El espíritu olímpico
#ParaleloOlímpicoParis2024
En realidad, los Juegos Olímpicos no deberían existir ya. En un mundo interconectado, globalizado en todas sus extensiones, donde supuestamente las fronteras nacionales son ya una obsolescencia, el escenario donde se dirimen deportivamente los países del mundo no deja de ser raro en estos tiempos.
Opacado siempre por las justas deportivas mediáticas, las cuales el sentido de identidad pasa por el porte de las grandes marcas patrocinadoras y los clubes de militancia, como lo es la Champions Ligue, el Super Bowl, la Copa Libertadores y la Euro Copa, las Olimpiadas no generan a priori un vínculo estricto deportivo en cuanto a la expectativa que debería generar.
Se opaca, si, hasta que aparece en nuestras pantallas y de pronto todo el mundo habla de ello y los mensajes de las “hermandades” entre naciones, sale a flote sin misericordia.
En ese sentido, el impacto se define también mediático. Pero, a favor de la demostración ética de los valores perdidos de la humanidad materializado en la justa olímpica, sobresale el llamado “espíritu olímpico”. Esa idea vaga y difusa de encarnar deportivamente “algo” que supone es transversal a cualquier sentimiento colectivo.
Lo que mas sobresale en ese discurso es lo que hace especial a estos juegos. El llamado ético, se insiste, de valores como la solidaridad, la honestidad, la dignidad nacional, se pone a juego emocionalmente durante el tiempo que transcurren las olimpiadas y toca profundamente nuestras fibras, porque es eso: un recordatorio a la nueva e inacabable posibilidad de seguir siendo humanidad. Por eso, nadie queda exento de esa “espiritualidad”; nos sabemos parte y posibilitamos que suceda.
En el mundo de hoy, altamente guerrerista, donde la paz mundial (como nunca antes en los tiempos recientes) pende de un hilo, la arenga olímpica sirve de algo. Muchos dirán que es otra farsa publicitaria más, pero lo cierto es que nadie se vuelve ajeno. Ya muchos deportistas de élite han destacado la diferencia entre ganar eventos mundiales y una medalla olímpica, porque lo que representa se propone desde una colectividad (un país), una identidad (el ser nacional), un prototipo heroico (ganar por una nación).
La pregunta es, si los valores olímpicos, con la escenografía icónica griega de la flama perpetua, soportan la tendencia necropolítica que acusan los tiempos actuales. No es fácil de predecir, tampoco es que no haya salida. Los discursos políticos siempre engloban toda acción, por muy sana e inocente que sea. Pero por eso la flama. Hay una esperanza, eso es lo que nos indica.
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