Las cargadoras de agua

Al menos cinco lagunas y 47 ríos, entre ellos el Grijalva, el más caudaloso del país, se ubican en Chiapas; paradójicamente, en este estado las mujeres deben caminar distancias de hasta cuatro o cinco kilómetros para llevar el agua, cargando, a sus hogares.

“Podemos tener el agua, pero no tenemos como llevarlo al hogar”, dice María Luisa Gómez Pérez, habitante del municipio de Sitalá, ubicado en la zona selva. María recuerda que de niña iba con su madre, sus hermanas y otras mujeres, al río más cercano, ubicado a 40 minutos de distancia, para acarrear el agua que les serviría, sobre todo, para la preparación de alimentos.

El acarreo de agua es una jornada que se repite dos y hasta tres veces al día, y que recae principalmente en las mujeres, los niños y las niñas. “Cuando era niña cargaba 20 litros, ya de mujer la carga era el doble; llegaba agotada, con dolor de cabeza y aún así, teníamos que seguir con las otras tareas en la casa, e ir a la escuela. Ahora yo no quiero eso para mi hija”, explica María Luisa, quien luego de tres décadas de repetir todos los días la agotadora labor, se hizo gestora comunitaria del agua.

En México la estadística en el tema acceso al agua es contradictoria; por una parte, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) señala que en Chiapas 6 de cada 10 personas tienen acceso al agua; mientras que los informes del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) refieren que el 95 por ciento de la población en el país tiene agua entubada o potable en sus hogares; y en esas cifras, Chiapas y los estados del sur-sureste se encuentran entre las entidades con mayor acceso.

“En el INEGI aparece como que tienen agua potable el 95 por ciento de la población, no importa que llegue una vez a la semana y que llegue contaminada”, explica Fermín Reygadas, director de Cántaro Azul, organización de la sociedad civil que trabaja con comunidades en la mejora del acceso al agua en condiciones de higiene, y saneamiento.

Detalla que en la década de 1990 hubo en México contagios masivos de cólera, lo que motivó que el gobierno federal invirtiera en sistemas de agua potable; pero luego vino una caída en la inversión y muchos de los sistemas fueron abandonados. La actual administración hizo otro recorte y ahora se invierte apenas 100 millones de pesos en esta área, que es el 10 por ciento de lo que se invertía antes.

Así, por ejemplo, en municipios como Chenalhó, ubicado en la zona Altos de Chiapas, de las 135 comunidades que estadísticamente aparecen como poseedoras de un sistema de agua potable, sólo funciona con eficacia en cinco de ellas, en el resto de los poblados el sistema está roto, tienen filtraciones, o francamente no funciona, explica Mariano, uno de los capacitadores de Cántaro Azul en ese municipio.

Olla de agua en Chenalhó, Chiapas. Foto: Ángeles Mariscal

Agua contaminada

Lupita Sántiz vive a orilla de carretera, a apenas un kilómetro de dos pozos y una olla de agua que la población de Tzabalhó, en Chenalhó, construyó para abastecer a la comunidad. Aún así, con una distancia relativamente corta y un camino pavimentado, para ella, su madre y sus hijas, implica un gran esfuerzo tener que acarrear el agua que abastezca a los nueve miembros de su familia.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que, para cubrir las necesidades básicas, cada persona tiene que tener acceso a entre 50 a 100 litros de agua todos los días, eso implicaría que Lupita y su familia tendrían que acarrear al menos 23 cubetas de 20 litros de agua. Si esta labor la hacen dos personas que llevan dos cubetas cada una, implica hacer cinco viajes al día.

Por ello, Lupita agradece que en época de lluvias pueda recoger en unas tinas el agua que cae del techo de su vivienda, donde colocó unas láminas de zinc que funcionan como un improvisado sistema de captación. Al menos en esta época aminora la fase de acarreo.

Aún así, los pozos, las tinas y las grandes ollas de agua permanecen a la intemperie, expuestos a gérmenes y bacterias; es decir, tras un gran esfuerzo tienen agua, pero de una calidad que los puede llevar a contraer enfermedades.

En el tema del agua para consumo humano hay dos variantes: la accesibilidad, pero también la calidad, explica Reygadas. La contaminación del agua de consumo humano tiene relación con la falta de sistemas de alcantarillado y drenaje, sostiene el director de Cántaro Azul, porque al no existir esos sistemas, ser insuficientes o estar en mal estado, los desechos humanos se dispersan en la intemperie y algunos se vierten en tubos que van a dar a ríos y afluentes.

Esta situación no es exclusiva de las zonas rurales; por ejemplo, San Cristóbal de Las Casas, la segunda ciudad más importante de Chiapas, es atravesada por el río amarillo, que recibe desechos de drenajes; lo mismo sucede con la capital del estado donde corre el río Sabinal arrastrando agua contaminada con el drenaje.

“En los estados del sur-sureste de México, históricamente la población consume agua contaminada,  que ocasionan enfermedades gastrointestinales que afectan la vida de miles de niñas y niños; estas enfermedades les generan mala nutrición, que afecta sus desarrollo físico y cognitivo, limitando todo su potencial”, recuerda Reygadas.

Solo en 2019, la Secretaría de Salud en Chiapas atendió a poco más de 274 mil personas con enfermedades gastrointestinales; es decir, al 5 por ciento de la población en el estado; ello sin considerar que esta cifra no es indicativa de la totalidad de las personas enfermas con este padecimiento, porque no todas acuden a un centro de salud para atenderse.

La falta de accesibilidad al agua y saneamiento, es un problema que afecta a millones de personas en el mundo; en México, en los estados de Chiapas, Campeche, Veracruz, Oaxaca y Yucatán, suman más de 5 millones.

¿Qué hacer ante la problemática? Reygadas refiere que en la década de 1990 el gobierno federal descentralizó la administración de recursos para obras, y dejó en manos de los ayuntamientos el decidir las obras prioritarias en las que invertir.

Esto fue parte del motivo que dejó en abandono la construcción y mantenimiento de los sistemas de agua potable y alcantarillado -porque los ayuntamientos priorizan gastar los recursos en obras más visibles, como carreteras-, pero también dio la oportunidad de que, a través de la organización comunitaria, se pudiera incidir en la creación de comités y patronatos de gestión del agua, un proceso ahora en crecimiento.

Mujeres, las recolectadoras de agua. Foto: Ángeles Mariscal

Gestión comunitaria del agua

“Que nos escuchen nuestra voz, estamos buscando la forma de tener agua limpia. Por eso nos organizamos como comunidades rurales para buscar una solución, porque sabemos que, como comunidad, somos los que estamos sufriendo”, explica María Luisa Gómez.

En su comunidad, La Unión, de Sitalá, un millar de habitantes viven cerca del río Chacté. Ahí la población se organizó para formar un patronato y un comité de gestión del agua, a través del que han logrado la instalación de tuberías que acercan el líquido a las viviendas.

Esto permite que Isabel, de 5 años, hija de María Luisa, ya no sea una cargadora de agua, como lo fue su madre.

“No es algo justo para los niños y niñas, no está bien que carguen tanto peso, no está bien que tengan que hacer esta labor en vez de ir a la escuela”, explica María Luisa, mientras Isabel escucha sus palabras, atenta a la reunión del Primer Encuentro Interestatal de Organizaciones Comunitarias de Servicios de Agua y Saneamiento que la segunda semana de septiembre se llevó a cabo en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, en Chiapas.

Su madre participó en la inauguración de la reunión que convocó a más de 130 representantes de comités de agua de cinco estados del sureste mexicano, organizaciones de la sociedad civil y funcionarios públicos estatales y federales.

Ella habló de la importancia del agua para la vida, para la salud, para la comunidad y la naturaleza. Como indígena tseltal que es, María Luisa, planteó en las distintas mesas de trabajo donde participó, la forma integral que los pueblos originarios tienen al ver la vida interconectada entre la naturaleza, las personas y su estabilidad interior.

Habló también de la sanidad y el costo, económico y medioambiental, que implica el acceso a agua limpia en la forma en la que ahora puede accederse a ella. “El que tiene dinero compra su garrafón, pero, ¿el que no? La podemos hervir, pero podemos acabar la madera si seguimos utilizándola para hervirla. Tenemos que pensar en las generaciones que vienen, en nuestros hijos e hijas, porque nosotras sólo estamos de paso”, explicó.

En el Primer Encuentro Interestatal de Organizaciones Comunitarias de Servicios de Agua y Saneamiento, las personas participantes plantearon que las soluciones para el acceso al agua saludable, requiere de la tecnología, pero también de los procesos sociales y la participación comunitaria.

“Este encuentro resulta relevante, pues nos hace mirar hacia una estrategia de acceso al agua y saneamiento que ha sido históricamente invisibilizada, a pesar de que en México se estima que más de 20 millones de personas acceden al agua gracias a la gestión comunitaria”, señalaron las organizaciones convocantes, entre ellas Fundación Avina, Fondo para la Paz, Centinelas del Agua y Cántaro Azul, en alianza con las Fundaciones Gonzalo Río Arronte y W.K. Kellogg.

Actualmente, en América Latina más de 70 millones de personas se abastecen de agua potable gracias al trabajo voluntario de más de 145 mil Organizaciones Comunitarias de Servicios de Agua y Saneamiento (OCSAS)”, reconocieron en la reunión.

Cruces que forman el altar con el que los pueblos indígenas agradecen a la Madre Tierra el agua que les da la vida. Foto: Ángeles Mariscal

Lupita debe llevar todos los días el agua que servirá a su familia. Foto: Ángeles Mariscal

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