piel sensible de nuestro México, tal vez con la intención de despertarlo.

 

* Texto leído por el autor, el 23 de septiembre de 2013, en la presentación de la novela La casa de bambú, una historia de agravios y rebeliones (Cal y Arena, 2011), dentro de la 2ª. Muestra Internacional del Libro Chiapas-Centroamérica, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

 

Contactos: hectorcortesm@hotmail.com

 

 

 

 

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