Alan y Mariano, tejedores indígenas que rompieron estereotipos de género
Tenía seis años y quería tejer. A escondidas, se colocaba el telar de cintura y practicaba en un rincón de su casa. Su abuela María, una mujer tsotsil nacida a principios del siglo XX, fue su primera maestra, vió en él al heredero de su talento.
Entonces, cuando estaba tejiendo con mi abuela a escondidas, mi señora madre me dice: “¿por qué te escondes? Mejor salte y ponte a tejer en el corredor”. Y yo le digo: “¿pero la gente qué van a decir?”. “La gente que no te importe, porque es una gente que no sabe lo que dice”, me respondió.
El 4 de mayo de 2002, a los 11 años, Alan de Jesús Gómez Ramírez empezó a tejer en el corredor de su casa ubicada en el municipio indígena Venustiano Carranza, a la vista de todos. Recuerda la fecha con claridad, recuerda también las palabras de sus vecinos, de sus propios hermanos, cuestionándolo por hacer “un oficio de mujeres”. Pero recuerda también, con más fuerza en su sentir, las palabras de su abuela, de su madre y de su padre, alentándolo a seguir, sin vergüenza, “porque no estás robando, estás haciendo un trabajo”, le decían.
Alan de Jesús, indígena tsotsil, no es el primer hombre tejedor que rompe los estereotipos de género, pero es el primero que en comunidades indígenas de Chiapas abre una escuela práctica para hombres tejedores de los pueblos originarios.
En el patio de su vivienda, ubicada en el poblado La Paloma, a unos 20 kilómetros de la cabecera municipal de Venustiano Carranza, Alan empezó a recibir a decenas de jóvenes indígenas que practicaban el arte de tejer y bordar. La mayoría a escondidas, y otros, en medio de las burlas de hombres y mujeres formados en una cultura machista.
Yo les dije, aprendamos juntos, que no nos de vergüenza, que no nos de miedo. Así empezamos, juntándonos, prestando alguna máquina. Nos motivamos, nos enseñamos técnicas, hablamos sobre la mejor forma de vender nuestros productos”.
Hasta antes de la pandemia, en el gran patio de su casa, una vivienda rural, Alan llegó a reunir a 45 jóvenes tejedores de las zonas centro y Altos de Chiapas. Luego la pandemia trajo consigo la falta de mercados para vender sus bordados, las camisas de brocados de hilos de seda, las blusas tejidas con hilos tan delgados que parecen transparentes. Eso dispersó a gran parte del colectivo de artesanos; muchos de ellos emigraron para conseguir otros trabajos y poder sobrevivir.
Pero al patio de Alan siguen llegando algunos jóvenes artesanos que se resisten a dejar su pasión por tejer. Uno de ellos es Mariano, un indígena tsotsil del municipio Zinacantán, lugar que destaca por sus bordados multicolores llenos de flores. Mariano, su esposa, su cuñada y sus dos hijos, decidieron asentarse también en La Paloma.
Mariano explica que empezó a tejer a los 13 años, sobreponiéndose a la burla de su hermano. Hoy tiene 27 años y, junto a su esposa Rosa, realiza las labores del campo para luego, juntos, tejer las bolsas de flores multicolor, las blusas de algodón que más tarde su cuñada vende en las ciudades.
Rosa dice que al bordar ambos, obtienen más ganancia y les va mejor. Sin embargo, reconoce que tuvieron que salir de su comunidad en Zinacantán, porque se burlaban de su esposo, “porque dicen que bordar es sólo de mujeres”.
“Tejer no es un problema, tejer no es vergueza”
Cuando comencé a tejer, mucha gente, muchos jóvenes, cuando salía a la calle decían muchas cosas. Mucha gente me decía: “¿por qué tejes, si eres hombre?”. “Pues por que me gusta”, les respondía. Los muchachos chiflaban, discriminaban. Entonces yo me aferré y me encerraba para que nadie me mirara. Yo me escondía en un rincón de la casa para poder tejer.
Mi abuela nunca me dejó y gracias a Dios, mi papá y mi mamá me apoyaron en este proyecto de seguir tejiendo. Mi papá y mi mamá nunca me dejaron solo, nunca me juzgaron. Con ese ánimo que me dieron mis papás, me puse a trabajar en el corredor, me vea quien me vea, y se burle quien se burle.
En Carranza, la sobrevivencia depende de la agricultura. Hombres y mujeres dedican parte de su jornada laboral a sembrar maíz y caña de azúcar. Alan no fue la excepción. La jornada iniciaba para él antes del amanecer: ir al campo, o a la escuela, o ambas actividades, y luego, una hora para descansar, y a tejer.
Colocar el entramado de múltiples hilos en una base de madera, sujetarla a su cintura, y con una concentración infinita, ir cruzando hilo por hilo, formar figuras que simbolizan el universo, la tierra, los rayos, el agua, animales; ir bordando su historia y la de su pueblo.
Yo fui aprendiendo de mi difunta abuelita María, ella me enseño a hilar algodón, que es un proyecto muy laborioso… ahora los hilos ya corren.
De su abuela heredó el talento y un instrumento de madera, el jalamté, que sirve para ir apretando un hilo con otro hasta formar los lienzos. Alan calcula que su jalamté tiene más de 75 años, es el símbolo de las personas tejedoras, y el que su abuela se lo heredara a él le indicó que debía seguir adelante, abrir camino para otros tejedores.
Por eso empezó a invitar a personas que, como un tiempo le pasó a él, no se atrevían a salir a tejer en el corredor, a vista de todos. Ahora, busca dotar de dignidad a los hombres tejedores, que sean reconocidos y nunca más tengan que esconderse.
Que tejan. Tejer no es un problema, tejer no es vergüenza, es tejer nuestra patria de México, nuestra patria de Chiapas. No es lógico que un hombre teja, pero que teja la patria que lleva a su lengua indígena. Y los invito a todos a que salgan a demostrar lo que son, y lo que deben hacer”.
Los hombres del cuarto interior
Juan Martín Coronel Lara es el cronista de Venustiano Carranza, un municipio ubicado en la zona centro del estado de Chiapas. Antes de la Conquista se llamó Copanahuastla; y luego, por la fuerte influencia de los frailes Dominicos que ahí establecieron uno de sus bastiones y una potente iglesia, fue reconocido como San Bartolomé de los Llanos.
Es un pueblo predominantemente tsotsil, con influencia de los grupos tseltales; ambos sectores indígenas que fueron dejando herencia en este lugar que era la ciudad de paso para bajar de la zonas altas de Chiapas hacia la planicie costera.
Carranza es un pueblo tradicionalista, donde hombres y mujeres tienen establecidos sus roles de género, explica Juan Martín. Pero estos roles, como en otras partes del mundo, llegan a romperse al cerrar las puertas de la casa, ya en la intimidad.
“Cuando empiezo a estrechar relación con mujeres tejedoras, ellas me dicen que sus esposos tejen; sin embargo, por todos estos prejuicios, ellos lo hacen encerrados en cuatro paredes”, explica.
Esto se debe a una cuestión pragmática más que ideológica. “En temporada de sequía o de pérdida de maíz, el esposo ayuda en la elaboración de lienzos, para tener mayor producción de tejidos y obtener más recursos; pero lo hacen en los cuartos interiores, no en el corredor que da al exterior; se hace en el núcleo familiar, no en el público”.
El cronista refiere que a pesar de que bastantes hombres tejen, no han querido darse a conocer: Pero la escuela que ha formado Alan “motiva, porque está rompiendo estos estereotipos que existen al vincular el bordado como un oficio femenino. Cada vez son más hombres los que empiezan a incursionar en el mundo del tejido en la esfera pública”.
Petrona Ramírez Bautista, madre de Alan, es su principal promotora. “Cuando yo me encuentro con mis amigas, les digo que dejen que trabajen sus hijos. Yo me siento orgullosa por él, como su papá decía: no le enseñamos a robar, a salir a la calle, lo que le enseñamos es un trabajo. Y ahora él (Alan) es enseñanza, él fue el que les enseñó a otros jóvenes, a otros muchachos. El día que ya no estemos, quiero sigas con tu trabajo.
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