”Es mejor no decir de dónde vienes”: mujeres migrantes indígenas en Monterrey
En Monterrey no todo es progreso. Esta ciudad considerada en México como «más avanzada», carga consigo uno de los atrazos más grandes que hay en el mundo, el de la discriminación, que remonta en nuestro continente, a los primeros años de la Conquista. Tras más de 500 años, la población regia no ha podido descolonizar su pensamiento.
“Cuando escuché la palabra Monterrey, lo primero que pensé fue en progreso. Pensé en que podía vivir en una casa con piso de cemento, mandarle dinero a mis papás y comprarme un carro…”, cuenta Antonia, de 23 años, originaria de San Luis Potosí, que desde hace dos años trabaja como empleada de mostrador en un negocio del centro de la ciudad con mayor calidad de vida en México, donde viven más de 5 millones 300 mil habitantes, pero desde que llegó el dinero solo le ha permitido para pagar la renta donde vive y mandar algo de “dinero a casa”, asegura la joven migrante.
Antonia integrante de la etnia pame, que solo terminó la secundaria en su comunidad Los Olivos en el municipio de Matehuala, vecino a Nuevo León, es una de las 70 mil 551 personas que decidieron dejar su estado para buscar trabajo en otra entidad, entre el 2015 al 2020, según datos de INEGI, reflexiona que en la ciudad “es muy difícil ser mujer migrante e indígena”.
Monterrey es una ciudad con mayor recepción de migrantes que vienen de todo México y en los últimos años, de Centroamérica, que de acuerdo al último censo del INEGI, registró un crecimiento del 92.32 % en presencia de integrantes de grupos originarios, que convierte en la primera ciudad en este rubro a nivel nacional.
Carmen Farías, presidenta de la organización Zihuame Mochilla A.C , fundada en 2003 en Monterrey, detalló que en la zona metropolitana de Nuevo León se ubican 77 mil 945 personas de lengua hablante indígena (37 mil 686 mujeres y 40 mil 259 hombres).
“La composición varió de 2010, ya que eran 20 mil 490 hombres y 20 mil 038 mujeres. Habían más mujeres que hombres; ahora no. Eso tiene que ver con los flujos migratorios. La mayoría vienen de San Luis Potosí, Querétaro, Puebla, Hidalgo, Veracruz, Zacatecas, Tamaulipas, Coahuila, Chiapas, Jalisco, Estado de México, pero sobre todo de la zona de la región huasteca”
Los indígenas que han llegado a Nuevo León, se encuentran con mayor presencia en el municipio central de Pesquería, es la jurisdicción de García, donde hay más hablantes de alguna de los 66 idiomas del país y en segundo lugar se ubica Monterrey.
Por ahí se dice que “vivir lejos de casa no es para todos…. Los viajeros están hechos de otra pasta…”, dice Cecilia de 19 años de edad, que llegó procedente de Puebla, antes del inicio de la pandemia arribó a Monterrey para trabajar como niñera.
La joven nahuatl asegura que “ser mujer migrante e indígena, es dejar casi afuera la esperanza de acceso a oportunidades, ya que somos encasilladas para trabajos en casa: barrer, trapear, lavar ropa, planchar, cocinar o para cuidar a los niños”, pero en algunas empleos la dueña de la casa le ha preguntado si sabe “hablar bien español”, porque no quiere que “sus hijos vayan aprenderlo mal”.
Cecy, como le llaman de cariño, asegura que no habla náhuatl, porque sus padres nunca le enseñaron el idioma.
Las labores del hogar, es uno de los empleos más demandantes en la zona metropolitana, por lo que la mayoría de las mujeres indígenas se dedican a trabajos de casa donde logran percibir salarios de 450 pesos en un día, siempre y cuando sea de “entrada por salida”, pero si viven en la casa recibiendo alimentación y un cuarto, entonces el salario va de mil 500 a dos mil pesos a la semana, con jornadas que van de las siete de la mañana, hasta que termine el día, un día de descanso, que es el domingo.
Carmen Farías que dirige Zihuame Mochila, organización que trabaja en mejorar calidad de vida y y respeto a la diversidad cultural de pueblo indígenas en Nuevo León, comentó que la mayoría de “la gente indígena no viene de paso. Viene a quedarse. Algunos viene por temporadas, pero en mayoría son los mayores de edad “La población joven viene para quedarse y se encuentran en diferentes profesiones, incluso con maestrías y doctorados”.
Agrega que: “Es mucha la ignorancia y prejuicio en la sociedad. Y tristemente para comunidades indígenas esto hace que haya prevalecido la discriminación desde la colonia. No es novedad. Por tradición, Nuevo León se ha conformado de población migrante. No todos indígenas, pero sí migrantes. Terceras generaciones son de aquí, pero a quien le preguntes te dirán que su padres o abuelos viene de San Luis, Zacatecas o Jalisco, porque antes las personas venían a trabajar en las fábricas. Es un contrasentido, en que siendo un estado que ha crecido Gracias a la migración, sea tan discriminatorio. Debería ser mucho más abierto, tolerante, y no lo es”, enfatizó la activista.
Durante los 10 años que ha vivido en Monterrey, Karla de 26 años, originaria de Durango que labora como enfermera y recepcionista, se ha percatado el trato que reciben los migrantes en Monterrey:
”Cuando dices que eres de otro lado, los regíos te ven raro. Hay quienes se alejan, te discriminan. Cuestionan tu estancia y preguntan si vas a irte pronto o piensas quedarte; no saben de la necesidad del otro. Estoy aquí porque de dónde yo vengo no hay trabajo ni escuela, Sí extraño el calor de mi casa, pero sé que ayudo a mi mamá con los gastos”.
El sentimiento de vulnerabilidad va creciendo ante la falta de aceptación. El sentirse discriminado ha llevado varios migrantes indígenas a esconder su origen y evitarse así la carga de ser señalados por los regios.
Una joven migrante habla con recelo y pide no ser identificada, mucho menos el grupo étnico al que pertenece, asegura que las mujeres que han llegado a Monterrey, prefieren no revelar su identidad, ni lugar de origen. “No lo decimos”, dice, pero “las recién llegadas se sienten orgullosas de haber salido de casa, pero van aprendiendo”.
Es domingo, la noche cae en Monterrey. La Alameda, cual ha servido de punto de encuentro para muchos migrantes, comienza a vaciarse y con ello miles de mujeres indígenas se dirigen a los cuartos para descansar, para prepararse para otra jornada laboral de más de ocho horas.
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