Con matz enfrentan la cuarentena

Imagen: Maderas del Pueblo del Sureste.

Balashté, Chiapas. El sol golpea con fuerza en la selva y un viento fresco mece los guanacastles y ceibas que aun quedan de pie entre las barrancas y cerros, pero en la casa de Abraham Sántiz Vázquez, un miembro de la dirigencia de la ORCAO, su familia guarda la cuarentena del coronavirus, a un lado de un vivero comunitario del programa Sembrando vida, con una despensa de elotes, chayotes, frijol y masa de maíz que para preparar el matz (pozol en tzeltal) que sirve en unos tazones de plástico.

Para Abraham, enfrentar la cuarentena aislado en su comunidad no le preocupa, porque “aquí tenemos plátanos, chayote y caña para endulzar”, pero para poder sobrevivir es suficiente hervir maíz, molerlo y tomarlo con agua como lo hicieron los ancestros mayas en esta región cercana a la zona arqueológica de Toniná. “Con eso quitamos el hambre”, asegura.

Desde mediados de marzo, cuando las noticias llegaron a la selva que el coronavirus se extendía por México, en la selva se registró un alza en el precio de varios productos alimenticos, como el maíz que pasó de 300 a 600 pesos los 50 kilos.

Productos como el azúcar, refrescos embotellados, galletas, jabón y otros, registraron un alza en el costo en las tiendas de Balashté, lugar donde habitan más de cien personas en su mayoría de la etnia tzeltal. El pretexto del alza fue la supuesta escasez de productos que llegaban desde la cabecera municipal de Ocosingo.

Los comerciantes de los cinco tendejones del poblado, el refresco de dos litros que vendían a 20 pesos, ahora lo ofrecen a 25, el kilo de azúcar de 17 pesos, le subieron 8 pesos y el refresco de tres litros de 35 pesos, pasó a 45. “Todo subió de precio”, se queja Abraham.

Hasta las comunidades de la Selva no ha llegado información del coronavirus, algunos creen que es un pleito entre países ricos y otros como Abraham han visto en la televisión como se han inundado los hospitales de enfermos en países europeos y gracias a esta información, algunas autoridades han decidido establecer cercos sanitarios en comunidades.

Por ejemplo, camino a la comunidad El Censo, poblado de unas mil 800 personas, en los líderes de la biósfera de Montes Azules, prohibieron el paso de personas que no sean de la zona.

Y desde hace más de una semana, cientos de indígenas y campesinos que trabajan en Cancún, Playa del Carmen y Mérida, decidieron regresar a sus hogares alarmados por la pandemia que amenazaba principalmente Quintana Roo.

Cuando la Jurisdicción Sanitaria número 9 que cubre la Selva Lacandona, un territorio de 9 mil 520 kilómetros cuadrados, casi la mitad de un país como El Salvador, entonces estableció un cerco sanitario en las terminales de camiones que trasladan desde la península a los migrantes por 400 pesos, para tomar sus datos y a que comunidad se dirigen. Los demás migrantes que iban para San Cristóbal y Comitán, dieron parte a las Jurisdicciones 5 y 3, para que les dieran seguimiento, da a conocer un médico.

De las noticias del coronavirus, Abraham las ha visto en su pantalla de plasma que tiene en la sala de su casa. “Estamos viendo en la tele que la gente está muriendo”, pero también se enteró de las declaraciones que hizo el gobernador de Puebla, Manuel Barbosa, que “ha dicho que solo les pega (la enfermedad) a los que tienen paga”, por lo que siente tranquilidad que los campesinos que se dedican a trabajar la tierra no enfermen.

Una gran mayoría de campesinos no viaja en aviones, aunque algunos lugareños salen de sus comunidades para ir a trabajar a los Estados Unidos y Cancún, para emplearse como albañiles, jardineros, meseros, afanadores y vendedores ambulantes, que podrían correr el riesgo de enfermarse de coronavirus.

Abraham insiste: “no tenemos miedo al coronavirus, aunque no haya productos en las tiendas, porque solo con maíz, frijol, chayote, plátano y caña podemos sobrevivir. No tenemos miedo al coronavirus. No tenemos miedo a la enfermad y enfrentaremos la enfermedad con fe en Dios, porque a veces es pura política de los gobiernos”.

“No soy religioso. Mucha gente lee la biblia y tiene miedo, pero el día que me toque ni modos, de decir no. No voy los domingos a la iglesia, pero creo en Dios. En la biblia dice que van a venir enfermedades y virus que no tienen curación, por eso ¿para qué tenerle miedo (al coronavirus)?”, sostiene el campesino que con su esposa María Elena procrearon cuatro niños, la más pequeña de dos meses que llaman Ingrid Melisa, como la ciudadana suiza que vive en las inmediaciones de la zona arqueológica de Toniná, que los visita para darle clases a sus hijos.

Para enfrentar el coronavirus en Ocosingo, la infraestructura médica consta de una clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), una del ISSSTE y el Hospital Básico Comunitario (HBC).

Pero el HBC su área va más allá de Ocosingo y llega a atender a pacientes de Chilón, Tila, Sabanilla y Yajalón, con una mil 100 comunidades y rancherías donde están diseminadas 56 casas de salud, se desplazan 27 unidades médicas móviles y Centros de Salud en San Quintín, Chilón y Bachajón.

Hasta hace unos mese el HBC recibía pacientes del Hospital General de Yajalajón, inaugurado por el entonces Secretario de Salud, José Narro, en mayo del 2017, pero que no funcionó como se anunció, ya que el equipo fue desmantelado y no contaba con médicos ni enfermeras, pero fue hasta la presente administración de Rutilio Escandón que empieza a trabajar con normalidad, explica un médico.

En Ocosingo la Secretaría de Salud tiene 56 enfermeras y 42 médicos y de este número, en el HBC laboran de forma permanente en los tres turnos, un médico internista, un integrista, cuatro ginecólogos y cuatro anestesiólogos.

Para atender un territorio que es lo doble al estado de Tlaxcala, las 27 unidades médicas tienen que recorrer hasta siete horas para poder llegar a una comunidad, como son las ubicadas en la biósfera de Montes Azules, como Candelaria, Amador Hernández, Benito Juárez y Guanal, aunque prefieren ingresar vía aérea para llevar medicinas y realizar consultas.

Clinica Ocosingo. Foto: Fredy Martín

Ante la pandemia del Covid-19, un médico de la Jurisdicción estima, que los pacientes que requieran ingresar a terapia intensiva y respiración artificial, podrían ser trasladados vía aérea de Ocosingo hacia Tuxtla Gutiérrez, a la clínica alterna para enfermos de coronavirus, que se ubica en el centro de convenciones Mesoamericano, ya que en la Secretaría de Salud no tiene contemplado establecer un hospital en el área para enfermos de coronavirus, aunque el más cercano sería Comitán.

Desde hace más de una semana, en la cabecera municipal de Ocosingo, se paralizaron las actividades hasta un 70 por ciento, aunque el transporte público que va a la Selva ha disminuido, la mercancía sigue entrando en camionetas.

Más hacia el sur oriente, en Las Cañadas de Las Margaritas, municipio de 3 mil 013 kilómetros cuadrados, desde hace dos semanas, las comunidades cerraron el acceso a “personas extrañas” y decidieron que quien ingresa “ya no sale”, pero en las inmediaciones de Guadalupe Tepeyac, solo pueden pasar los médicos y enfermeras que laboran en el Hospital del IMSS de este lugar.

En la Selva se nota un menor tráfico de vehículos, cuentan los pobladores que por días ya no ha visto a turistas, ni los ciclistas que se aventuran a hacer recorridos hacia la zona. Algunos lugareños han optado por no ir a vender a los tianguis campesinos y abastecerse de productos de primera necesidad, porque saben que la cuarentena pueden enfrentarla con pozol.

En Altamirano, donde hay una clínica del IMSS y la Iglesia administra el Hospital San Carlos, el pueblo parece desolado y el día que este diario hizo un recorrido vio cerca del cuartel militar a doña Mary Castellanos, de 74 años de edad, salía presurosa a buscar un auto que la llevaría al centro, porque le habían dicho que su hermano Arturo, menor que ella un año, había fallecido de cáncer de pulmón. Un día antes el transportista que no fumaba y no ingería bebidas embriagantes, se congregó a sus hermanos y se despidió de ellos.

La señora Castellanos caminó presurosa por la calle que lleva al mercado, donde se perdió cuando el sol empezaba a caer del otro lado de las montañas que van al municipio de Chanal.

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