“Si se entera, a lo mejor hasta me asesine”; mujeres portadoras de VIH, las más vulnerables a la hora de formar nuevas parejas con hombres serodiscordantes
Francisco Chong Villareal, investigador del Centro Regional de Formación Docente e Investigación Educativa (CRESUR) y Teresa Margarita Torres López, investigadora de la Universidad de Guadalajara, sostienen que, hombres y mujeres heterosexuales con Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), día con día se enfrentan desafíos personales y sociales, como el rechazo social y el miedo a contagiar a otras personas, siendo obstáculos en el desarrollo de su vida, especialmente si al formar una pareja, la otra persona no tiene el virus.
A partir del supuesto de que las personas no carecen de poder para enfrentar y, ocasionalmente, transformar estructuras sociales, llevaron a cabo una investigación con el objetivo de explorar y comparar las estrategias seguidas por dos hombres y dos mujeres con VIH, en la formación de pareja, con personas que no tenían reporte (pareja serodiscordante), en Chiapas.
“De acuerdo con la propuesta de teóricos de la estructuración, los hombres y las mujeres con VIH se encuentran en medio de estructuras sociales que los proveen de esquemas y recursos para enfrentar temores y amenazas o cumplir deseos y metas. Sin embargo, la acción de las personas con VIH (PV) no está condicionada mecánicamente por estos esquemas y recursos” señalan en la investigación.
Mencionan que ello resulta posible, porque las personas están inmersas en múltiples estructuras, cuyos componentes se pueden transponer para responder a las motivaciones o los temores personales. Así, la construcción de género puede conferir recursos (roles, poder, esquemas, etc.), que contribuyen a superar un esquema que se interprete de la construcción estigmatizada del VIH y SIDA, como puede ser la idea de que una PV no debe establecer compromisos sentimentales con otra persona que no lo tiene para tener relaciones sexuales (protegidas o no).
Es así como, a partir de la experiencia de hombres y mujeres portadores de VIH, quienes han intentado o formado parejas con personas que no tienen el virus, lo que llevó a los especialistas a realizar encuestas a una muestra de 4 personas, dos del sexo femenino y dos del masculino para conocer los estigmas sociales entorno a su condición de salud frente a la perspectiva colectiva. El objetivo: explorar y comparar las estrategias implementadas por dos hombres y dos mujeres heterosexuales con VIH, con parejas que no tenían reporte de VIH.
Según relataron los dos hombres seleccionados por los investigadores, ellos adquirieron el virus estando solteros. En el caso de las mujeres, fue dentro del matrimonio y las dos enviudaron por complicaciones del SIDA en sus parejas. Posterior a que reciben el diagnóstico y ya sin pareja, las cuatro personas participantes intentaron o formaron parejas con personas que no tenían un diagnóstico semejante al de ellas.
Antes del VIH, destacan que los hombres entrevistados ejercían su sexualidad de un modo muy diferente a las mujeres, ya que ellos tenían vida sexual con múltiples parejas. En cambio, ellas tendían a experimentar la sexualidad solo con la pareja.
“(Antes del VIH, dice él,) …era más libre (porque andaba) con muchachas pues. Pues ahora ya no me ando enamorando de cualquier muchacha. Me da miedo decirles: “me pasa esto”, que me rechacen o me digan algo… Porque eso de que infectó, (ellas) infectan a otros y así va corriendo el rollo… Ella, por su parte, compartió que siempre estuvo dispuesta (sexualmente) para su esposo. … pues yo no anduve de loca… Porque siempre tengo en la mente eso de que yo estaba bien con él, en la casa” señalan los investigadores, retomando el testimonio de sus participantes; un hombre de 27 y una mujer de 28 años, respectivamente.
Al enterarse de que tienen VIH, tienden a experimentar las consecuencias sociales que lo acompañan, como son las exclusiones de ámbitos como en el campo laboral y el sexual. Ante ello, mencionan que recurren a su capacidad reflexiva y evalúan los recursos de que disponen para desarrollar estrategias que, en parte, cubran los deseos cancelados. Esta experiencia de las PV destaca su capacidad de agencia.
Los testimonios, señalan que, al momento de recibir el diagnóstico, lo hacen con la misma percepción estigmatizada que tiene la población de donde provienen. Se derivan de dicha percepción, esquemas (reglas o recomendaciones para la conducta) restrictivos para la vida sexual y de pareja. Los que incluyen, además del estigma asociado al VIH y SIDA, otros esquemas y recursos (mayor o menor acceso a poder, normas de comportamiento) incluidos en la construcción de género.
Esto es que, los hombres, pese a los nuevos obstáculos, mantendrán una relativa mayor independencia económica, así como mayor control en la dinámica de la pareja que las mujeres. Los esquemas y los recursos que derivan tanto del estigma asociado al VIH y SIDA, como los provienen de la construcción de género, apuntalan comportamientos contrastantes. Por una parte, aquellos que se derivan del estigma asociado al VIH y SIDA, tienden a la marginación de las personas afectadas.
Además, resaltan que las inequidades del género, por otra parte, proporcionan recursos y esquemas, donde los hombres tienen mayor dominio y control, que las mujeres, en la vida social y privada. Pese a las mayores restricciones de género, para las mujeres, ellas encuentran recursos para ejercer su sexualidad. Sin embargo, los resultados, las ponen en mayor riesgo que a los hombres, como a la violencia y a un embarazo no deseado.
«En algún momento, mientras se realizaban las entrevistas, por ejemplo, se sostuvo una charla con una mujer que era personal de salud. Ella relató que, entre las dificultades en el servicio, estaba el no acatamiento, por parte de las PV, de las recomendaciones trasmitidas en las consultas médicas y en los talleres informativos que se realizan para una vida sexual sin riesgo. Ella ejemplifica su aseveración diciendo que una paciente, que tenía varios años siendo atendida con TAR, se había embarazado recientemente” comentan los investigadores.
En cuanto a la relación con el estigma en el campo laboral, uno de los hombres entrevistados compartió que, al recibir el diagnóstico de VIH, fue dado de baja del ejército, institución en la que laboraba.
Afirman, además, que en el análisis de los datos, se perfilan dos formas de proceder frente a la sexualidad y la formación de pareja dependiendo de si se es hombre o mujer. Los hombres parecen tener mayor éxito en la formación de pareja que las mujeres. En contraste, las mujeres llegan a experimentar una vida sexual, con hombres sin VIH, pero no conforman una pareja estable. A partir de aquí, se denomina al patrón formado por hombres como modelo masculino y al de mujeres, modelo femenino
Las personas portadoras, antes del diagnóstico, juegan roles distintos dependiendo de su sexo. Los hombres mantienen prácticas sexuales con múltiples parejas, mientras que las mujeres se reservan una vida sexual y social con el esposo. El diagnóstico a la prueba de VIH irrumpe en esa dinámica. Para mujeres que enviudan, con el diagnóstico se cancela no solo la seguridad económica, sino también la posibilidad de vida sexual posterior.
Ante esa situación, las dos mujeres regresaron a vivir a la casa de sus padres. Ambas manifestaron desencanto y enojo. Para los hombres que aún no habían formado una pareja estable, al inicio, parecen percibir que, con el diagnóstico, se imposibilita dicha formación. Además, encuentran cerradas las posibilidades de conseguir trabajo; quedando como alternativa, para obtener recursos para la sobrevivencia material, participar en negocios familiares.
A pesar de las limitaciones imaginadas cuando se recibe el diagnóstico, los hombres y las mujeres participantes volvieron a experimentar la sexualidad con personas que no tenían VIH. En palabras de la teoría de la estructuración, se encontraron recursos disponibles para hacerlo. Una comparación de los relatos permite observar que el proceso de hombres y mujeres no es similar, porque disponen de recursos distintos y obtienen resultados diferentes.
HOMBRE A …Conocí a mi esposa… La hice mi novia… La conocí hace como cuatro años. Fuimos dos años de novios. (Fue difícil) decirle de mi enfermedad, porque me daba pena que un día me fuera a rechazar. Porque yo estaba enfermo. Eso me ponía a pensar. La enamoré platicando y haciendo cariños. Duré un año para decirle que lo tenía…. Salió de mí. Porque la verdad la deseaba a ella y, como yo estaba enfermo, me daba miedo. Y ella apenas tenía 15 años… Se puso a llorar, muy triste. Pero, la verdad, nunca me dio la espalda.
HOMBRE B Estuve como seis meses con ella (con su primera novia) de noviazgo. Pero, me daba miedo. (Después de los seis meses) Le dije: “¿sabes qué? Me pasa esto” (se refiere al VIH). Se agüitó. Empezó a llorar. Le empecé a platicar cómo estaba el show. Sí, nos juntamos…Ahorita estoy, parece, que por juntarme con otra chava. Igual ya sabe todo el rollo ya. Con ella, ya llevo ocho meses. (¿Cómo se lo dijiste?) No, pues igual…
MUJER A Sostuvo por un tiempo una relación con intercambios sexuales para evitar el contagio. Ella recurría al argumento de que no deseaba embarazarse. Él le respondió: …que yo tomara pastillas… (Yo le) decía que no me caían bien. Nunca me atrevía a decirle. Argumentó también que ella tenía miedo a enfermarse. En determinado momento, él le pidió que vivieran juntos y ella no aceptó. Finalmente, ante la insistencia de él de tener sexo sin condón, ella le dijo que tenía VIH. Pero, él no me creyó. Me dijo que no era cierto. Nada más era porque yo no quería estar con él. Que yo tenía a otro. Que no solo era él. Bueno, así me la fui llevando. Hasta que caí. Y ya acepté tener relaciones con él sin preservativo. Después, él se marchó y ella quedó embarazada por las prácticas sexuales sin protección en dicha relación. … Al principio, yo me sentía mal porque acepté a tener relaciones sin preservativos… Le dije que no quería hacerle daño, porque a lo mejor se iba a encontrar otra mujer… Él me decía que no y que no… Yo le hablé. Yo le dije… De hecho, él antes de que se fuera, yo le volví a decir y no…
MUJER B … Quise empezar una relación bien bonita. Le digo (al hombre con quien quiere formar esa relación): “¿Sabes qué? Yo soy portadora”. Y salen huyendo. Ya me pasó tres veces. En esas experiencias, ella no ha dejado pasar mucho tiempo, una vez iniciado el cortejo, para compartir el diagnóstico. En la primera experiencia, dejó pasar aproximadamente un mes. … Ando con una persona, pero no sabe que yo soy portadora…Yo ando con él, pero con preservativo… Ya llevamos siete meses, creo, siete meses y medio… A veces, en mi alucín, digo: “Si se enamora de mí y con el paso de tiempo le digo y no sé si me vaya a cambiar (por otra mujer)”. No sé. A veces, alucino yo solita. Luego, pienso: “No. Si se entera, a lo mejor hasta me asesine”. Para que él se ponga el condón, ella se lo pide al argumentar que no quiere tener hijos… Él a veces desconfía de mí. Dice que no es porque yo esté enferma, sino que… piensa que ando con más hombres y así.
Mientras que, en el caso de los hombres, se destaca la aceptación de sus parejas después de escucharlos explicar las medidas de seguridad para tener una vida sexual pese al virus, las mujeres señalan que cuentan con pocas posibilidades para controlar la dinámica de una relación.
“En sus intentos por tener sexo protegido, los hombres (posibles parejas de las mujeres con VIH) presionan para mantener relaciones sexuales sin condón. Al principio, la mujer A utiliza como recurso, para convencer a su posible pareja, el argumento de que no desea embarazarse” exponen Chong Villareal y Torres López.
Es así como, esa excusa, la combina con la que corresponde a la intención de protegerse de alguna infección. De esa manera, procura sexo protegido. La insistencia de él, continúa. Ella, entonces, decide decirle que porta VIH. Él dice no creerle. Se complica, por ello, la posibilidad de practicar relaciones sexuales protegidas. Ante la presión de él, estas se dan sin protección y culmina con un embarazo no deseado.
Mientras que, la mujer B, en repetidas ocasiones y antes de tener relaciones sexuales, comparte su diagnóstico con diferentes hombres, quienes invariablemente se marchan después de la confesión. La mujer A, quien fue abandonada por el padre de su bebé, dice que, después del parto, seguirá experimentando su sexualidad con condón.
“Sostiene que ‘si me dan ganas, nada más hacerlo, pero con cuidado. Es decir, ya no buscará formar pareja, pero tampoco compartirá el diagnóstico. La mujer B, por su parte, al momento de la entrevista, sostenía una relación de más de siete meses sin compartir el diagnóstico. En esos meses de relación, la mujer dijo que sus relaciones son protegidas. Usan como argumento la prevención de alguna infección. Ella manifestó temor a ser víctima de la violencia en caso de que el hombre se enterase de su diagnóstico” añaden.
Los hombres, por el contrario, pueden experimentar la sexualidad con mujeres sin VIH. Ambos utilizan como recurso el enamoramiento. Ambos, a diferencia de las mujeres, pueden vivir la sexualidad mediante el empleo del condón. Sus parejas respectivas conocen el diagnóstico.
Se denominó, a la respuesta que llevaron a cabo los hombres para la formación de pareja, modelo masculino y a la que configuraron las mujeres, modelo femenino. Las diferencias en los modelos para formar pareja o ejercer la sexualidad se centraron en la inequidad en el acceso a recursos y esquemas disponibles para tal objetivo. Ese inequitativo acceso a recursos y esquemas se reflejó en resultados diferentes.
Las mujeres, además de tener menos posibilidades para formalizar una pareja, se ubicaron en situaciones de riesgo para un embarazo no deseado y de violencia por ocultar el diagnóstico. En el modelo masculino hay, previo a la formación de pareja, una etapa de enamoramiento que concluye con la revelación del diagnóstico. Esto no cancela la posibilidad de intercambio sexual en dichas parejas.
“Existe el intercambio sexual, aun sabiendo ella, que él porta VIH. Este proceso que va del enamoramiento a la etapa cuando ya se tienen relaciones sexuales, no está exento del temor al rechazo. Parece que esa etapa previa de enamoramiento es fundamental para crear las condiciones emocionales para que la mujer, en cuestión, tenga menos posibilidades de abandonar la relación. Con estos resultados, se destaca la importancia del acceso a más recursos y esquemas para que las PV lleven a cabo acciones que contengan un menor riesgo para su salud sexual y reproductiva” señalan.
Los resultados de este estudio evidenciaron que esta estrategia confiere a las personas más confianza en sus prácticas sexuales y refuerzan la adherencia al tratamiento, las mujeres estudiadas, reportaron que las personas prestadoras de servicios de salud fueron insistentes en el uso del condón en todas las relaciones sexuales. Sin embargo, a pesar de que las mujeres dijeron estar convencidas de su uso, el estudio reportó que, durante sus prácticas sexuales, tuvieron un uso inconsistente.
Se encontraron inequidades de género que incidieron en esos resultados, donde los hombres son quienes finalmente deciden su uso. Estas últimas aseveraciones resaltan que las estrategias de prevención, que se sostienen solamente en el uso del condón, no funcionan, porque las personas encontrarán fuertes motivaciones para no usarlo.
Finalmente, sugieren que son necesarias nuevas investigaciones sobre este fenómeno, ya que las condiciones y las experiencias recientes podrían ofrecer resultados más novedosos que los hallazgos reportados.
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