Mamás sobrevivientes, las sin hijos

Minerva nunca regresó, fue asesinada un día de vuelta a casa. Su madre y su padre construyeron una tumba donde esperan algún dia albergar el cuerpo que no pudo ser encontrado. Foto: Ángeles Mariscal/Chiapas PARALELO

“Quienes conocen mi historia saben que tuve una niña. Nadie me felicita el día de las madres, pero yo siempre veo una línea bajo mi vientre que me recuerda lo qué pasó. Y sí, soy una mamá sin hija.”

Apenas terminaba abril, y los anuncios para el Día de las Madres estaban por todas partes. Descuentos para regalos, promesas de entregas a tiempo para flores, desayunos gratis, incluso convocatorias de marcha en pro de madres de hijos migrantes, desaparecidos o aquellas privadas de libertad.

Pero en este festejo de maternidades visibles, también están las sin hijos, quienes los perdieron por muerte.

 

La noticia

Con voz cortada y respiración agitada, Ana fue respondiendo cada una de las preguntas. Al inicio me pidió una pausa para responder, ya que tan sólo leer el cuestionario le había hecho revivir todo. Cuando recuperó el aliento y se sintió lista y comenzó hablar desde el exterior de su domicilio para tomar aire y responder. “Deseo que alguna mamá que esté como yo pueda leerme. Espero ayudar, aunque sea un poco”, me dijo.

Sostienen una Biblia en la mano derecha, mientras la izquierda le temblaba ante tanta angustia y ansiedad, Ana caminaba de un lado a otro en las afueras del Hospital de Especialidades Pediátricas de Chiapas esperando que un médico o enfermera saliera a darle noticias como lo hacían frecuentemente para informar sobre el estado de su hijo. Federico, aquel niño de 9 años que tan sólo 2 días antes ingresó de manera repentina por un dolor en el estómago. –“Ya nos habían comentado que el niño estaba grave y las oportunidades eran pocas. Me invitaron a pasar al hospital, y fue hasta cuando estuve dentro que me dieron la noticia… así, nada más. Lamentando lo sucedido… No estaba preparada para eso, pero sí sabía que podía pasar. Sentía mucha culpa. Lo único que hice fue cerrar los ojos, y ya no recuerdo más”.

Georgina, ex residente del Hospital Regional “Pascacio Gamboa», ícono en la atención materno infantil de Chiapas, comenta que dar la noticia de un hijo muerto, no es algo que les enseñen en la escuela. Lo van aprendiendo sobre la marcha. La primera vez siempre es muy difícil. – “No hay tiempo de preparación, se llama a un familiar para que esté con la mamá y a veces, aunque buscas la manera más sutil nunca es suficiente”.

La dolorosa noticia provocó en Ana un shock indescriptible. Era su peor miedo. Con frecuencia externaba que podría soportar todo como madre, pero jamás la pérdida de un hijo.

Ana es una de las 28 mil 591 madres de niños fallecidos por infecciones intestinales que registró el INEGI entre el año 2009 y 2018.

 

La despedia

Al salir del hospital se sintió frío, la vida de Ana se fue con su hijo. Ella no se despidió de él, y no es algo de lo cual sienta culpa. Lo sintió de corazón, porque no quería cambiar su imagen. “Aunque él ya no escuchó mi voz, yo no quise borrar la imagen que tenía de él antes del Hospital”.

“Es estar muerta en vida. Es vivir con la mitad de tu cuerpo y corazón”.

Durante meses no se atrevió, incluso, a ver alguna foto. La usada en el funeral fue elegida por el padre de su hijo. La casa donde el niño creció y vivió los 9 años fue vendida. Ana no volvió ahí por ningún motivo. Fueron varias noches y días de llanto. Fue como sentir un hueco en el pecho, un vació que arde. “No sé si fue un mes o más, pero por muchos días yo sólo pedía que me encerraran en un manicomio, era algo que no podía soportar: mis ojos estaban desviados, no podía enfocar mi realidad, me tenían vigilada las 24 horas. No me dejaban sola. No me pasó por la mente quitarme la vida, pero sí no entender para qué seguir viviendo y preguntar, decir por qué no venía por mí”.

 

“Aprender a vivir”

Ana y su esposo habían tenido diferencias de pareja un año antes a la muerte de Federico. Cinco años después de su muerte, la ausencia los ha fortalecido y la vida le dio la oportunidad de ser padres de nuevo.

“El dolor nos unió. Después de la pérdida empezamos muy bien, pero con el tiempo, de pronto tenemos diferencias. Sin embargo, siempre nos une el dolor. Cuando los niños se enferman, y nosotros por alguna razón estamos como enojados, de pronto estamos excelente porque sentimos la necesidad de estar enteros”.

Aunque el esposo de Ana nunca se ha tratado, ella sí ha llevado diversas terapias para “amortiguar el dolor”. Han sido retiros espirituales, sesiones psicológicas, lecturas y acompañamiento religioso, lo que le ha ayudado a sanar. Sin embargo, siempre ha buscado esa “red de contención”.

Mónica Luna, psicoterapeuta clínica, menciona que la pérdida de un hijo es la más dolorosa de todas. Nunca se supera, por el contrario, “El duelo se siente, se enfrenta y se reelabora”.

Más de la mitad de parejas que atraviesan por dicha situación terminan en divorcio. “Cuando la pareja enfrenta la pérdida, es difícil que se divorcien. Eso pasa cuando sólo uno trabaja el dolor… Es una terapia en conjunto, deben aprender a vivir con ello. Lamentablemente es un hueco que siempre va a estar”, agregó la especialista.

 

Madres sobrevientes

Ana buscó desesperadamente el testimonio de una madre como ella. “Una mamá sobreviviente”. Alguien que pudiera responder si podría vivir con ese dolor. Alguien que con la misma experiencia le contara cómo le había hecho. – “Me di a la tarea de buscarlas y platicar con ellas, quería verlas con mis propios ojos y saber que seguían de pie después perder a su hijo”.

Fue difícil. – “Las busqué incansablemente. Las encontré en diferentes lugares y nada tenía que ver una con la otra. Fue en el colegio, en un retiro, por coincidencia en un negocio. Pero no existe en realidad una red de apoyo que nos haga visibles a las madres de niños menores de 10 años. Ni siquiera hablar de neonatos. Es algo de lo que no se habla. Se le tiene miedo, no lo sé”.

La ex residente de pediatría, comentó que cuando el Hospital Regional se convirtió en materno, se instaló un departamento de psicología para enfocarse en casos de muertes perinatales, pero no le han dado la importancia que debería. “No está muy bien organizado y la persona encargada casi nunca está. De lo contrario, sólo entregan el cuerpo a la madre y se van. Y también son pocas las mamás que se logran captar”.

Nancy, de tan solo 21 años tuvo una hija a quien solo abrazó a través de la incubadora por tres semanas. -“Quienes conocen mi historia saben que tuve una niña. Nadie me felicita el día de las madres, pero yo siempre veo una línea bajo mi vientre que me recuerda lo qué pasó. Y sí, soy una mamá sin hija.”.

La mayoría de las madres viven el duelo solas. Sin acompañamiento profesional. El impacto de lo inesperado no se trabaja emocionalmente. No es como en cuidados paliativos. Nadie te prepara, es tu fe o la que te transmiten aquellos creyentes que no faltan afuera de un hospital. “Ellos son los que siempre están ahí, pero nada más”

Con una voz tranquila, muy segura y a la vez triste, Ana respondió la última pregunta. -“ Sí, sí se puede seguir viviendo con esa pérdida. No hay opción, no tienes opción. Si te quedas en ese agujero negro, como cuando yo decido y pido que me encierren en un manicomio, no es opción. Mis dos hijos me han ayudado mucho y a través de ellos veo la esencia de Federico. Además siento la necesidad de honrarlo. Él siempre fue muy agradecido, siempre me decía- “mamá, hoy es el mejor día de mi vida. Gracias mamá, gracias por todo».

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