Existe un imaginario cultural que invalida a Centroamérica como vecino económico e igual: investigador
*Artículo: “Nuevos escenarios migratorios en Chiapas” de Juan Pablo Zebadúa Carbonell.
Chiapas y Centroamérica protagonizan narrativas similares desde sus procesos sociales y geopolíticos. Una relación histórica con demanda de atención constante de ambas partes de la frontera, en más de una ocasión, con repercusiones políticas internacionales, la última de ellas es la migración masiva de personas que han cruzado las casi invisibles demarcaciones nacionales entre Guatemala y México, indicó el investigador Juan Pablo Zebadúa Carbonell*.
Esto dio un vuelco en las maneras de percibirnos como parte de ese lejano territorio de la frontera sur nacional y los imaginarios que ello ocasiona cuando tenemos más cercana la convivencia con el otro, ahora resignificado como migrante, añadió el investigador.
Así pues, Chiapas es una región de frontera, pero poco se le observa de esa manera. Una delimitación geográfica olvidada con relación a la del norte, que limita con Estados Unidos, “la nación más desarrollada del mundo”, en la cual, desde lo económico y político, ha llamado la atención de complejas políticas de Estado de alto nivel.
No obstante, Zebadúa Carbonell dijo que en Chiapas siempre ha habido “vida de frontera”, con las características propias de tener a un lado a Guatemala, como la puerta a Centroamérica para México.
Como es sabido, Chiapas formó parte de la Capitanía General de Guatemala antes de optar por la pertenencia a la incipiente nación mexicana, en el siglo XIX, al consumarse la independencia de nuestro país. Esos lazos, convertidos en imaginarios y subjetividades colectivas, han hecho de Chiapas un territorio fronterizo desde cualquier ángulo por el que se observe, agregó el profesor.
Ejemplo de ello, es la inacción de las guerrillas centroamericanas, desde la década de los sesenta, sobresalieron en la región y llegó a Chiapas en 1994, con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), ubicando de manera política y social a México en una coyuntura de movimientos sociales armados.
No es fortuito que haya sido en esta entidad donde se posicionó un movimiento social con esas características: misma región, problemáticas y demandas, ruralidades y etnicidades, detalló Zebadúa Carbonell.
Sin embargo, la vida de frontera no se ha expresado de forma visible, en parte porque el estándar cultural con quien colinda la frontera, con una visión desde México, como el país “hermano mayor” de Centroamérica, ha hecho que esos límites fronterizos hayan pasado desapercibidos; y los discursos geopolíticos nacionales e internacionales no los han tomado en cuenta.
El investigador afirmó que hay un imaginario cultural que siempre ha dicho que Centroamérica no se valida como vecinos económicos y menos como iguales. México se ha creído superior y en Chiapas comienza tal noción.
En la vida cotidiana y en lo que nosotros percibimos como nuestro, siempre tenemos como referencia al otro, al supuesto extranjero, al chapín, el cachuco, quienes, no son solo guatemaltecos, sino todo el que viene más allá del sur mexicano. En este sentido, la mexicanidad en Chiapas se expresa a través de su relación con Guatemala, mencionó el profesor.
Después de la primera caravana de migración de Centroamérica, Chiapas puso a prueba esa vinculación histórica. Lo que sucedió a partir de esas migraciones masivas fue una reproducción de todos los discursos que, Estados Unidos, por parte de la administración de Donald Trump, desplegó a lo largo de su gobierno.
Así comenzó de nuevo la destitución de todo lo que no era mexicano: el migrante, convertido en el otro, se tornó en el enemigo: el que viene de lejos a quitar el trabajo, el que viene y trastoca la vida cotidiana con su presencia.
Zebadúa Carbonell subrayó que la paradoja es que, sin saberlo, se reprodujo lo que en el norte se hace. Desde luego, ese esquema de reacción social no era nuevo en las dinámicas fronterizas.
Lo relevante de ello, es cuándo se realiza y en qué contexto de frontera se lleva a cabo, cuando se confronta ese otro, ese extraño que siempre ha estado y no hacía daño: mucho menos significaba algún tipo de alerta social, según la narrativa popular chiapaneca.
Otrora una frontera olvidada, a partir de algunos hechos de migración que ponen a Chiapas en los discursos de seguridad nacional, tanto de México como en Estados Unidos, resurge esta dialéctica nacional que, aparentemente, teníamos resguardada y hasta cierto punto normalizada, en cuanto a la cercanía con Centroamérica y la relación con sus habitantes, dijo el profesor.
En todo caso, indicó que cierta parte de la narrativa sobre el otro ha cambiado en Chiapas. Después de las olas migrantes se hizo presente un nuevo integrante en los escenarios sociales del estado y las ciudades.
Por ejemplo, en Tuxtla Gutiérrez, la capital del Estado, la población afro ha llenado los espacios de la ciudad. En este nuevo imaginario urbano construido a partir de las migraciones la gente comenta y habla, pero nadie sabe de dónde son o de qué parte proviene esa población “negra”.
Los migrantes afro han llenado con su presencia los espacios urbanos de la ciudad y esa pigmentación de las calles y esquinas, no sólo de la capital chiapaneca, sino de todo el Estado, conlleva la producción de nuevos imaginarios en torno a la visión de frontera y, desde luego, con la relación que tienen con Guatemala y Centroamérica.
Ante ese contexto, el investigador enfatizó dos consecuencias sociales y culturales que aparecen con ese nuevo escenario: la previsible satanización de la población migrante, en la cual todo lo malo y negativo proviene de ellos.
Así mismo, se posicionó una nueva nomenclatura cultural en torno a las personas que “no son de aquí”. La “hondureña” no sólo tiene que ver con las nacionalidades de donde provienen las personas, sino una metáfora de los comportamientos que se espera o se observan de ellos.
Mucha de la carga de responsabilidad social ya recae en ellos: los delitos, las infracciones, los malos comportamientos, son de los migrantes, agregó Zebadúa Carbonell.
Además, desde la primera oleada migratoria se pensó en el tránsito territorial que significaba Chiapas. Es decir, que no se quedarían aquí, sino que se irían “al norte”, en donde está el dinero y los recursos para aceptar a la gente que busca mejor calidad de vida.
Poco a poco, la población de Chiapas está aceptando que la convivencia con los migrantes es una realidad y será parte de la sociedad de Chiapas. Y no sólo población de Centroamérica, sino venezolanos, haitianos, pakistaníes, cubanos, etcétera, expreso el profesor.
Con esos nuevos paisajes, Tuxtla Gutiérrez, se vincula también con todas las capitales de Centroamérica, en donde los flujos de población han sido intensos y en las cuales existe una diversidad de nacionalidades puestas en dinámicas sociales y culturales tan interesantes como complejas.
De esa manera, la frontera sur se visibiliza desde la radicalización del discurso migrante. Pero, en la actualidad esos límites se dibujan de diferente manera, contrastando la diversidad cultural —ahora más cercana y contundente— que trae consigo la apertura definitiva de la idea de colindancia.
*Juan Pablo Zebadúa Carbonell, profesor e investigador de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH).
No comments yet.