Miguel Lisbona Guillén: Argentina: nación y futbol

Argentina es uno de esos países necesitado de definiciones, de certezas a pesar de estar conformado por población surgida de una de las mayores incertidumbres del ser humano: la emigración. Tal vez por eso la propia identidad argentina se erige como única, el ser argentino, en vez de hurgar en sus orígenes históricos tan presentes y diversos como sus apellidos. Ya lo dijo la antropóloga Rita Segato –argentina asentada en Brasil- que frente a otras formas de identidad ciudadana recreadas en su diversidad nombrada, como la estadounidense, donde se remarca siempre el origen, con exageraciones tan notables como el llamar afroamericanos a toda la población con la piel negra, en Argentina se debe ser argentino, únicamente argentino. Definición que se extiende al fútbol creado y llevado por los ingleses a Sudamérica para convertirse en forma de vivir y sentir la identidad nacional.

Necesidad de identificación extendida al fútbol con los debates sobre el estilo de juego; esa identidad propia del seleccionado argentino que lo hace singular en la cancha, como lo es la argentinidad. Menotti vs. Bilardo, el estilo asociativo, atacante del primero, mientras el segundo ejemplo del muro defensivo por encima de cualquier alarde ofensivo del conjunto, sólo roto por la capacidad técnica de las individualidades. Y en medio de ese debate de dos entrenadores míticos se erige la figura de Bielsa, el loco, exagerado en el fútbol como lo es su personalidad, recuerda Jorge Valdano, para redondear su reflexión con la siguiente frase: “La desmesura de su personalidad la traslada al comportamiento de sus equipos, siempre honestos, valientes y generosos en esfuerzo y espectáculo”.

Debate estilístico en las antípodas de esa argentinidad única, por ello no extrañan las palabras de César Luis Menotti cuando en una entrevista en una radio catalana (13-06-18) habló de la obligación de Argentina de imponer las características “que tengan que ver con su identidad”, con la historia de su fútbol, en definitiva, “defender nuestra identidad”. Identidad futbolística deseada como única, pero en entredicho con los modelos arriba mencionados.

El fútbol llegó a la Argentina subiéndose al carro de la modernidad, y creció en los potreros de las afueras de las ciudades en una democratización creciente del juego frente a la aristocracia extranjera que lo originó en las primeras escuelas donde se acogió y difundió. De ahí a relacionar el balompié con la nación, con la identidad argentina, distó poco como los científicos sociales estudiosos del fútbol argentino se han encargado de mostrar, con ejemplos tan lúcidos como los de Eduardo Archetti y Pablo Alabarces.

Miguel Lisbona Guillén.

El fútbol hecho nación, o la nación incomprensible sin el fútbol, se vive como esencia identitaria de un país desmesurado en la pasión que gira alrededor de una pelota, es por ello que los héroes y villanos se unen en la emotividad, tan reconocible y tan capaz de crear a Diego Armando Maradona como Dios, con su Iglesia Maradoniana, a imagen y semejanza de la Iglesia católica. Dante Panzeri, el gran periodista argentino, escribió una obra anticipatoria en 1967 porque ya criticó con dureza la mercantilización del fútbol pero, sobre todo, habló de su carácter “emotivo”: “Cuando la emotividad está ausente […] es que estamos ante un mero entrenamiento”.

Panzeri también anticipó la relación del aprendizaje callejero con la pelota frente a otros valores más propios de las tecnologías modernas. De ahí que Jorge Valdano retomara esa idea para llevar a Maradona, quien tenía una “relación carnal, sensual” con la pelota, a ser la encarnación de los deseos de cualquiera de sus connacionales: “hacer lo que a uno se le antojo con la pelota”. Maradona, el más humano de los dioses por ser sucio, pecador, en palabras de Eduardo Galeano, encarna esa dualidad de cualquier ser humano, pero donde su mejor forma de expresión se dio con la pelota, aquella a la que nadie, seguramente, tendrá la capacidad de dominar como este hijo de la inmigración y la pobreza.

Messi necesita un espacio especial para la reflexión, sin embargo su calidad técnica, inspiración y condición de genio con la pelota en los pies parece difícil que pueda cargar con un equipo que perdió su identidad de conjunto al perderse en los intríngulis de la burocracia y los negocios sucios de los dirigentes de las instituciones deportivas. El fútbol es lo impensado, dijo Panzeri, de ahí las emotivas sorpresas de una jugada, del gol imposible. Habrá que esperar el retorno de ese gol increible, por el bien del fútbol, de momento Argentina se ha desbaratado con la pasión hecha sufrimiento. Emotividad a flor de piel de una nación representada e imaginada, en muchas ocasiones, a través de un balón.

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