Josué Hernández Ramírez: ¿Dónde hallamos la nación?
¿Dónde hallamos la nación?
Por Josué Hernández Ramírez
Imaginemos cosas chingonas
*Chicharito
El futbol es una máquina cultural posmoderna, dice Pablo Alabarces, una máquina productora de nacionalidad. Y es que, ciertamente, es una discusión que no deja de tener vigencia, a pesar de que su funcionamiento sea, como el mismo argentino señala, arcaico.
México imaginado, el México de la imaginación, la nación imaginada. Invariablemente, en cada partido de la selección varonil de futbol se pone en juego ese acto imaginativo, es decir, lo que se crea, se reproduce o se destruye dependiendo del resultado y de quien decida interpretarlo.
La Patria es primero, la nación es primero, y todo aquello que pueda situar a la nación en un campo de aparente neutralidad es un campo seguro para la expresión de las aficiones y los actos de imaginación que apuntan al cumplimiento de alguna utopía nacionalista.
La utopía nacionalista se va construyendo, en una suerte de paradoja eleática que divide indefinidamente el espacio que hay entre el sitio en donde estamos y el lugar al que queremos llegar: las cosas chingonas que no nos atrevemos a imaginar, como México campeón del mundo, México grande, México primermundista, México como origen y destino.
En el origen está la nación incuestionada, la nación que aparece con toda su fuerza frente al referente externo que nace a partir de las fronteras. Vuelve la nostalgia, el anhelo, el goce de la identificación con quienes, como uno, expresan la misma afición, el mismo deseo de la victoria.
Los mismos que, frente a otros ojos, no dejan de ser figuras alienadas al espectáculo, que olvidan sus obligaciones políticas y, de alguna manera, una suerte de vocación originaria para decidir sobre la vida política de su país.
Pero en la vida política de su país hay un entramado difícil. Una serie de dispositivos anuladores de la propia política que complican que, incluso, quienes no se asumen como alienados por el espectáculo deportivo ven muy complicado de superar.
Y en ese sentido, superar a la selección de futbol varonil alemana se erige como el gran logro posible; en ese sentido, México levantando la copa del mundo se vuelve una utopía asequible. Es la imagen más fácil que podemos mirar con esperanza: México levantando la copa del mundo, no importa que sean los casi 9 de cada 10 jugadores cuyas familias pudieron pagar a los promotores para estar ahí; los mismos mediáticos de siempre que tienen que estar en la alineación, jueguen bien o no. La imagen es ésa: México, la nación, levantando la copa del mundo.
De alguna manera, esa imagen parecería la contradicción de imaginar cosas chingonas. Si, por unas líneas, nos creyéramos la idea de imaginar desde la nada, ¿no esa proyección resulta la menos chingona de las cosas que podríamos imaginar? Es decir, la imagen está ahí para que la reproduzca cualquier equipo. Vaya, están tan instalada ahí, que la gozamos cuando la sub-17 ganó su mundial en 2005 y creímos que ese éxito se habría de desdoblar, si no un año después, por lo menos cinco.
Pero eso no ocurrió y en los siguientes tres mundiales reiteramos la ilusión-decepción de los octavos de final.
El triunfo sobre Alemania coloca esa pequeña chispa de esperanza nuevamente, como un gran salto: del primer partido a la final de la copa del mundo. Justo como la ilusión con la sub-17. El fin oscurece los medios; cada vez importa menos el trabajo intermedio y más los resultados inmediatos, la explosión neurótica de la victoria; el gol como único propósito.
La nación se halla en todo eso, como un campo de neutralidad, de expresión segura. La batalla discursiva se simplifica: los aficionados que representan a México y los que no son también quienes participan de otras disputas discursivas: los que trabajan frente a los que no trabajan, quienes buscan un México mejor frente a quienes participan del México corrupto. Las dicotomías se acomodan muy bien en el terreno de lo simple, y se desahogan mejor en las batallas deportivas.
Nuestra imaginación chingona se reduce a ganar esas batallas, quizás porque es difícil imaginar algo que no ha estado nunca representado, que no tiene forma y para lo que precisamos de un marco que le dé sentido, que lo haga inteligible. Ganar la copa del mundo es una imagen concreta. Quien la gana aparece como una entidad neutral, como un logro mexicano, porque para todo logro necesitamos un referente a vencer, pero también un espectador, o un cúmulo de espectadores que admiren la grandeza conseguida y, además, originaria; que siempre estuvo ahí pero que no alcanzábamos por no imaginar cosas chingonas.
¿Dónde hallar la nación? Enraizada en la imaginación negada, en el origen dado, en lo que aparentemente se construye, pero siempre estuvo ahí para todos como destino innegable e inconfesable. La nación neutraliza lo diverso y cristaliza las pasiones en el utilitarismo de la victoria, sea como sea.
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