Los corruptores de la esperanza
No todo se puede, dice justificándose una funcionaria, otrora respetada activista. Hay que tener paciencia, dice un senador antes miembro de la sociedad civil. Ambos buscan sin éxito explicar por qué desde su llegada al poder han cedido, una y otra vez, en nombre de lo que sí será posible a futuro.
Se han convertido en víctimas de la paradoja del poder formal al que accedieron creyendo que desde dentro derribarían a la bestia. Pero resultó que la bestia no era un animal bruto y hediondo al que se puede derribar con una espada de justicia y poder civil, sino un espacio de confort, un edificio que da la bienvenida al ego, oficinas lujosas rodeadas de súbditos que rentan su inteligencia al mejor postor.
La bestia por dentro es una nube gloriosa, un banquete en el que en aras de una falsa civilidad todo se pacta; donde los principios y los valores quedan fuera. Importa la imagen, no el contenido; importa el discurso, no la realidad.
Así, la bestia de la política de Estado poco a poco les abriga, contrario a lo que creemos, no les engulle. Porque aunque es mentira que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, lo que les va llevando hacia ese oscuro rincón donde la mentira se convierte en profesión y el robo en deporte, es su voluntad, es la fascinante sensación de bienestar que aporta un ego sobrealimentado, ego que se convence de la supremacía que le confieren sus privilegios, sus canonjías y mirar su fotografía en los diarios declarando cualquier cosa.
Les debilita moralmente la posibilidad de pertenecer a esa élite que lo controla todo. Descubrirse de pronto con el pueblo a sus pies (el pueblo de un ayuntamiento, el de un estado o el de un país).
Dentro de la bestia que conduce al Estado hay pilotos y copilotos, hay corruptores y corruptibles, hay manipuladores e imbéciles. No hay complot sino estrategia; porque lo importante es adquirir más poder para controlar mayor territorio.
Poder para comprar simpatías de medios de comunicación, para asesinar disidentes, para que nada cambie en esa nube linda desde donde se inventa la máscara de un país entero.
Aunque está claro que no todos los hombres y mujeres que acceden a la política lo hacen con las mejores intenciones, la sociedad sigue creyendo que al menos algunas cosas cambiará su candidata o candidato.
Votan creyendo que si es mujer trabajará para mejorar la vida de las mujeres, como si cuerpo de mujer garantizara comprensión del patriarcado y batalla contra la discriminación. Engañadores y engañados. Ilusionistas e ilusas.
Uno de los grandes méritos de un Estado represor, corrupto y corruptor, es el de hacer creer a las personas que se merecen el caos, que son víctimas propiciatorias de su propia tragedia, culpables de que su gobierno no funcione.
Son ellas y ellos, funcionarios con verdadero poder quienes hacen su mayor aportación a la fiesta de máscaras en que mentir es casi una religión y creerse las mentiras, para muchos, la única salida frente a la angustia del sinsentido.
Las y los mexicanos que no participamos en este juego no estamos en la búsqueda de lo que no existe; por el contrario vamos tras una posibilidad de probada existencia: la libertad para vivir sin violencia. La libertad para ir día con día por las calles de México sin la angustia de esa normalizada justificación de 39 ejecuciones diarias, mil 721 cada mes.
Esas muertes hiperviolentas que escenifican la crueldad humana en su máxima expresión, la mutilación, la tortura, la decapitación, la violación antes de ultimarlas, representan para el secretario de Gobernación una buena noticia, la justicia, “porque ya los mexicanos no temen salir a las calles”.
Él ordena mantener la ilusión de que la muerte significa bienestar. De que la corrupción no es el cáncer del Estado mexicano.
Ellos, los más sanguinarios son los socios, del otro lado del eslabón estructural, de los gobernantes que se oponen sistemáticamente a arrancar de raíz la corrupción, porque son parte de esa raíz.
Por debajo de la tierra, fuera de la vista de la mayoría, como en una selva inhóspita, las raíces de todos ellos se entrelazan. Unas sobreviven gracias a una relación simbiótica, otras en cambio son parasitarias.
Se vale rebelarse ante el sinsentido; creer que la esperanza no es una locura, que no nos merecemos este país que desde su nube construyen los corruptores. Cada día algunas elegimos transparentar la construcción de la mentira nacional, porque nos merecemos este país, pero no estos gobiernos.
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