Efraín Quiñonez León: La pasión futbolera; crónica del vértigo
Para Sofi, porque sólo ella me entiende.
La montaña rusa en que se ha convertido el mundial deja a México, Argentina y Alemania como los principales protagonistas del infortunio. Las selecciones nacionales de estos países ocupan un lugar destacado por el vértigo que producen sus actuaciones. Siento una especial admiración por el equipo alemán, pero me reconforta el sentido autocrítico de sus propios jugadores. Han sido los primeros en señalar que sus actuaciones no han sido las mejores y los desastrosos resultados fueron consecuencia lógica de sus errores.
De México me asombra que no exista eso que en los alemanes sobra: frialdad para pensar las cosas, mirar los errores y actuar en consecuencia. El seleccionado azteca ha venido jugando de más a menos y hoy idolatramos a los coreanos porque con su triunfo ofrecieron la posibilidad para que las televisoras continúen lucrando con la pasión futbolera nacional. Su desempeño con Alemania fue bueno, pero nos acompañó la suerte porque la pólvora teutona estaba mojada. De todas formas, ha sido el único partido realmente aceptable de la selección nacional. Contra Corea, los chicos de Osorio empezaron a confiar demasiado en sus genialidades y asumieron que haber ganado a Alemania había sido suficiente. La diosa fortuna nos ayudó también aquí porque aunque ganamos, si los Coreanos aciertan en las oportunidades que tuvieron, los jugadores aztecas estarían en vuelo de regreso a México.
Entre los mexicanos y los argentinos existen extremos que producen la sintonía perfecta del martirio. Ellos se siente los europeos de América Latina y nosotros compartimos su soberbia porque nos percibimos representantes químicamente puros de la indianidad. Nuestro sentido de lo étnico nadie lo representa mejor que nosotros. Si los argentinos tienen el tango como forma de exorcizar los infortunios, nosotros no nos quedamos atrás con el bolero ranchero para los mismos propósitos. Así, mexicanos y argentinos escribimos nuestras páginas en un juego que nos está dando muchas sorpresas y oportunidades quizá no merecidas.
Tengo tanto aprecio por el futbol argentino que no podía creer que estaban a punto de despedirse del mundial, con todo el que ha sido calificado como el mejor jugador del mundo. El gran pelusa no ha podido soportar la falta de compromiso de sus paisanos y les exige desde las gradas más producto de gallina. Diego escribe los últimos capítulos de su patético fin en las tribunas ahogado en alcohol, porque no es capaz de soportar de otra forma el sentimiento adverso que le producen las derrotas argentinas.
Los mexicanos, por el contrario, nos ilusionamos en el primer partido contra Alemania y nos hicieron volver a nuestra realidad en los partidos subsecuentes. Al final, a muchos aficionados no les importa que hayamos pasado a la siguiente ronda gracias al golpe de fortuna que nos dio el triunfo de Corea frente a Alemania. Para bien y para mal nos reconforta nutrir nuestras esperanzas aunque siempre nos quedemos a un pasito de la grandeza.
Suecia fue la debacle y la llamada de atención. Pasamos de la proeza deportiva ganando a uno de los grandes a la vanidad que nos produce jugar bien, pensando que eso nos ofrece el salvoconducto para la gloria de manera automática, porque después de un efímero triunfo no vale la pena continuar haciendo el esfuerzo por ganar. Si ya le ganamos a Alemania, que es la selección campeona del mundo, ¿para qué continuar jugando? De soberbia está plagado el camino hacia el infierno. Espero equivocarme, pero los jugadores mexicanos llevan la cruz de su pecado sobre la penitencia de sus rendimientos decrecientes.
He sido partícipe tantas veces de la debacle del seleccionado nacional que cuando vi la mano accidental del Chicharito dentro del área, el mensaje no podía ser más que el preludio de la catástrofe. Antes, Guillermo Ochoa, había atajado el balón fuera de la zona en que las reglas se lo permiten y la artillería sueca le envió señales de que tenían hambre de triunfo mediante un disparo al arco que los buenos oficios del arquero nacional evitó que horadaran la retaguardia.
Empecé a ver el partido contra Suecia poco después de haber iniciado. Me enteré por los comentaristas que habían amonestado a un jugador del tricolor y por primera vez escuche que la selección no estaba jugando bien. Carlos Vela, el mejor jugador que tenemos, escasamente había tocado la pelota no por displicencia, sino porque el marcaje sueco era casi perfecto.
Después de esto nunca más pude estar tranquilo y me fue imposible estar sentado. Literalmente me sentía al filo de la butaca y las jugadas de peligro de nuestros adversarios me advertían que ellos estaban más cerca del gol que nosotros. Viví, entonces, el primer tiempo al borde del infarto. Por fortuna para mi salud, tuve que ausentarme por compromisos laborales y no he podido ver la parte complementaria que ha resultado tan fatídica como cuando de niño perdí a mi primera novia. Si en el primer tiempo nos salvamos de milagro, leo en la prensa local que el segundo sobrevino la catástrofe.
Cesar Luis Menoti, mejor conocido como “el flaco”, dice que el futbol tiene tres cosas básicas que sin ellas es difícil o casi imposible competir. Una de ellas es saber defender; la otra demostrar que contamos con armas para vulnerar a nuestros adversarios y, finalmente, hay que urdir un cierto plan que nos permite recuperar la pelota. Al no haber sido eficientes en ninguna de la tres cosas, nuestros compatriotas vivieron su noche triste en la cancha de Ekaterimburgo.
Nos queda ahora el reto contra nuestros hermanos brasileños y, a diferencia de nosotros, ellos no empezaron tan bien, pero han estado mejorando conforme pasan los partidos. Pero si pasamos al mítico quinto partido, será obra de nuestros propios esfuerzos y no el milagro de lo que las capacidades propias no puedan reflejar en el marcador. Hoy, nuestros los jugadores que nos representan en la justa mundialista no han de extrañar los tacos porque han llevado una dotación suficiente hasta tierras tan lejanas. Pero tengo mis dudas si no han de añorar acaso el barrio, los amigos y su mamacita. Ojalá que la fuerza de sus recuerdos sea el elixir que inspire sus próximas batallas para llenar de alegrías a este pueblo que siempre busca sacar provecho hasta de sus desgracias.
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