La vulnerabilidad de la pobreza y los desastres naturales

                «No puede haber una sociedad floreciente y feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados», Adam Smith

La Secretaría de la Estrategia Internacional para la Reducción de los Desastres de Naciones Unidas (EIRD/ONU) se pregunta: ¿Qué es un desastre natural?

Un desastre natural es lo que sucede cuando la ocurrencia de un fenómeno natural afecta a un sistema social vulnerable. Los fenómenos naturales en sí no provocan necesariamente desastres. Es solo su interacción con la gente y su entorno lo que genera impactos que pueden llegar a tener dimensiones catastróficas, dependiendo de la vulnerabilidad de las poblaciones en la zona.

¿Qué es la vulnerabilidad a los desastres?

La vulnerabilidad a los desastres es una condición producto de las acciones humanas. Indica el grado en que una sociedad está expuesta o protegida del impacto de las amenazas naturales. Esto depende del estado de los asentamientos humanos y su infraestructura, la manera en que la administración pública y las políticas manejan la gestión del riesgo, y el nivel de información y educación de que dispone una sociedad sobre los riesgos existentes y cómo debe enfrentarlos.

Es decir, en la actualidad se cuenta con todo el instrumental tecnológico que permite gestionar los riesgos en relación a los desastres naturales. Un país como Cuba que permanentemente es azotado por huracanes, en donde no muere casi nadie, se puede discrepar, pero esa es una realidad evidente. En México no es así, aquí cada desastre ocasiona muchas víctimas.

No había escrito acerca de los fenómenos naturales porque esperaba que alguien lo hiciera con el fin de evidenciar la vulnerabilidad que produce la pobreza, pero no he visto comparación entre fenómenos naturales y efectos diferenciados a causa de la pobreza; se dice que los desastres no son naturales, sino los fenómenos que los producen. Algunos obedecen a causas de natura y otros son causados por acciones humanas que alteran el comportamiento normal de localidades, ciudades, regiones, países o el planeta entero, como el cambio climático, por ejemplo. Hay acciones humanas que hacen que los fenómenos naturales se expresen con mayor crudeza y causen más daño, como sucede en Chiapas con la deforestación y la erosión de los suelos (es el caso de los huracanes Mitch, Stan o el minitsunami de Juan de Grijalva, etcétera). Elizabeth Mansilla se ha encargado de estudiar el carácter social de los desastres.

Para ejemplificar lo anterior basta con analizar los terremotos de Haití y Chile. En el primer caso se trata de uno de los países más pobres del mundo y tuvo una magnitud de 7.0 grados Ritcher; en el segundo, el país que tiene el ingreso por habitante más alto de América Latina, tuvo una magnitud de 8.8 grados. Es decir, el terremoto de Chile fue mil veces más fuerte que el de Haití (1.8 grados  por encima de 7 grados significa más de 1000 veces más fuerte). Los resultados: Haití, cerca de 250,000 muertos, y en Chile no llegaron a 1,000, no obstante que dio origen a un tsunami. Eso muestra de manera cruda la vulnerabilidad de la pobreza. Un fenómeno natural es amplificado en función de los niveles de pobreza.

En septiembre de 1998 el huracán Mitch provocó severas inundaciones en las regiones Sierra, Istmo-Costa y Soconusco del estado de Chiapas. La magnitud física del desastre fue tan grande que los periódicos anunciaron la destrucción de la costa chiapaneca desde Tonalá hasta la frontera con Guatemala. Las carreteras Arriaga-Huixtla-Tapachula y Huixtla-Motozintla sufrieron severos daños, al punto de cortarse la comunicación a lo largo de poco más de 400 kilómetros. Más de 3 mil 500 kilómetros de caminos de terracerías quedaron inutilizados; 22 puentes sobre los que cruzan la carretera costera se rompieron, haciendo imposible el paso de un lado al otro. El efecto inmediato provocado por esta destrucción fue el aislamiento de ciudades, pueblos y rancherías a lo largo de toda la costa, por lo que fueron insuficientes los 65 helicópteros que estuvieron a cargo de la distribución de víveres, agua y medicamentos en la zona.

Los poblados más próximos a los ríos recibieron la descarga de miles de metros cúbicos de material. Comunidades enteras fueron cubiertas por el lodo. Cientos de pequeños poblados fueron afectados, miles de hectáreas agrícolas fueron inundadas o destruidas.

Entre 481 y 616 se estimó el número de comunidades afectadas. Las inundaciones mantuvieron aisladas a 353 comunidades, incomunicando a cerca de 500 mil habitantes. Ochenta comunidades resultaron totalmente inundadas por el desbordamiento de los ríos, lo que ocasionó entre 280 mil y 400 mil damnificados. Según una estimación preliminar de daños materiales, 25 mil viviendas resultaron afectadas en diferentes grados, por lo que poco más de 100 mil personas buscaron refugio en albergues en los días inmediatos al desastre y murieron más de dos centenas de personas.

Jorge López

Chiapas: Impacto del Huracán Mitch, 1998

Otro caso ilustrativo, cercano para nosotros los chiapanecos que fue objeto de análisis por nuestro amigo alemán Stefan Alscher, quien escribió el artículo: “Sobre hoteles, huracanes y desesperanza: desastres naturales y migración en el sureste mexicano”, como parte de un proyecto más amplio con financiamiento de la Unión Europea.

“En la madrugada del 4 de Octubre 2005 el huracán Stan toca la costa del Golfo de México en el sur del estado de Veracruz, con vientos de 130 km/h y se mueve, ligeramente debilitado, hacia tierra adentro como tormenta tropical. En el momento de tocar tierra, Stan está clasificado como hurracán de la categoria 1, la más baja de la escala Saffir-Simpson, pero son las precipitaciones masivas las que causan el mayor daño. Dentro de pocos días caen cerca de 500 mm de lluvia (lo que equivale a 500 litros por metro cuadrado). Sobre todo Veracruz, Puebla, Oaxaca y Chiapas fueron afectados por inundaciones y deslaves devastadores. La dimensión de la catástrofe se ve pocos días después de que las tormentas se calman. Cerca de 1.9 millones de mexicanos sufren daños causados por la tormenta, 173 mil viviendas están dañadas, más de 2,200 casas completamente destruidas (La Jornada, 9.10.2005) y cerca de 370 mil personas tienen que salir de sus comunidades. El daño económico se cifra en 3 mil millones de dólares (Munich Re, 2008).

Las zonas más afectadas son amplias partes del estado de Chiapas,[1] el estado federal más pobre de México, conocido a nivel global por el conflicto entre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el ejército mexicano. Las regiones chiapanecas de Costa, Sierra y Soconusco están completamente aisladas por varios días, ya que puentes e incluso carreteras fueron derrubiados. Docenas de colonias populares de la ciudad fronteriza Tapachula son víctimas del desborde de los rios Coatán y Coatancito. Las autoridades tienen que cortar temporalmente el suministro de energía eléctrica por razones de seguridad. La ausencia de órganos de control, junto con la usura de algunos negociantes resulta en saqueos espontáneos. Más arriba, en las montañas, la situación no está mejor: pequeños arroyos se transforman en ríos, deslaves devastadores siguen después de las lluvias masivas. No sólo los caminos de acceso están sepultados, sino plantaciones enteras desaparecen con las masas de tierra y lodo. La base de vida de la población afectada, dependiendo sobre todo de la agricultura, fue destruida y no es recuperable, ya que las capas fértiles han sido derrumbados. En vista del uso agrícola de laderas y de la tala (legal e ilegal), la propensión de deslaves aumentó considerablemente”. Murieron más de 1600 personas, la mayoría en Guatemala, en México unas decenas.

Actualmente con los recientes acontecimientos de los huracanes: “Ingrid” y “Manuel” la historia se repite, se llevan más de 140 muertos, cientos de miles de damnificados y la destrucción del patrimonio familiar de los más; además, desapareció el pueblo La Pintada por un deslave.

Lo cierto es que en Guerrero y otras entidades afectadas no se alertó a la población de la gravedad del problema, ni se evacuaron zonas de riego, se dejó al libre arbitrio y los resultados están a la vista. ¿Quién es responsable de que los huracanes hayan causado tantas víctimas? Como siempre: nadie. Eso si algunos funcionarios se frotan las manos por el Fondo de Desastres Naturales  (Fonden), que les permite robar y lucrar con las desgracias ajenas, es lamentable pero así es. Seguramente hasta hubo funcionarios en Chiapas que se preguntaron para sus adentros: ¿Por qué en Acapulco y no en Tuxtla o Tapachula?

Efectivamente podemos decir que si bien los gobiernos no son responsables de los fenómenos hidro-meteorológicos o de los desastres mal llamados naturales, pero sí deben ser responsables de la prevención de sus efectos y la minimización de los riegos.

Sí, las desgracias afectan de manera desigual, y se ceban en los más pobres por ser los más vulnerables. La reconstrucción también es diferente, pues los lugares más pobres tienen, por general, gobiernos incompetentes y corruptos y éstos hacen de los desastres una forma de enriquecerse.

 


[1] Midiendo tanto el daño económico como las defunciones, los países centroamericanos Guatemala, Honduras y El Salvador eran más afectados que el sureste mexicano. Sin embargo, esta contribución se limita al territorio mexicano.

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