Bety, la joven indígena que desafío al sistema
Contra la estadística, las costumbres y el estereotipo, Beatriz Adriana Pérez Cadena ha cumplido sus sueños y sigue acumulando logros nacionales e internacionales en un contexto adverso que violenta y discrimina sobre todo a quienes, como ella, cuando les dicen que ese no es su lugar, de todos modos se quedan
#NoSomosVíctimas
Beatriz Adriana Pérez Cadena es creadora, gestora, artista, comunicadora y con raíces muy arraigadas en su pueblo, Nachig, una comunidad tsotsil del municipio de Zinacantán, en el estado de Chiapas, donde sólo el 0.45% de las mujeres estudia en la Universidad. Bety, como le dicen de cariño, es una mujer que ama la vida y que ha superado los obstáculos de un sistema que discrimina y excluye, sobre todo, a las mujeres indígenas.
En su natal Zinacantán se habla tsotsil pero, como sucede en los pueblos indígenas, para acceder a la educación formal deben hablar español, incluso hasta hace pocos años, se les prohibía hablar en su lengua materna dentro del aula. Esta es una de las principales violencias a las que se enfrentan las personas indígenas, especialmente las mujeres. “Nos decían: no puedes hablar tsotsil aquí, porque yo no te entiendo y me estás faltando al respeto, entonces dentro de los salones se nos prohibía hablar la lengua, incluso nos multaban o nos pegaban por hablar nuestra lengua”, recuerda Bety.
En Zinacantán el 31% de las personas mayores de 15 años no saben leer ni escribir en español o castellano, pero de ese porcentaje la mayoría (70%) es mujer. A nivel nacional, la situación no es muy diferente, pues por el contexto de pobreza multifactorial de las poblaciones indígenas, las mujeres tienen en promedio tres años menos de escolaridad respecto de las que no son indígenas; es decir, mientras las mujeres indígenas apenas logran terminar la escuela primaria e ingresar a la secundaria, las no indígenas llegan hasta primer grado de preparatoria o bachiller.
Cuando Bety estaba en la primaria sus profesores pensaban que “nunca iba a llegar a ser nada o nadie en la vida. Decían que seguramente me iba a quedar siendo ama de casa, o que iba a tener un destino que nunca iba a brillar, y no es que tenga algo de malo ser ama de casa”, recuerda. Pero ella tenía otros planes y aquellas palabras no iban a cambiarlo.
A sus 13 años, ya en la secundaria, descubrió que le gustaba la escritura, la poesía, el baile y hablar en público, por lo que se empezó a involucrar con toda clase de actividades culturales impulsada por sus docentes, quienes reconocieron rápidamente su talento y siempre la elegían para participar en concursos de declamación o de oratoria. Aprendió a hablar ante grandes audiencias con soltura y confianza.
Como le encanta escribir, ya desde entonces participaba también en concursos literarios y fue gracias a eso que en tercero de secundaria, uno de sus docentes leyó uno de sus trabajos. “Él, es un escritor de Zinacatán, el maestro Mario Reynaldo. Conoció uno de mis cuentos en español y me dijo: tienes mucho potencial, yo quiero que vayas a un curso de literatura en lenguas originarias. Veo que tienes mucha capacidad para escribir”.
Dado que su mamá no es de Chiapas, sino de Tabasco, si bien desde pequeña aprendió a hablar tsotsil, ignoraba su gramática, pero cuando asistió a ese curso, aprendió a pensar en la lengua que le heredaron su padre y su abuela. “Me encantaba escribir -dice Bety-, pero no sabía escribir en mi lengua, era difícil. Es difícil que los jóvenes o las personas mayores sepan escribirla pues la alfabetización sólo está al alcance de aquellas personas que pueden llegar a la universidad y que están fuera de su comunidad”.
Esta experiencia marcó su primer encuentro con la literatura, e incluso algunos de los textos que escribió en ese taller fueron publicados en un libro.
No fue fácil pero, como muchas jóvenes, al mismo tiempo que estudiaba debía ayudar a su mamá, que estaba a cargo de la cafetería de la secundaria y el bachillerato, así que “durante esos dos periodos de mi formación académica yo me iba muy temprano con ella para trabajar -tal vez una hora y media antes de entrar a clases- para poder ayudarla y dejar todo listo”. Luego también le dedicaba los recesos.
De hecho también en la universidad siguió haciendo lo mismo: “Me levantaba a las cinco y media de la mañana para ir a trabajar con mi mamá, viajaba a las dos de la tarde para llegar a clases a tiempo, ya que las clases eran de cuatro a nueve, luego salía corriendo; muchas veces yo tenía que esperar ride para regresar a mi casa”.
Bety quería estudiar gestión cultural o animación digital, pero son carreras caras que su familia no podía pagar; sin embargo, a su escuela “llegaron a darnos una plática sobre la Universidad Intercultural de Chiapas y yo quedé enamorada del plan de estudios en Comunicación”. Entonces por primera vez salió de Zinacantán para estudiar Comunicación Intercultural.
“Estando en la comunidad no te das cuenta de la diversidad de cosas que se hacen en las comunidades, lo ves como algo normal, pero cuando te vas y te despegas de tus raíces te das cuenta que no pasa en la ciudad, que no hacen lo mismo; entonces yo decía: ¡wow!, lo que hago, lo que hacen mis abuelos y mis abuelas está muy padre. Es en ese momento mi despertar artístico”, dice Bety aún con emoción.
Entendió que quería ser activista y defender a los pueblos, su cultura y aportar algo, porque “los académicos siempre llegaban a hacer investigaciones, pero no regresaban las cosas a la comunidad. Todo lo que hacía (yo) me encantaba hacerlo con mucho aprecio, con mucho amor. La universidad fue muy bonita, pero también muy difícil”.
En lugar de descansar comenzó a dedicar sus sábados para hacer teatro, junto con estudiantes de otras carreras, “luego trabajé en una radio pirata, en una radio grupera, me hicieron como un apartado y yo trabajaba con canciones de los grupos de rock, los invitaba a entrevista,s siempre con la visión de darle espacio a todos”.
“Después comencé a hacer diplomados, cursos, talleres, seguí con el grupo de teatro, entonces casi no dormía, casi no comía, no descansaba, pero pues me encantaba hacerlo, me daba mucho ánimo estar en todas esas actividades”, recuerda.
Ella se dio cuenta que para sus asignaturas hacían videos, y que había cuentos y cómics con “historias sin sentido”. Comenzó a pensar en hacer algo visual sobre la cultura de los pueblos indígenas. “Formamos un grupo de jóvenes que querían hacer arte, aunque no tuviéramos financiamiento, nos tocaba llevar cosas de nuestras casas o usar ropa de cada uno como vestuario, así comenzamos a crear nuestras historias, montarlas, y tener presentaciones dentro de los municipios”.
Ahí se dio cuenta de la necesidad de aprender a solicitar recursos y, como a Bety nada la detiene, buscó “talleres de cómo hacer proyectos de financiamiento y me especialicé en hacer proyectos de intervención comunitaria y bajos recursos”.
Después de terminar los estudios universitarios siguió con sus planes, siempre apegada a sus raíces. Ganó el Premio Estatal de la Juventud de Chiapas. Fue elegida como Coordinadora Nacional de Proyectos y Alianzas de la Red Mundial de jóvenes políticos México, que forma parte de la ONU y promueve la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Es conductora del programa “En flor”, que se transmite en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas. Y, por supuesto, continúa escribiendo y haciendo teatro.
“Creo que nunca termino de creerme las cosas y los premios que mi trayectoria me ha dado, porque nunca hice las cosas pensando en ganarme un premio. (…) Todo lo que he pasado y lo que he hecho me han traído hasta aquí, tengo agradecimiento a todos los que han creído en mi trabajo porque es difícil, es difícil venir de una comunidad, es difícil de ser mujer y ser joven”.
Bety está consciente de la responsabilidad que tiene como referente para las muchachas de su pueblo, por eso siempre trata de hacer su trabajo lo mejor posible, a pesar de la pobreza, la discriminación y la violencia que ha llegado a enfrentar. “En muchos de los espacios aún seguimos siendo discriminadas y violentadas -reflexiona-. Sí hay violencias, porque muchas de las veces tuve que dejar de usar mi traje tradicional para poder subirme a una combi. Es difícil, lo sé, porque yo lo viví y lo pasé, el tener que decidir si guardar para tu pasaje o comer es difícil”.
Sin embargo Bety desafió a la estadística, al estereotipo, al destino e incluso a las costumbres, y lo sigue haciendo siempre con éxito. Por eso aconseja a otras jóvenes indígenas a que “luchen por sus sueños, que no se detengan, que cuando les digan no, pueden digan que sí, que cuando les cierren una puerta, se metan por la ventana, que cuando te digan que ese no es tu lugar, tú te quedes porque lo que estás haciendo es igual de importante que lo que están haciendo los demás”.
Este trabajo forma parte del proyecto #NoSomosVíctimas, de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie, financiado por la Embajada Suiza en México.
Intervención ilustrada de las fotos: Jengibre Audiovisual
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