«No se puede ni respirar duro»: hondureño que viajó en un contenedor
En el 2020, Reynaldo salió de Honduras rumbo a Estados Unidos. Viajó junto a dos familiares, y en México se les acercó una persona para ofrecerles una forma más rápida de avanzar: «empacarse» en un contenedor junto a decenas de personas más. Una investigación encabezada por Telemundo y el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), en la que participa Contracorriente, revela que este tipo de transporte para migrantes indocumentados es común, y muchas veces cuenta con la complicidad de las autoridades.
Texto: Allan Bu /Contracorriente
Fotografía: Jorge Cabrera y Amílcar Izaguirre
A Reynaldo*, un campesino de Ocotepeque, en el occidente de Honduras, le dieron una indicación clara y precisa: no hacer ruido ni siquiera con la respiración, mientras viajara en esa caja.
Días antes, él había decidido tomar la ruta migratoria junto a dos de sus primos, luego de quedarse sin trabajo por efectos de la pandemia de Covid-19. Los tres iban avanzando por cuenta propia, pero en México conocieron una persona, a la que Reynaldo llama «amigo», quien amable y convenientemente, les contó de un transporte en el que podían avanzar más rápido y de forma segura.
Así, Reynaldo y sus familiares acabaron amontonados con decenas de personas más en ese contenedor, donde debió guardar absoluto silencio. Allí adentro el frío era intenso y los coordinadores no les permitían comer, y ni siquiera atender ninguna necesidad fisiológica. Cada persona se sentaba entre las piernas de quien estaba detrás de ella, formando cuatro hileras de cadenas humanas a lo largo de la caja. Permanecieron así durante 11 horas.
Esta técnica de transportar personas ensartadas una con otra es antigua; viene desde los tiempos en que trajeron a los esclavos de África en barcos a América.
Fuente: https://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.9612/ev.9612.pdf
Historias como la de Reynaldo se han vuelto comunes en los últimos años. A miles de migrantes, incluidos hondureños, los suben a contenedores para cruzar el territorio mexicano. Hay circunstancias que cambian, como las horas del viaje, el precio, la forma de abordarlos, pero siempre hay dos constantes: la organización de estos viajes está a cargo de las redes de tráfico de personas, y suele haber complicidad de funcionarios estatales, especialmente en México.
Durante los últimos cinco años se han reportado 159 casos de contenedores abandonados o detenidos que transportaban 18,921 migrantes. Estas cifras provienen de una base de datos construida por el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP) y Telemundo, que recogió los comunicados del Instituto Nacional de Migración de México, registros de prensa y otras noticias, donde figuraban personas migrantes que viajaban en tractocamiones accidentados, detenidos o abandonados. Según estos datos, Honduras es el tercer país con más migrantes registrados en estos casos, más de 2,339, solo superados por los 7,781 viajeros provenientes de Guatemala. (Ver historia principal de esta alianza).
En los últimos cinco años, las cifras totales de detenciones reportadas por la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos no indican una gran diferencia entre detenciones de guatemaltecos —888,511— y hondureños –858,114—; ambos países ocupan el segundo y tercer lugar en la lista de detenciones. Con 2,735,858 personas detenidas, México es el país con el mayor número de aprehensiones en el período mencionado.
Hay miles de personas queriendo llegar a Estados Unidos, y apenas una parte logran cruzar la frontera sin ser detectadas por las autoridades estadounidenses. Esta gran cantidad de personas en movilidad y las dificultades para traspasar la frontera estadounidense en forma legal han propiciado que el tráfico de personas sea un negocio que mueve miles de millones de dólares. Sus tentáculos están por todos lados.
Reynaldo fue abordado por quienes le ofrecieron este transporte cerca de la Ciudad de México, pero hay muchos otros migrantes que contratan los servicios de las redes de tráfico de personas desde que salen de sus barrios o pueblos de Honduras. Los coyotes les ofrecen un viaje lleno de comodidades que habitualmente no cumplen. Cambian las dinámicas de traslados: usan carros particulares, autobuses, caminan, y en los últimos años, el hallazgo de varios contenedores llenos de migrantes sugiere que las organizaciones criminales dedicadas al tráfico de personas están utilizando a gran escala este tipo de transporte.
Arriesgar la vida en un tráiler para cruzar México resulta muy caro para el bolsillo de los migrantes. Desde Honduras hasta Estados Unidos, una persona puede pagar a los coyotes hasta 14,000 dólares. Reinaldo solo contrató una parte del servicio, alrededor de siete horas en un contenedor que le costó 600 dólares. Abordó en el D. F. y lo dejaron en Monterrey, México, a unas siete horas en auto de la frontera con Estados Unidos.
En la Gran Terminal de San Pedro Sula, Donnys, un agricultor que abandonó el país en diciembre de 2023, dijo que él había escuchado de tráilers que transportaban personas, pero eso era algo que él no podía pagar. «Sí, he escuchado, pero esas personas llevan dinero. Uno que no puede, se arriesga a otras cosas, como caminar o pedir jalones. En ese camino, todo es un rifón. Vaya caminando, en carro o como sea, uno se encomienda a Dios, él es el de todo», dijo, mientras cargaba una mochila, la única posesión que lo acompañaba al momento de comenzar su aventura.
El encierro
A Reynaldo lo entrevistaron reporteros de Contracorriente, miembro de esta alianza periodística, en un fresco atardecer en Ocotepeque, justo frente a una carretera que lleva a la frontera con Guatemala por la que pasan diariamente miles de migrantes hondureños, pero también nicaragüenses, venezolanos, colombianos, ecuatorianos, haitianos, rusos, asiáticos y africanos.
Recordando su viaje en el tráiler, dijo: «No se puede ni respirar duro [con fuerza], usted va sentado en el piso y el compañero va aquí (señala el espacio entre sus piernas); uno solo lleva la mochila chineada», relató. «Así va una sola cadena. Si usted va con tos o gripe, no pueden subirlo porque mucha bulla va ir haciendo. Ahí tiene que ir lo más calladito posible, nada de comer cosas adentro porque hace ruido al comer una galleta o algo así».
A él y a sus primos los subieron a las siete de la noche en un lugar cercano a la ciudad de México, y los bajaron a las seis de la mañana del siguiente día, 11 horas después. Cuando le preguntamos cuántas personas iban, respondió que no tuvo la oportunidad de hacer un cálculo. «Íbamos varios porque organizaron cuatro líneas de punta a punta. Ahí a uno no le queda chance de contar cuántos van. Solo le dicen “súbase”, y eso es todo. Y vamos en la oscuridad», contó.
Pese a que hay registros de personas que han muerto o han estado a punto de morir por asfixia en el interior de estos contenedores, a Reynaldo le indicaron que llevara un abrigo, y de ser posible un gorro, porque el frío se vuelve insoportable. «Quien no llevaba, temblaba de frío en la noche», dijo Reynaldo. «Hay unos que decían “tantos días sin bañarme, aguantando hambre y aquí con este enorme frío”. Y es que ahí va gente de zonas calientes».
Reynaldo recuerda que en el contenedor donde viajó iban cuatro personas armadas de la organización de tráfico de personas que los llevaba. Se ubicaron estratégicamente para mantener el orden, dice el viajero. Los coyotes dijeron con voz fuerte y clara que le «iban a tapar la boca a cualquiera», y por eso nadie se atrevía a desobedecerlos. Esta prohibición abarcaba a los menores, quienes enfurecían a los coyotes cuando lloraban. Reynaldo los escuchó gritar: «tápenle la boca a ese hijuelagran…» y dijeron la palabrota. «Ahí hubo mujeres que lloraban al oír cómo trataban a sus hijos», relata.
Rosa Yanira, otra migrante hondureña que fue subida a un tráiler, junto a sus dos hijos, le contó a Telemundo una historia similar a la de Reynaldo. Llevaron abrigos porque los coyotes advirtieron que el interior de la caja estaría muy frío, pero al final hacía un calor insoportable. Y nadie podía hacer ningún ruido. Recuerda que hubo un momento que se escuchó el llanto de un niño y la madre no pudo calmarlo. Entonces, uno de los «guías» dijo: «o lo callas tú o lo callo yo».
Después del tortuoso viaje, Rosa Yanira fue secuestrada, una suerte que corren cientos de migrantes en la ruta a Estados Unidos. Hay muchos testimonios de vejámenes contra las personas en tránsito, desde muertes en contenedores hasta fríos asesinatos a manos de secuestradores. También hay desaparecidos en el desierto mexicano y mutilados por los trenes. Sin embargo, los hondureños no dejan de salir de su país. En el año 2023, la Patrulla Fronteriza detuvo a 234,799 personas de nacionalidad hondureña en territorio estadounidense.
Y los que alguna vez se fueron y no llegaron, conservan siempre la esperanza de intentarlo nuevamente. Reynaldo, quien estuvo más de 10 horas en un tráiler y lo dejaron cerca de Saltillo, en el norteño estado de Nuevo León en México, fue deportado y quedó sin dinero. La idea de migrar, sin embargo, todavía ronda en su cabeza, dice. Por ahora cultiva maíz y frijoles, y además hace cualquier trabajo para sobrevivir, pero en sus cavilaciones aparece la idea de intentarlo nuevamente: «Eso no se me ha borrado, tengo las ganas de ir a probar nuevamente. Ya cuando uno ha probado lo halla bonito, aunque se aguante hambre y sueño».
Complicidad de autoridades
«Una vez usted en México consiga un coyote o un pollero –como le dicen ellos– pues esta gente lo zampan al tráiler», contó Reynaldo, quien no mencionó que hubieran sido detenidos por alguna autoridad en sus once horas de viaje atravesando medio territorio mexicano.
Esta alianza periodística entrevistó en México a un conductor de tráiler que desde 2013 ha transportado migrantes ocasionalmente en su «jaula» (contenedor). Dice que quizás ha llevado a unos cien.
El conductor dijo que no pertenece a ninguna organización criminal, pero que ellos lo buscan cada tanto —sin oportunidad de negarse— para pedirle que lleve su tráiler «cargado sin carga», como le dicen cuando llevan personas en lugar de pepinos, piñas o sandías. Desde ese primer viaje, el trailero pudo ver la complicidad de las autoridades en este lucrativo e inescrupuloso negocio: «Los nervios te traicionan, el Ejército te para y luego les dices lo que pasa. Hablas por teléfono, entre ellos se comunican, hacen su transa y ya, solo te dicen «puede pasar», contó.
Agregó que si las «jaulas» son detenidas por personal de migración, los traficantes deben pagar por cada migrante 1,000 pesos mexicanos (unos USD 60). El conductor aseguró que si a las redes de tráfico se les pierde un migrante, pierden hasta 4.500 dólares; eso da una idea de la cantidad de dinero que mueven los grupos criminales en este negocio.
En una charla que se impartió a los socios del sitio especializado en inteligencia The Cipher Brief, thecipherbrief.com, el exoficial de la Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) David Fitzgerald aseguró que hay una creciente influencia y coordinación de los carteles del narco en el tráfico de migrantes desde Guatemala hasta la frontera con Estados Unidos.
«Los carteles mexicanos pasaron de operar (el tráfico de migrantes) cerca a la frontera con Estados Unidos, a controlar todo el sistema de migración desde Guatemala», dijo Fitzgerald en esa conversación. «Para algunos carteles, especialmente los carteles mexicanos o el Cartel del Golfo en Colombia, el tráfico humano es tan rentable –o en algunos casos más rentable aún– que el tráfico de narcóticos. Se ha convertido en una operación de bajo riesgo y altas ganancias».
Lo dicho por el conductor de camiones entrevistado coincide con esta visión, y aseguró incluso que ha visto que protegen más el negocio del tráfico de migrantes que el de la droga.
El cónsul de Honduras en México, Héctor Amador, entrevistado por esta alianza periodística, no está de acuerdo. Para él, el tráfico de personas no tiene «ninguna vinculación con los cárteles que se dedican al tráfico de drogas». Esto es un negocio aparte, dijo, y sostuvo que las organizaciones de tráfico de personas sí están ligadas a las bandas de secuestradores, pues en ocasiones abandonan y entregan a los migrantes.
Esta alianza periodística preguntó al Instituto Nacional de Migración y a la Guardia Nacional que cuidan las carreteras para conocer su visión al respecto y contestaran a los señalamientos de complicidad en sus funcionarios, pero hasta el cierre de esta nota no se había obtenido respuesta.
El éxodo no se detiene
En el 2021, fue portada en varios medios latinoamericanos la foto de un niño de dos años, que fue encontrado solitario con el torso desnudo, rodeado de desechos y ropa vieja. A menos de dos metros del niño estaba el cuerpo de un hombre de unos 25 años. El niño se llama Wilder y había viajado con su padre rumbo a Estados Unidos. Fue encontrado afuera de un contenedor abandonado en una carretera del área de Las Choapas, en el Estado de Veracruz.
Según el Instituto Nacional de Migración de México (INM), los migrantes que iban en el contenedor relataron que algunas personas comenzaron a desmayarse por la falta de aire, mientras otros exigían con gritos y golpes en las paredes del vehículo que el chófer detuviera la marcha. Minutos después, se detuvo y uno de los guías abrió las puertas; los que aún tenían fuerzas saltaron al pavimento y huyeron. En el lugar fueron encontradas ocho personas, siete adultos y el pequeño Wilder.
En 2021, según registra la base de datos de esta alianza, hubo al menos 15 casos de contenedores abandonados o detenidos por las autoridades en los que se encontraron 2,910 migrantes, de los cuales 577 eran menores de edad. Hubo 56 muertos en un solo accidente en Chiapas. En los últimos dos años, los casos de personas encontradas viajando en contenedores aumentaron, 4,332 en 2022 y 5,019 en 2023.
Isidro Ladino, a quien todos en su familia le dicen Chilo, salió de Honduras buscando oportunidades. En San José Miramar, un pequeño pueblo en el occidente del país donde viven unas 270 familias, un jornalero ganaba en ese entonces 100 lempiras al día (4 dólares), cantidad que no es suficiente para vivir y mantener una familia; esa fue la principal razón por la que decidió abandonar el país.
Como vimos antes en la historia de Reynaldo, de Ocotepeque, se quedó sin empleo durante la pandemia y quiso llegar a Estados Unidos para mejorar su situación económica.
Gissela, una mujer trabajadora, dueña de dos camiones en Villanueva, ciudad en el norte de Honduras, pagó 25 mil dólares para que un coyote la llevara junto a su hijo a Estados Unidos. No viajaron en tráiler, pero dejaron una vida de comodidades para irse a un país extraño.
Según la Pastoral de Movilidad Humana en Honduras, entre 500 y 700 hondureños salen diariamente del país. En el 2018, en la administración del expresidente Juan Orlando Hernández –ahora juzgado en Nueva York por narcotráfico– se organizaron grandes caravanas en las que caminaron juntas hasta 15 mil personas. Durante el Gobierno de Xiomara Castro no se han formado caravanas, pero la migración de personas hacia el norte del continente continúa.
¿Qué hace un país para que tantas personas piensen que las oportunidades de un futuro decente están a miles de kilómetros de sus fronteras?
«Es bonito trabajar la tierra, pero apenas da para sobrevivir», respondió Donnys, un campesino de Danlí, El Paraíso, cuando le preguntamos en la terminal de San Pedro Sula por qué se iba del país. Al igual que Donnys, muchos migran por la falta de empleos, otros por la inseguridad y algunos por las secuelas de fenómenos naturales como el huracán Mitch(1998) y las tormentas Eta y Iota (2020).
El país no ha podido suplir las necesidades básicas de su población. Desde sus inicios, Honduras ha tenido una débil democracia, con sucesivos golpes de Estado, y no logró una estabilidad electoral hasta 1980.
En esa era «democrática», se realizaron elecciones cada cuatro años, pero los problemas del país siguieron creciendo, como, por ejemplo, la corrupción, que se ha ido incrementando. De acuerdo al Consejo Nacional Anticorrupción (CNA) de Honduras, en el gobierno anterior se perdían al año hasta 60 mil millones de lempiras (unos 2,400 millones de dólares) debido a la corrupción. La economía no ha crecido al ritmo de la población, y la pobreza aún afecta al 63% de los hondureños; la desigualdad está entre las peores de Latinoamérica, y la violencia se ha ido apoderando de las calles. El año 2023 se cerró con una tasa de 30 homicidios por cada cien mil habitantes.
Así las cosas, los hondureños dejan su país, buscando oportunidades para mejorar sus vidas. Se van caminando, en autobuses o en contenedores. Quizás un fragmento de la conversación de Reynaldo encierra mucho de la desgracia de Honduras: «Uno se siente feliz cuando va, aguantando hambre y sueño, sin agua, aguantando de todo, habladas de la gente, malas miradas… pero uno va feliz. El sueño de uno es llegar a Estados Unidos».
*Este no es el nombre real. Lo cambiamos por seguridad.
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