Nueva York: el toque de queda como respuesta a las protestas contra el racismo
La crisis social en Estados Unidos por el asesinato de George Floyd a manos de un policía se agrava en al menos 25 ciudades, ante una clase política concentrada en las elecciones presidenciales y en la reactivación de la economía de las empresas privadas.
Texto y fotos: Heriberto Paredes de Pie de Página
No justice, no peace, fucking racist ass police!
(¡Sin justicia no hay paz, malditos policías culeros y racistas!)
NUEVA YORK, ESTADOS UNIDOS.- A cada paso el sonido de las consignas aumentaba, mientras que el flujo de gente resultaba sorprendente tras el cierre de Nueva York a causa de la pandemia. Carteles en mano, personas de todas las edades y orígenes caminaban en dirección a una pequeña plaza situada frente al Ayuntamiento y a la Corte de Justicia, Foley Square es su nombre.
Es 2 de junio de 2020 y estamos en Lower Manhattan. Ha pasado una semana del asesinato de George Floyd (25 de mayo), un hombre de 46 años, residente de la ciudad de Minneapolis, Minnesotta, que fue detenido por un grupo de policías y que en pocos minutos acabaron con su vida asfixiándolo con la rodilla de uno de ellos, David Chauvin.
El video de estos acontecimientos ha dado la vuelta al mundo y su brutalidad ha desatado las protestas masivas en al menos 25 ciudades de Estados Unidos. «I can’t breath» (No puedo respirar) fueron sus últimas palabras y con ello pareciera que dijo lo que millones de personas negras, alrededor del mundo, sienten día con día, viviendo bajo un modelo de mundo racializado.
No justice, no peace, no racist police!
(¡Sin justicia no hay paz, basta de policía racista!)
No justice, no peace, prosecute the police!
(¡Sin justiciar no hay paz, juicio a la policía!)
La plaza se llena, cada vez más llegan colectivos, familias, organizaciones. En apariencia no hay una toma de decisiones centralizada. Es ahora cuando todo se mueve por formas muy sutiles de organización horizontal, de cuidados mutuos, sin liderazgos, sin cabezas que cortar.
Donald Trump, el presidente de este país, no acierta sino a señalar tras varios días un nuevo enemigo interno. Declara terrorista a la organización Antifa y el discurso que proviene de la clase política comienza a aceptar la idea de terrorismo local, domestic terrorsim.
Parece que al arrestar a cientos de personas cada día, al imponer toques de queda en todas las ciudades con protestas, Trump piensa que está atacando a un enemigo visible y que le está infrigiendo daños. Lo que no sabe es que se enfrenta a un mal tan profundo y nauseabundo –del cual es parte–, que no podrá hacer mucho. La victoria implica su desaparición como político y como presidente, aunque él no quiera aceptarlo.
Mientras toda la gente levanta los puños, grita más consignas, guarda minutos de silencio por todas las personas asesinadas por el racismo y la discriminación, se va tejiendo una complicidad que sólo da la desgracia, que sólo hace posible el dolor. Algunas personas se conocen, pero miles se vuelven compañeras y compañeros de lucha porque vienen de los barrios más golpeados por la desigualdad social: Brooklyn, Bronx, Harlem.
Es en estos barrios gigantes en donde la pandemia golpeó duramente, a afroamericanos y a latinoamericanos por igual. En estos barrios el acceso a la salud ha sido reducido, la violencia policiaca es pan de cada día, pero también es en estas zonas de la ciudad en donde la solidaridad se ha construido con mucha fuerza, donde las redes entre distintas comunidades sostienen la lucha por una vida mejor. Es en estos barrios en donde movimientos culturales han cambiado la historia de este país y del mundo: el hip hop, la salsa, el Renacimiento de Harlem, el cine de Spike Lee y la fotografía de Jamel Shabazz, los libros de Zora Neal Hurston, la mezcla diversa de identidades.
Los suburbios unen porque son una identidad. Los asesinatos unen porque «todo mundo sabe de alguien cercano que ha sido asesinado». Más adelante, cuando la manifestación avance y llegue a Washington Square Park, una de las improvisadas oradoras toma el megáfono: «Cada vez que veo un nombre en un encabezado no pienso en mí, pienso en la gente cercana, ¿serán mis primos los siguientes, serán mis hermanos los siguientes, será mi madre la siguiente? ¿Quién sigue en mi familia?»
Say his name: George Floyd!
(¡Di su nombre: George Floyd!)
Say her name: Breonna Taylor!
(¡Di su nombre: Breonna Taylor!)
En esta movilización caminamos 17 kilómetros junto a otras 10 mil personas, al menos. Muchos seguimos en Twitter cuentas que dan la información minuto a minuto sobre los cambios de ruta, sobre la presencia de la policía, sobre algún incidente o sobre la necesidad de servicios médicos.
Instagram también es una fuente de información constante. Todo mundo está subiendo fotos, denuncia la represión, anuncia las manifestaciones o los eventos más pequeños en distintos puntos de la ciudad.
Un día antes, el 1 de junio, llegó a través de la cuenta de Instagram @justiceforgeorgenyc una invitación a una vigilia en Sheridan Square, una plaza emblemática para el movimiento LGBTQA+. Justo ahí, entre este pequeño parque y el Stonewall Inn (un bar emblemático de esta comunidad), se gestó el movimiento por la diversidad sexual.
El 28 de junio de 1969, la policía de Nueva York llevó a cabo una redada en este bar, algo rutinario en aquellos años. Sin embargo, esta en particular se salió de control generando disturbios durante varios días contra la violencia policiaca y la ilegalidad de la diversidad sexual. Finalmente, habitantes de esta zona de la ciudad, conocida como Greenwich Village, habilitaron lugares para que los miembros de la comunidad golpeada pudieran vivir o reunirse con libertad. Es decir, que el orgullo por el movimiento de la diversidad sexual nació de un disturbio.
Justo ahí hubo una vigilia para recordar los nombres de las personas negras asesinadas por la policía. Al terminar este emotivo acto, caminamos hasta llegar al Washington Square Park, donde había habido una concentración que luego se diversificó en calles y avenidas hacia otro parque, Bryant Park, sede principal de la Biblioteca Pública de Nueva York.
What do we want? Justice! When do we want it? Now! If we don’t get it? Shut down!
(¿Qué es lo que queremos? ¡Justicia! ¿Cuándo la queremos? ¡Ahora! ¿Y si no la conseguimos? ¡Tirémoslo todo!)
Los toques de queda, según palabras de varias personas asistentes a las manifestaciones y gente conocida, son algo habitual, a veces para controlar zonas de desastre o en caso de una emergencia social. Sin embargo, la última vez que hubo una orden de este tipo fue en 1945, en el contexto del fin de la Segunda Guerra Mundial.
Primero empezaron en 25 ciudades en Estados Unidos el 30 de mayo, finalmente el 1 de junio se estableció el toque de queda entre las 23:00 hrs y las 5:00. Sin embargo, ante el aumento en la intensidad de las protestas, de día y de noche, el alcalde de la ciudad, Bill de Blasio, lo extendió: ahora comienza a las 20:00 y durará hasta el domingo 7 de junio.
Mientras escribo esto, miles de personas desafían el toque de queda y se manifiestan, a pesar de haber caminado todo el día. Se escuchan desde la ventana patrullas y helicópteros sin parar. Es, tal vez, la antesala de la militarización de las calles. Tal y como ha amenazado Trump desde que la madrugada del 1 de junio la represión contra manifestantes se diera afuera de la Casa Blanca. Y obligó al presidente a apagar sus luces y a resguardar en un búnker.
Hands up, don’t shoot!
(¡Manos arriba, no disparen!)
Si algo ha sido visible en las manifestaciones es la solidaridad dentro, en los márgenes y entre las diversas comunidades que participan. En cada momento hay personas que voluntariamente reparten gel sanitizante, tapabocas, guantes de látex, botellas de agua, barras de cereal, rebanadas gigantes de pizza.
Nunca hubo un tramo sin que alguien nos diera agua, nos preguntara si queríamos gel, si necesitábamos una máscara. Nunca hubo un tramo sin presencia de alguien que diera primeros auxilios. Incluso hubo una chica que iba quemando salvia y de alguna manera haciendo una limpia a la manifestación.
Salimos de casa con dos mandarinas, una barrita y algo de gel y regresamos con dos botellas de agua –aunque tomamos cuatro en la calle– con las mismas mandarinas, con varias barritas de cereal en el estómago y una diversidad de geles en las manos. Las nuevas manifestaciones tras el severo brote de covid-19 se cuidan más. Los manifestantes se aseguran de tener todos los insumos necesarios y hay personal entrenado para atender médicamente.
Antes de comenzar algunas participaciones con el megáfono, se advierte sobre el carácter pacífico de las protestas. No se niega la rabia pero entre todas las personas nos cuidamos para evitar más violencia y agresiones de la policía. «Si ustedes ven alguna agresión policiaca contra gente negra, lo que ha pasado en cada día de protestas, pongan sus cuerpos blancos enfrente», pide un chico antes de dar su palabra.
En total oposición a lo que pasa en las protestas, Andrew Cuomo, gobernador del estado; De Blasio, el alcalde; Donald Trump, los alcaldes de las ciudades con protestas, los gobernadores, los senadores, la clase política, condenan los saqueos y disturbios en las calles, lo que no dicen es que lo que defienden es la propiedad privada de tiendas y comercios.
Durante todas las conferencias, diarias, que dan los gobernantes, sus palabras se han referido a solicitar a las personas el restablecimiento de la paz, aunque, fundamentalmente, esta crisis social estalló cuando unos policías asesinaron a un hombre negro. Una historia que se ha repetido infinidad de veces.
Sólo el gobernador de Nueva York ha planteado que se debe hacer una reforma integral de la policía, frenar la agresividad de sus elementos y el uso de choques eléctricos para inmovilizar a la gente. Sin embargo, en los videos vertidos en las redes sociales no se ve una moderación de los policías, todo lo contrario, se muestran abusos tras abusos.
Lo dijo bien una enfermera de un hospital que, solidaria, se acercó con otros compañeros a una de las manifestaciones de este 2 de junio: «La policía no protege personas, no nos protege, no les protege, ellos no están en riesgo, son ustedes los que están en riesgo, ellos tienen armas y nos agreden en las calles». Lo dijo mientras sostenía un cartel con la siguiente leyenda: “Las enfermeras peleamos contra la covid, ahora pelearemos contra la policía”.
Whose streets? Our streets!
(¿De quién son las calles? ¡Son nuestras calles!)
Black is beautiful!
(Negro es bello)
La manifestación fue muy larga, pero no tanto como la lista de personas negras asesinadas a manos de la policía de Estados Unidos. O de la supremacía blanca. Una revisión de los casos reivindicados con mayor frecuencia en las consignas, en los carteles, da cuenta de que la gravedad del problema:
Trayvon Martin, un joven de 17 años, fue asesinado por George Zimmerman, el coordinador de vigilantes en un barrio de Standford, Florida, el 26 de febrero de 2012. Su agresor declaró defensa propia y previamente había llamado a la policía para denuciar a un posible sospechoso de robo. Fue absuelto luego de un breve juicio.
Eric Garner, de 43 años, murió el 17 de julio de 2014 frente a una tienda en Staten Island, Nueva York. El oficial de policía Daniel Pantaleo fue el responsable de su muerte y fue hasta 5 años después de ocurridos los hechos que se le despidió del departamento de policía, aunque no se le fincaron cargos y quedó en libertad. Este asesinato generó muchas protestas en todo Estados Unidos y en la comunidad afroamericana neoyorquina es un episodio que ha dejado una huella muy profunda.
El 9 de agosto de 2014, en el suburbio de Ferguson, Sant Louis, Missouri, Michael Brown, de 18 años, fue asesinado por el policía Darren Wilson. Le disparó en 6 ocasiones al joven inerme. El oficial fue absuelto en un juicio y su testimonio afirma que fue en defensa propia, por los golpes que había recibido y porque temía perder el sentido. Muchas de las consignas que ahora resuenan nacieron tras las protestas desatadas por este asesinato.
Ahmaud Arbery, de 25 años, fue asesinado por Gregory y Travis McMichael, padre e hijo, y por William Bryan. Dispararon contra el joven luego de perseguirlo en camionetas por las calles de un barrio en Brunswick, Georgia. A dos meses del asesinato, los tres hombres que dispararon fueron detenidos y acusados de asesinato. Sin embargo, la comunidad afroamericana de todo Estados Unidos se vio afectada.
La noche del 13 de marzo de 2020, la técnica de emergencias médica Breanna Taylor, de 26 años, murió de 8 disparos. Tres policías de Lousville, Kentucky, ingresaron a su domicilio, aparentemente, porque buscaban a dos personas que –según investigaciones posteriores– ya estaban bajo custodia policiaca. Jonathan Mattingly, Brett Hankison y Myles Cosgrove fueron reasignados dentro de la institución mientras se investiga.
Y así podría seguir la lista interminable de asesinatos, agresiones, discriminaciones y agravios sobre los cuales se ha construido este país.
Get off the sidewalk, walk these streets!
(¡Deja la banqueta, camina estas calles!)
How do you spell racist? NYPD! How do you spell murder? NYPD!
(¿Cómo se deletrea racista? ¡NYPD! ¿Cómo se deletrea asesino? ¡NYPD!)
Las protestas continúan a través de muchas calles de Nueva York y de Estados Unidos. Durante esta jornada que relato hubo mucha solidaridad y aceptación por parte de la población que conducía autos, salía de algún turno en un hospital o trabajaba en alguna construcción. Como aquellos migrantes mexicanos que, al ser contratados para colocar placas de madera en los aparadores de los comercios del Soho, comenzaron a golpear la madera en señal de apoyo a la manifestación que pasaba justo frente a ellos.
Twitter e Instagram no paran de dar información, las imágenes fluyen. La gente desafía el toque de queda y sigue levantando la voz para exigir una transformación radical. Más de tres meses después de los confinamientos por covid-19, la cifra de desempleados supera los 40 millones, el número de contagios es de más de 1 millón 800 mil personas y las muertes por esta enfermedad suman 106,184 este 2 de junio. La crisis social se grava al no encontrar respuestas en una clase política que está concentrada en las elecciones presidenciales de noviembre y en la reactivación de la economía –pese a todo– de las empresas privadas. Como corolario, la imagen de Trump no hace sino empeorar: de la sugerencia de ingerir cloro a esconderse en un búnker.
En The Broken Heart of America: St. Louis and the Violent History of the United States (El corazón roto de América: San Luis y la historia violenta de los Estados Unidos), el historiador Walter Johnson desarrolla el concepto de “capitalismo racial”. Es decir, el racismo como una técnica para explotar a las personas negras y para fomentar la hostilidad de los trabajadores blancos contra los negros. Para favorecer a los grandes propietarios blancos extraer valor de todos. Es ésta la base de la sociedad estadounidense y supera incluso a la propia abolición de la esclavitud. La violencia policiaca es tan sólo un aspecto, tal vez por el cual, comience un cambio profundo.
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