Maternar a infancias en orfandad, los otros daños de un feminicidio
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El día que asesinaron a su hija, el dolor invadió a María Antonia Márquez pero no la paralizó. Esa fecha, el 12 de febrero de 2004, marcó el inicio de su lucha por la justicia, un camino que la llevaría hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. A partir de entonces también pasó de dormir siete horas por las noches, a dormir de 6 a 9 de la mañana, “cuando se podía”, tuvo que reajustar sus finanzas y horarios labores al asumir el cuidado de tres menores de edad más.
En noviembre de 2017, Siomara Rico enfrentó una situación similar: se convirtió en mamá de Nina*, el día que el cuerpo de su hermana Fernanda fue localizado sin vida en la vía pública. Aunque ella tenía la firme idea de no ejercer la maternidad, no dudó en asumir los cuidados de su sobrina de entonces tres años, a quien aprendió a cuidar con ayuda de sus amigas, tías y vecinas, quienes le daban recomendaciones y tips que ella anotaba en una libretita.
Ambas son víctimas indirectas del feminicidio, así las reconoce la Ley General de Víctimas, y muestra clara de un Sistema de Cuidados que en México no ha comenzado ni a dibujarse.
La vida cambia pero nunca se detiene
“Un feminicidio te rebasa, es el dolor de perder a una mujer que fue parte de tu familia de forma violenta, [con el tiempo] empiezas a caer en la realidad y en los impactos colaterales”, explica Sandra Soto, quien logró que en Coahuila se activara un programa piloto que atiende a 18 menores de edad huérfanos de feminicidio, entre ellos su sobrino Romeo, hijo de su hermana Serymar Soto, víctima de feminicidio el 28 de enero de 2017.
En julio de 2020 el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), el Sistema Nacional de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes (Sipinna) y el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) anunciaron la creación del Protocolo Nacional de Atención Integral a Niñas, Niños y Adolescentes en condición de Orfandad por Feminicidio (PNNAOF), cuyas acciones están basadas en el programa que se activó en Coahuila, pero hasta la fecha no hay más noticias o documentos oficiales en las páginas de las dependencias.
El programa que Sandra le arrancó al gobierno contempla el pago de una beca escolar, así como la atención jurídica y psicológica de las y los menores de edad, pero no considera la remuneración o apoyo a las labores de cuidado y crianza que generalmente asumen las abuelas o tías maternas.
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Nina tenía tres años cuando quedó en orfandad, junto a su hermano de siete años y su hermano menor de apenas ocho meses, pero no forman parte de las cifras de huérfanos o huérfanas de feminicidio, pues la muerte violenta de su mamá fue clasificada como homicidio, lo que de acuerdo con el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio ocurre en el 75 por ciento de los casos.
De los 3 mil 723 asesinatos de mujeres que registró durante 2020 el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, solo 969 fueron investigados como feminicidios.
Cuando estaba por nacer su hermano menor, Nina llegó a pasar algunos fines de semana con su tía, “íbamos al parque, se quedaba a dormir, pero yo sabía que en un momento se iba con su mamá”. Durante ese tiempo Siomara trabajaba como gerente de ventas en una tienda de ropa y tenía planes de vivir fuera de México.
El feminicidio de su hermana no solo modificó esos planes, también cambió por completo su proyecto de vida: ella había decidido que no quería ser madre, pero “Nina comenzó a decirme ‘mamá’ no mucho tiempo después de lo de Fer; yo llegué un día de trabajar en la noche y me dijo: ‘mamá, mi cabello está enredado´, yo me quedé pensando ‘¿qué le digo, que no soy su mamá o que no me diga mamá, o que sí soy?’ No le dije nada, solamente dejé que ella siguiera la plática y desde ahí siguió diciéndome así”.
Los constantes permisos en el trabajo para ausentarse o llegar tarde, sobre todo durante los primeros meses, afectaron su desempeño laboral. Siomara recuerda que frecuentemente Nina presentaba fiebre, y que esto se relacionaba con su estado de ánimo, “yo aún no sabía si estaba enferma, si era algo normal o cómo bajarle la fiebre con trapitos de agua; le hablaba a mi tía para preguntarle y pedía permiso de llegar un poquito más tarde [al trabajo], eso no les gustó y me corrieron”.
Para poder tener un poco más de flexibilidad en el horario, ahora se emplea en trabajos temporales y se ha tenido que mudar de casa en varias ocasiones.
Los nietos de María Antonia tampoco forman parte de las cifras de orfandad por feminicidio, que solo reconocen a 238 menores registrados entre 2012 y 2020 a nivel nacional, de acuerdo con una investigación de transparencia realizada por Animal Político.
Durante los 17 años que María Antonia lleva visibilizando la violencia ejercida tanto por la ex pareja de Nadia como por el Estado mexicano, no solo se ha encontrado con obstáculos en las dependencias encargadas de la procuración de justicia, sino también con los grandes huecos que existen para la atención a víctimas secundarias.
Su hija Nadia fue la mayor de cinco; su crimen ocurrió cuando ella tenía 24 años y dos de sus hermanos aún iban a la primaria: Rafael tenía 11 años y Mauro seis (apenas ocho meses más grande que el hijo mayor de Nadia), su hermana, Viviana Muciño, ya era madre de Jaziel y vivía en casa de María Antonia. En un solo día el número de menores de edad que habitaban el domicilio se duplicó.
“Fue una locura porque de cuidar a tres chiquitos, pasamos a cuidar a seis, yo necesitaba ayuda para cuidarlos porque me enfoqué en la búsqueda de justicia, Viviana estaba estudiando gastronomía y me dijo: ‘voy a dejar la escuela para quedarme en casa’ y fue así que lo logramos”, contó María Antonia, quien siempre ha trabajado como costurera.
El asesinato de Nadia también afectó a su papá, quien trabajaba como mecánico; él comenzó a olvidar poner los tornillos o piezas necesarias en los autos que reparaba y perdió a casi todos sus clientes, fue así que María Antonia y Viviana tuvieron que añadir al menos cuatro horas más al bordado de hilos y pedrería para poder entregar más trabajos a los diseñadores de vestidos de gala que las empleaban.
“Trabajábamos en la noche, era el tiempo en el que podíamos hacerlo. Cuando yo llegaba de donde tenía que ir a hacer un trámite, dormía un rato; como a las 8 o 9 de la noche que los niños se habían acostado, Viviana y yo nos poníamos a bordar y nos acostábamos como a las 5 o 6 de la mañana, me dormía otro ratito pequeño y a seguirle, no había posibilidades, la situación económica empeoró”.
De acuerdo con la Encuesta Nacional Sobre el Uso del Tiempo realizada por el Inegi, en promedio las mujeres dedican 30.8 horas semanales a los trabajos de cuidado. Viviana y María Antonia dedicaban más tiempo que ese promedio -aproximadamente 56 horas a la semana-, y a sus horas de descanso debían restarle las que pasaban tras de un bastidor generando ingresos económicos o haciendo trámites largos ante Ministerios Públicos, fiscalías y procuradurías; en muchas ocasiones se encontraban haciendo dos o tres tareas al mismo tiempo.
“Cuando fue el juicio del Matute —cómplice y hermano de Bernardo, la ex pareja sentimental de Nadia y sentenciado por su asesinato— [en un ratito que tuve durante la audiencia le hablé por teléfono a mi hijo para saber cómo estaban] porque Viviana se había tenido que ir a entregar trabajo y me dice: ‘a Carlos se le rompió la muñeca’, mi hijo Rafael le habló a la Cruz Roja pero no se lo quisieron llevar porque no había adultos, yo estaba hasta Cuautitlán, fue un caos. Al mismo tiempo que estaba haciendo trámites estaba al pendiente de los niños, dejaba un guisado cuando Viviana se tenía que ir a trabajar, y dejaba al más grande encargado”, recuerda.
De acuerdo con estimaciones realizadas por ONU Mujeres, los casos de feminicidio que llegan a ser judicializados (apenas el 30 por ciento) tardan entre cinco y seis años en resolverse.
No hay tiempo para el dolor
Carlos, Uriel y Fernanda presenciaron el asesinato de Nadia, también recibieron golpes, gritos y severos castigos de parte de su padre, curar un poco ese dolor fue una de las primeras tareas de María Antonia, “nos llegan en un estado tremendo: Carlos perdió el control de los esfínteres, tenía un carácter muy sumiso y asustadizo, se iba a un rincón y empezaba a temblar; Uriel dormía en la parte de arriba de una litera, (y a la hora de dormir) empezaba a darse puñetazos en la cabeza y en el piso, se aventaba de la cama y empezaba a gritar, mi esposo lo abrazaba hasta que se quedaba dormido, se subía a la azotea a correr por todos lados, era terrible”.
Cuando ella piensa en cuál fue el impacto en su vida y la de su familia del feminicidio de Nadia, siempre habla de sus nietos, de sus hijos y hasta del dolor que ha visto en otras familias, pero sobre sus sentimientos, responde con una voz entrecortada: “no hay tiempo para el dolor, fue muy duro y sigue siendo duro, no he tomado terapia porque sigo estando enojada, sigo enojada, necesito seguir enojada para poder seguir en la lucha”.
Para la investigadora del área de Derechos Humanos de Fundar México, Ximena Antillón, el enfoque psicosocial es la mirada fundamental que permite entender el feminicidio en toda su dimensión y los impactos que tiene en la vida de las familias e incluso en el resto de las mujeres.
“[El feminicidio] es una pérdida que no se puede dimensionar en ese momento, [las familias] se enfocan en resolver las cosas prácticas que tienen que ver con la muerte y hacer los rituales; [algunas] mamás canalizan el dolor y la necesidad de darle sentido a esa experiencia traumática en la búsqueda de justicia, [lo que deriva en] procesos de duelo que se prolongan en el tiempo”, explicó en entrevista.
Este año María Antonia cumple 60 años y ahora asume los cuidados de su bisnieto Aristeo de dos años de edad (hijo de su nieta Fernanda de ahora 19 años), para esta tercera ronda de crianza sí se apoya de una guardería, aunque sus ojos se notan cansados y ahora hace el bordado de un corset al día, la cuarta parte de lo que antes hacía por las noches, dice: “me siento fuerte y mi nuevo niño me da ganas de seguirle, yo espero durar hasta que ya esté más grandecito, es ver a un cachito de Nadia en él y le echamos ganas”.
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Siempre que sale de su casa anota en una libreta el lugar al que debe ir, el nombre de las calles y las rutas de transporte público que debe utilizar, pues su memoria se “afectó mucho a raíz de lo de Nadia”.
En el documento “El Brillo del sol se nos perdió ese día”, Ximena Antillón profundiza en que el impacto traumático del feminicidio no está determinado únicamente por los hechos de violencia contra las mujeres, y que depende en gran medida de las respuestas que las y los familiares encuentran en las instituciones del Estado y en la sociedad, y que esta forma extrema de violencia de género también afecta a las mujeres como colectivo al vivir con la amenaza latente de ser secuestradas, violadas sexualmente, torturadas y asesinadas.
“[Durante el velorio] yo solo pensaba en mi dolor y en la pérdida de mi hermana, mi sobrino [Emiliano, el hermano mayor de Nina] fue quien hizo que me cayera el veinte (… ) no sé cómo le hice para sobrevivir al dolor y comenzar a ser mamá, esa parte de extrañarla y de saber que me quedé yo con la responsabilidad de uno de sus hijos sí es muy fuerte, pero pues sí intento que Nina no me vea llorar o que no vea que estoy triste”, contó Siomara.
Cuando cuenta cómo es su vida luego del asesinato de su hermana, la voz de Siomara cambia de ritmo y de volumen, hace pausas largas para controlar el llanto que se le escapa y que siente la obligación de secar de prisa, pues —explica— ahora lo importante es cuidar a su sobrina y al mismo tiempo hacer un plan por si en el futuro debe asumir el cuidado del hermano mayor de Nina, Emiliano.
“Trato de calmarme y de no pensar que la decisión que tomé es mala para mí. (…) Una mamá se prepara durante nueve meses y se hace a la idea de que va tener a una persona a la que le va a tener que poner su dedicación y atención, y aún así es difícil. Para mí, que no estaba en mis planes, pues… a veces siento que perdí algo, no solo a mi hermana: mis sueños de querer hacer algo, de querer lograr otras cosas, de seguir en la escuela y de más proyectos”, cuenta llorando, en un momento que aprovecha mientras Nina juega.
Explica que cuando la niña se siente mal aún no sabe qué hacer, y tiene que buscar información en internet, eso hizo para saber a qué edad se le empiezan a caer los dientes, y cuántos meses es “normal” que tarden en crecer; otra de las herramientas con las que se auxilia es una libretita en la que anota todo lo que le ha preguntado a sus vecinas, amigas y tías sobre lo que tiene que hacer cuando Nina tiene fiebre, ahí tiene consejos que van desde poner una papa en la frente hasta qué medicamento puede usar para el dolor de estómago.
A sus 30 años, una de las cosas que más le preocupa de continuar al frente de los cuidados de Nina es que “así como le pasó a mi hermana, me puede pasar a mí, me da miedo que Nina se quede sola, siendo una niña no la va pasar nada bien con otras personas y pues la realidad es que no tenía nadie más con quien quedarse, porque mi mamá falleció hace ya ocho años”.
Las dimensiones distintas del cuidado
En noviembre del 2020, la Cámara de Diputados aprobó el dictamen con el que se propone reformar la Constitución y crear el Sistema Nacional de Cuidados. De acuerdo con el dictamen, esta modificación obligaría a la creación de una Ley General de Cuidados y, posteriormente, a un Sistema; la decisión se encuentra ahora en manos del Senado de la República y aún se desconoce si se considerarán de manera específica los cuidados hacia las orfandades por feminicidio.
Siomara ahora “ya se las sabe un poquito más”, todas las dudas que ha tenido sobre el cuidado de Nina las resuelve con ayuda de sus amigas y vecinas. Aunque es cansado ser madre también le parece divertido: “ella me hace reír mucho, le gusta mucho dibujar y pintar, ahora que ya sabe leer un poco, escribe ‘te amo mamá Siomara’ para que sepa de qué mamá está hablando, me cuenta cuentos en la noche, se pone a platicar si no tiene sueño”.
Y aunque no tiene claro cómo va a sortear los próximos años y, sobre todo, costear los gastos escolares y de vivienda, Siomara nunca se ha planteado dejar de asumir el cuidado de su sobrina.
Carlos, Mauro y Fernanda fueron beneficiados con una beca de la Secretaría de Educación Pública cuando estudiaban la preparatoria, pero María Antonia, su abuela, la considera “una burla” pues consistía de mil pesos mexicanos que muchas veces eran pagados a destiempo, “mientras te pagan la beca ¿qué haces? Mi nieto Carlos tuvo que dejar un tiempo la Universidad para trabajar y luego retomar su carrera”.
A casi dos décadas del asesinato de su hija, María Antonia celebra que ahora el feminicidio se encuentre tipificado en todas las entidades del país, así como la visibilidad que poco a poco se ha ganado; sin embargo, lamenta que se siguen cometiendo los mismos errores: “los MP siguen cometiendo las mismas negligencias, el nepotismo, vuelven a revictimizar a las mujeres, están muy enraizadas sus actitudes anteriores”, al mismo tiempo que más mamás se siguen quedando al cuidado de sus nietos.
Ella imagina que en “un mundo ideal para los huérfanos”, las abuelas cuenten con el apoyo real del Estado, sobre todo porque para cuidar “a un niño que está lastimado y dañado, hay que trabajar psicológicamente y psiquiátricamente, la familia tiene que tener al menos un tiempo suficiente para proteger, amar, chiquearlo; [porque] cuando tienes que trabajar para comprar útiles, colegiatura, zapatos, buena alimentación, eso no lo haces”.
*El nombre de la menor fue cambiado a petición de su tutora.
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Esta historia es parte de las Cartografías de Cuidado, un proyecto de periodismo feminista donde mapeamos los trabajos invisibles que sostienen la vida: las labores de cuidado que realizan las mujeres
Acá está la historia gráfica de Siomara, quién a pesar de tener un proyecto de vida distinto ha tenido que aprender a maternar
Y acá está la historia gráfica de María Antonia, 17 años de exigir justicia y maternar a sus nietos
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