Josué Hernández Ramírez: Pornofutbol: sobre la narrativa del juego
Pornofutbol: sobre la narrativa del juego
Por Josué Hernández Ramírez
La repetición, el VAR, la cámara-ojo del futbol que lo ve todo, que cristaliza el cuadro y expone la evidencia en su cruda materialidad: el golpe infausto, el clavado inmoral, el robo absoluto; la misma que instaura el mantra insuperable “No era penal” como manifestación inequívoca de que la culpa, el infierno, es de otros.
La narrativa que se crea alrededor del fútbol nos devela un poco del imaginario de la narrativa idealizada del mundo digital, del fetiche de la tecnología y la ilusión de un campo que abarca toda la información, aún en sus rincones más ignorados. El Pornofutbol es parte de una maquinaria de producción de subjetividades que supone que nada escapa al ojo increpante de la tecnología: señala el hecho, lo aísla, lo desnuda completamente para demostrar, con aires de verdad incuestionable, que no hay otro criterio.
“Hay que observar el hecho”. Escucho esa frase con mucha fuerza cuando muestran el video irrefutable de la verdad. El fútbol participa de esa pornografía hiperreal del detalle excesivo, completamente iluminado, como si nada pudiese escapar a él ni de él: se ve claramente la plancha, se ve claramente la mano, se ve claramente el empujón, se ve claramente el clavado.
La fantasía de Vertov se ha actualizado con esas sentencias subyugadas a la cámara, al VAR. Aquella lapidaria frase “si el árbitro dijo que es falta, es falta” se ha retirado dentro de los límites de lo jocoso, y no dentro de la problematización de la participación de quien silba en el juego.
Entonces, un 3 a 0, un 2 a 0 siguen siendo culpa del árbitro, cuando no del técnico porque la repetición lo ha dicho, porque el ojo pornográfico así nos lo ha mostrado; no hay falla: vimos la alineación errónea, el juego equivocado, el arbitraje tendencioso, las trampas del rival.
La cámara juega también un papel moralizante: lo que se debe y lo que no se debe hacer; el buen juego y el mal juego. Se pone la imagen en las palabras. Dicen exactamente lo que se debe decir, lo que la cámara mandata a decir. ¿Bot o persona? El discurso está tan homologado al régimen hiperreal que no cabe una palabra distinta, menos una expresión inteligible, el ensayo de otra perspectiva.
Y sí, sigo hablando de fútbol, aunque sé que se puede trasladar la reflexión a la difusión multitudinaria de verdades por medio de las redes digitales. La narrativa se inscribe en la imagen, decía. No hay más que decir que el hecho evidenciado.
Baudrillard nos recuerda algo más sobre ese régimen de hiperrealidad: la anulación del referente. Al suponer representarlo, la representación elimina aquello que dice representar. La cámara nos ha construido una noción de fútbol; de ahí que la simbolización del fútbol masculino sea la más vendida; de ahí que se aduzca que el fútbol es eminentemente masculino: porque no hay cámara pornográfica para el fútbol femenino; no hay cámaras que se trasladen fuera de los estadios para hablar de fichajes como se habla morbosamente en el fútbol masculino.
¿Qué nos queda fuera del cuadro, en contracampo? La mano que dirige la mirada; diría Laclau, el sujeto del inconsciente rechazado por la satisfacción del deseo: la obsesión de ver, la neurosis por hallar al culpable ajeno de la falla, de la suciedad del rival que confirma nuestra alta moralidad, la capacidad de decidir, como aún debe hacer el árbitro, a pesar del VAR.
De tal forma, termino esta retahíla de palabras con lo siguiente: ¿no nos hace falta considerar más la narrativa del fútbol desde su imagen? Se dirá tal vez que la repetición es infalible, que la evidencia está ahí, desnudada por la cámara, que eso es el fútbol, que así se debe o no se debe jugar. Pero el contracampo nos devuelve un rostro no inteligible, apenas un murmullo de lo que puede ser también, pero la cámara del marketing, de las marcas, de la narrativa nacionalista, masculina ha elegido no mostrarnos.
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