22 familias zoques desplazadas ambientales, son abandonados en una construcción en ruinas
El 2 de octubre los terrenos de la comunidad San Antonio Canelar, municipio Rayón, empezaron a agrietarse, luego vino un asentamiento de la tierra y deslaves. Las 22 familias de ese poblado fundado hace medio siglo, salieron con sólo lo poco que pudieron sacar, ante el riesgo de quedar sepultados bajo miles de toneladas de tierra.
Una escuela primaria les sirvió de refugio cinco meses. Ahí esperaron respuesta de las autoridades a su demanda de reubicación; pero este fin de semana fueron trasladados a una construcción abandonada que alguna vez sirvió de albergue de estudiantes sin casa.
Nuevamente cargaron en costales, en bolsas plásticas, en cajas, o en la mano, algunas prendas de ropa, cazuelas, cobijas; los más afortunados una cama de madera y algún aparato electrónico.
El peregrinar de las 22 familias zoques empezó cuando hace medio siglo, escapando del trabajo casi forzado en las fincas, estos campesinos sin tierra llegaron a los terrenos donde fundaron el poblado San Antonio Canelar, a unos kilómetros de la cabecera municipal de Rayón.
Ahí construyeron viviendas con paredes de barro. Con el tiempo y su trabajo, cambiaron los pisos de tierra por unos más compactos, lograron la edificación de una escuela, y también que les llevaran electricidad. Se hicieron de un patrimonio.
Pero el 2 de octubre pasado, después de más de una semana de lluvia continua, la tierra empezó a moverse, a hundirse. En algunas zonas los hundimientos alcanzaron más de un metro, las casas se agrietaron, se les partió el piso y algunas se ladearon.
“Fuimos recorriendo la comunidad, siguiendo la grieta, vimos que la grieta rodeó toda la comunidad y dejó asentamientos de un metro. La comunidad quedó totalmente en medio de las grietas”, explicó en noviembre pasado Nelson González Juárez, agente municipal.
En ese momento cumplían varias semanas de haber abandonado el poblado con premura, jalando sólo lo que podían cargar. Así, en medio de la lluvia que aún persistía, niños, ancianos, ancianas, jóvenes, llegaron a la cabecera municipal de Rayón. Las autoridades municipales los llevaron a la Escuela Emiliano Zapata, donde permanecieron albergados.
“El de Protección Civil que llegó a ver la comunidad no dijo que ya no podíamos regresar, que es una zona de muy alto riesgo… allá quedó todo, las cosechas, los animales, las casas”, explicó Nelson, quien estos meses se ha dedicado a recorrer distintas dependencias de gobierno para buscar nueva tierra donde ser reubicados.
Pero la burocracia les puso freno. Ni el gobierno estatal ni el municipal les ha entregado el dictamen de Protección Civil que inhabilita el poblado y lo coloca como zona de alto riesgo. Sin ese documento, no pueden gestionar una reubicación.
Quedaron en el limbo, sobreviviendo refugiados en salones de clases, comiendo de despensas entregadas como ayuda humanitaria; algunos de los recursos que logran obtener con trabajos esporádicos.
Cuando pensaban que su situación no podía ser más lamentable, vino la noticia: debían abandonar la escuela donde estaban albergados, ante un posible regreso a clases. ¿Dónde ir? Lo único que les ofrecieron fue instalarse en la construcción en ruinas que alguna vez fue ocupado por estudiantes indígenas que provenían de comunidades y no tenían donde dormir.
En ese lugar las escaleras se caen a pedazos, los techos de los dormitorios también. Los sanitarios están inservibles, no hay luz. La única claridad que se filtra es la de los techos agujereados, por donde se cuela también el frío y la lluvia que en Rayón nunca deja de caer.
No tuvieron opción, era eso o quedarse en la calle, así que cargaron nuevamente sus pertenencias hasta ese lugar. La esperanza que los mantiene ahora es obtener “una audiencia con el gobernador”, para explicarle su situación y encontrar una solución.
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