Juan Carlos Cabrera Pons: El juego del hombre

El juego del hombre

Por Juan Carlos Cabrera Pons

Es viernes 29 de junio de 2018. Hace tres semanas que las mañanas se habían convertido en una cómoda rutina. Crecí entre gatos, y de ellos aprendí la felina celebración de lo rutinario. El café suena dentro de la cafetera. La televisión se enciende. Reviso en mi celular las alineaciones. Me siento a mirar con cautela la dosis diaria de Rusia 2018. Hoy, sin embargo, algo es distinto. Hace un par de días comenzó la veda electoral. Esta noche inicia una ley seca. La mañana del viernes amanece una veda de fútbol, y el café acompaña la lectura de una serie de noticias impacientes. Qué pasará el domingo. Qué ocurrirá el lunes.

Me parece oportuno utilizar esta veda mundialística para considerar asuntos de primer orden. Quisiera invitar a quien lea estas páginas a ocupar este día –uno solo sigue siendo poco– para pensar en un evento igual de relevante, pero menos visto. Quisiera presentar hoy algunas consideraciones sobre las brechas entre este Mundial de ahora y el Mundial del próximo año. Mucho nos queda por hacer para reducir esta brecha. En las siguientes líneas me valgo de quienes han comenzado a alzar la voz desde una trinchera más bien académica.

Quienes acostumbramos seguir y discutir los partidos de las selecciones mayores de fútbol femenil hemos disfrutado siempre de cierta privacidad cercana al chiste local o al chisme familiar. Esto debido a que el fútbol femenil, dentro del universo mundializado del fútbol en general, ha sido siempre asunto de unas y unos cuantos. Canadá 2015 fue una excepción. No sólo porque la cantidad de selecciones participantes se amplió de 16 a 24, sino porque una serie de normas que regulan los derechos de transmisión de los partidos –aunadas al papel primordial que las redes sociales juegan en la configuración de escenarios globales– hicieron de ésta la emisión más vista de la más alta competición a nivel internacional organizada por la Fédération Internationale de Football Association (FIFA), al menos en lo que a la categoría de “femenil” respecta. Esta visibilidad a nivel global es paralela a la mundialización exacerbada que ha gozado el fútbol varonil en la última década y que ha hecho de este deporte el más popular de nuestra época.

Al rastrear la historia del fútbol, Conde y Rodríguez (2002, p. 94) encuentran que, a través del proceso mediante el cual éste se transformó desde una instancia de escolarización (que correspondería a un fútbol en sentido de juego), a través de una de esparcimiento, a una de profesionalización (que corresponde al fútbol en su forma institucionalizada), las mujeres fueron paulatina y exponencialmente excluidas. La práctica del fútbol y el discurso de esta práctica se convirtieron gradualmente en ámbitos de la masculinidad. Al respecto, Archetti (1985, p. 7) afirma que el fútbol

forma parte no sólo de las dimensiones más generales de una sociedad y su cultura sino que, paralelamente, se relaciona con la construcción de un orden y un mundo masculino, de una arena, en principio, reservada a los hombres. En América Latina el fútbol es un mundo de hombres, es un discurso masculino con sus reglas, estrategias y su “moral”.

Esta lógica masculina, como bien apunta Conde (2008, p. 124), se replica y multiplica mediante los medios de comunicación; sobre todo a través de la televisión y la transmisión de eventos internacionales, en los que se evidencia que “la lógica de la representación captura una dinámica social: las mujeres están, pero para ser miradas”. La prensa deportiva va dirigida casi en su totalidad a un público masculino, y adopta un tono épico cargado de metáforas militares que, según Lomas y Arconada (2003, p. 156), contribuye “a configurar en términos agónicos el mundo y a entender la lucha por la vidacomo una sucesión ininterrumpida de enfrentamientos, competiciones y victorias (actitudes muy vinculadas al orden simbólico del arquetipo tradicional de hombre).” Estos autores, además, resaltan que

la consideración objetual y estética de las mujeres tiene un claro ejemplo en las transmisiones deportivas: si antes un recurso habitual en la selección de la información consistía en exhibir sin justificación alguna y de forma aleatoria rostros y cuerpos femeninos en las gradas, hoy también se recurre a la erotización de las noticias de deporte femenino, en ocasiones acompañadas sin rubor por algunos comentarios explícitos del periodista acerca del atractivo físico de las deportistas. (Lomas y Arconada, 2003, p. 156)

Juan Carlos Cabrera Pons

Archetti (1985) ha estudiado ya la manera en que el fútbol se constituye como universo masculino al requerir la reafirmación constante de su virilidad en contraposición a dos imágenes: la del púber y la del homosexual. Este segundo aspecto puede verse claramente reflejado en el grito de “puto” de los estadios mexicanos (Cabrera Pons, 2014). Lomas, (2004, p. 22) subraya además el carácter pedagógico del fútbol en la formación de los varones: “los chicos interiorizan el código ético que subyace a esta mística de la masculinidad dominante, tan característica del arquetipo tradicional de la virilidad, y ‘aprenden a ser hombres’ en los diversos ámbitos en los que se produce su socialización”. Lo mismo puede decirse de los productos específicos del deporte, cuyo destinatario es por excelencia varón: “es posible, en suma, afirmar que las gramáticas de producción que sostienen al discurso futbolístico provienen mayoritariamente del universo masculino” (Binello et al., 2006, p. 33).

Que el fútbol sea percibido como territorio de la masculinidad se evidencia en los títulos que representan a cada equipo: como recuerda Villena Fiengo (2006, p. 183), sólo las selecciones femeniles se adjetivan (“Selección de México/Selección Femenil de México”, “Mundial de Fútbol/Mundial Femenil de Fútbol”): distinción que se repite en la manera en que nombramos a los diferentes clubes (“Chelsea Football Club/Chelsea Ladies Football Club”, etc.). Esta nomenclatura resalta una cierta imagen de “intrusa”, que define el rol de la mujer en el fútbol: su participación debe enunciarse, pues es discursivamente una anomalía. Binello et al(2006, p. 36) encuentran que la súbita inclusión de la mujer en el ámbito híper-masculino del Mundial de Fútbol responde “a las narrativas del espectáculo y de la necesidad de convocar audiencias cada vez más extendidas e inclusivas”. Esta inclusión masiva, no obstante, decrece una vez que la competencia ha terminado. Este doble mecanismo nos permite comprender que el Mundial Canadá 2015 haya sido un espectáculo tan global, a la vez que su visibilización fue abismalmente inferior a la del Mundial masculino; que se trate de un evento tan comentado, del que el público haya dejado de hablar tan pronto.

Como me recordó ayer Edgar Aguirre, que Canadá 2015 haya sido el Mundial femenil más visto y comentado hasta la fecha, es algo que no debemos dejar de celebrar. Sin embargo, aún queda mucho por hacer –un conocido futbolista mexicano le exigía a un periodista imaginar cosas chingonas– en la búsqueda de un fútbol más equitativo. Hace ya varios años que su servidor solamente le entra a las cascaritas cada tanto. He cambiado los tacos por la afición voyerista. Es una trinchera cómoda, pero desde la que todavía podemos apuntar una que otra arma. Quisiera invitar a quien lee estas páginas a realizar conmigo un mínimo esfuerzo: miremos, comentemos y compartamos Francia 2019 con la intensidad que le hemos regalado –no siempre siendo correspondidos– a los Mundiales masculinos.

 

Referencias

Archetti, E. (1985). Fútbol y ethos. Monografías e Informes de Investigación, 7.

Binello, G., M. Conde, A. Martínez y M. G. Rodríguez (2000). Mujeres y fútbol: ¿territorio conquistado por conquistar? (pp. 33-56). En P. Albarces (coomp), Peligro de gol. Estudios sobre deporte y sociedad en América Latina. Buenos Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales.

Cabrera Pons, J. C. (enero-diciembre, 2014). Puto: normalización institucional de la discriminación en el fútbol. Desbordes, (5), 75-82.

Conde, M. (noviembre-diciembre, 2008). El poder de la razón: las mujeres en el fútbol.Nueva Sociedad, 218, 122-130.

Conde, M. y M. G. Rodríguez (2002). Mujeres en el fútbol argentino: sobre prácticas y representaciones. Alteridades, 12 (23), 93-106.

Lomas, C. (2004). ¿Los chicos no lloran? (pp. 9-32). En C. Lomas (coomp.), Los chicos también lloran. Barcelona: Paidós.

Lomas, C. y M. Á. Arconada (2003). La construcción de la masculinidad en el lenguaje y en la publicidad. En C. Lomas (coomp.), ¿Todos los hombres son iguales? Identidades masculinas y cambios sociales. Barcelona: Paidós.

Villena Fiengo, S. (2006). Globalización. Siete ensayos heréticos sobre fútbol, identidad y cultura. San José: Farben/Norma.

 

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