El teólogo de la liberación, Felipe Blanco Ricci, falleció en la ciudad de Comitán
Comitán. El teólogo de la liberación, Felipe Blanco Ricci, falleció en la cidad de Comitán. Durante la guerra, la presencia del hermano Felipe Blanco Ricci en las montañas de Los Cuchumatanes -una cordillera situada al oeste de Guatemala-, «sirvió para que nosotros nos apaciguáramos y volviéramos a vivir», fue la palabra de un grupo de exinsurgentas del Ejército Guerrillero de los Pobres (EPG) que fue transmitida minutos antes de que el cuerpo del teólogo dejara por última vez la casa donde vivió los últimos años en la ranchería Señor del Pozo, de Comitán.
La palabra de las exinsurgentas, muchas de ellas con familias que se exiliaron en campamentos de Chiapas, fue transmitida a través de la activista María Elena Morales a la viuda del teólogo sancristobalense Paula Isabel Uria.
En el espacio donde fue velado el cuerpo de don Felipe, María Elena Morales entregó a la viuda, un huipil multicolor que portan las mujeres guatemaltecas, unas ramas de ocote y pidió que agregaran una jícara para que el teólogo le sirva en su caminar, iluminarse «a donde va» y con el recipiente «tome su agüita y riegue la tierra» de las comunidades mayas a las que les llevó la Palabra de Dios.
Agregó que «el textil envuelve a las mujeres, es además un pañuelo que limpia el sudor de la tierra, del trabajo y la lucha. Es el textil que cubre la cabeza de las mujeres y que las acompaña siempre».
Morales habló por más de cinco minutos para transmitir el mensaje de las exinsurgentas y explicó que el trabajo pastoral en la Sierra de los Cuchumatanes, que realizó «el hermano Felipe nos sirvió para apaciguarnos y que no tuviéramos esa cólera en el corazón y pudiéramos volver a vivir, porque aunque estuvimos en la guerrilla o refugiados en México, somos sobrevivientes y el hermano Felipe nos vino a pacificar y tuvimos que obedecer porque él fue nuestro comandante».
Al escuchar con atención el mensaje, doña Paula solo pudo exclamar: «¡Qué belleza!», mientras sus ojos se humedecían en ese cuarto de la casa donde permanecía el féretro rodeado de ramos de rosas rojas y una foto en blanco y negro del teólogo de cuando realizó su trabajo pastoral en la sierra de Los Cuchumatales.
«Es bellísimo este mensaje», agregó la viuda, para exaltar que su compañero «fue un santo para los cristianos» que les llevó el servicio religioso durante el genocidio de los regímenes militares guatemaltecos, que en los años 80 del siglo pasado, provocó que más de 60 mil personas se refugiaran en México, 200 mil personas fueran asesinadas, se perpetraran 626 masacres, hubieron miles de desaparecidos y 250 mil desplazados internos.
La guerra «en Guatemala lastimó mucho», rememoró doña Paula y fue en las comunidades que fueron destruidas por la estrategia de tierra arrasada por el Ejército donde su compañero llevó la Palabra de Dios.
Antes María Elena Morales explicó que el trabajo de don Felipe fue arduo, porque tuvo que estar a la lado de las comunidades que decidieron retornar, al momento que estaba próxima la firma del Acuerdo de Paz de 1996.
En el patio de la casa, de flores de todos los colores, resplandecía el sol, como regalo para despedir a don Felipe, peo a pocos kilómetros de ahí hacia el sur, que es donde se encuentra Chonab (como llaman los tojolabales a Comitán), un cielo cargado de nubes grises se desparramaban por los campos, los cerros, los valles y las casas.
Minutos después cuando el cuerpo del teólogo era traslado a la iglesia del Señor de Pozo, la investigadora Enriqueta Lerna recordaba que don Felipe mostró simpatía con el EGP, pero nunca decidió abrazar las armas como lo hizo el sacerdote colombiano Camilo Torres, sino que su trabajo fue por el diálogo y la reconciliación.
En el templo, María Elena Morales volvería a tomar la palabra y esta vez era para leer una carta del médico Roberto Gómez Alfaro, quien recordó que fue el hermano Felipe Blanco, que por su impulso se realizó la construcción del sanatorio Fraternidad, en la casa donde vivía el lingüista Carlos Lenkersdorf, en el barrio de Jesusito, porque estaba convenido que «la salud era un camino para la liberación» de las personas, como también lo era la para él, la teología de la liberación.
«Felipe caminaré siempre contigo y estoy orgulloso de eso. Me comunico frecuentemente (a través de la oración) con Carlos (Lenkersdorf) y le platico como está la situación y cómo está el sanatorio. La vida que nos transforma. Tú nos transformas Felipe y te escribo desde el sanatorio Fraternidad», dice la carta que suscribió el médico Roberto Gómez Alfaro y su esposa Gloria Cruz de Gómez Alfaro.
Después de las 17:00 horas, de ese jueves 24 de septiembre, el cuerpo de don Felipe partía al panteón de la comunidad Señor del Pozo, donde vivió por casi tres décadas, cuando los campesinos lo invitaron a asentarse en el lugar y en reciprocidad por su trabajo pastoral, las familias cooperaron para edificarle un hogar que compartió con doña Paula.
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