Miguel Lisbona Guillén: Fin del Mundial 2018 y confirmación de la Europa mestiza
Escribo este último texto sin conocer el resultado de la final del Campeonato Mundial Rusia 2018. Cabe decir que saber el ganador de la misma nada influiría al contenido porque la reflexión va más allá del juego desplegado por los equipos, para centrarse en los orígenes de los jugadores que componen los cuatro equipos finalistas.
Mestizo y mestizaje son conceptos que no me convencen para ciertas explicaciones, tal vez porque como lo expresaba hace muchos años mi profesor en la Universidad de Barcelona, Manuel Delgado Ruiz, son nociones vacías de contenido porque el mestizaje es nuestra condición, y especialmente biológica, al no haber llegado como humanos hasta la actualidad como entes física y culturalmente aislados. Muchos pueblos y trasiegos, en grupo y de manera individual, han dado la fisonomía que hoy albergan los Estados modernos, así que el mestizaje es característica humana, aunque para ciertas personas sea difícil quererlo y reconocerlo.
De todas formas usé el término mestiza en el título como una imagen, con el deseo que tenga un impacto visual. Una visibilidad que para cualquier purista se hace ostensible viendo a muchos de los jugadores que componen las selecciones de Bélgica, Inglaterra y Francia. Apellidos, en algunos casos, y el color de la piel de los jugadores remiten a la presencia de poblaciones de origen lejano a la Europa idealizada como blanca.
Eduardo Galeano recordó que en la desigual organización del mundo “el fútbol sudamericano es una industria de exportación: produce para otros” con lo cual se impide el desarrollo interno. Algo similar podría pensarse de los múltiples movimientos humanos en forma migratoria buscando nuevos horizontes de vida, de realización personal y sobrevivencia familiar. Eso ha ocurrido en Europa, y en especial en aquellos países que contaron con colonias hasta entrado el siglo XX. Hoy los países de ese continente muestran un rostro distinto al existente hace un siglo, por supuesto, pero hay que recordar que Europa se ha construido así desde su existencia. Un lugar de paso, de encuentro y confrontación donde los pueblos han circulado constantemente.
Un ejemplo de ello son los Balcanes, el lugar de procedencia del otro equipo finalista, Croacia. Por su territorio pasaron infinidad de pueblos hasta la llegada de los eslavos tras el debilitamiento del Imperio romano. Después perteneció al Imperio otomano y, finalmente, formó parte de la Yugoslavia de Tito hasta la guerra que definió el nuevo mapa balcánico. Un territorio y una historia narrada en obras tan destacadas como las escritas por Claudio Magris.
En México la discusión por la presencia de naturalizados es tan intensa como lo ha sido, en algunos lugares de Europa, el observar una selección como la francesa llena de jugadores negros. Hay que recordar las diatribas contra la inmigración de la ultraderecha de ese país encabezada por Marine Le Pen en las últimas contiendas electorales.
Hoy los países son distintos, porque el mundo lo es. Muchos hijos o nietos de inmigrantes se dedican al fútbol porque es una posibilidad de obtener logros económicos impensables debido a su origen social. El sueño americano no siempre lo es, ni en los Estados Unidos ni en otros países, sin embargo la práctica de un deporte profesional abre puertas. “El fútbol es la metáfora de todo lo demás” decía el desaparecido Eduardo Galeano y, en este caso, no cabe duda que acertó plenamente.
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