De Maracaibo a Tepito
Hasta ahora, la investigación del feminicidio de Kenni Finol lo relacionan a la banda de la Unión. Se acusa al Brayan del feminicidio. Kenni, su exnovia, es la escort venezolana que denunció en videos en redes las amenazas y golpizas que él le dio. La policía capitalina lo señala como gran dirigente criminal de la Unión, pero en el centro de la Ciudad de México y en Ecatepec, se dice que es sólo un pistolero
Este texto forma parte de la investigación especial: Mujeres en la vitrina. Migración en manos de la trata, realizado por los equipos de investigación de Pie de Página, Fusión, El Pitazo, Tal Cual, runrun.es y Enjambre Digital. Ganador del Premio Gabo en la categoría de Innovación Consúlta aquí el especial completo
Autor: Lydiette Carrión
Las Buchonas en Tepito
–Mis tepiteñas ya no le piden nada a las sudamericanas–, dice una cabrona del barrio.
En Tepito, la moda buchona ha llegado, explica. Las jovencitas saben que si invierten en operarse, es probable que podrán acceder a otro tipo de vida. Hace 10 años no era así.
–Esto debe tener unos 6, 7 años… pero ahora las chavas no se identifican con el barrio y quieren ser buchonas.
El el argot del narcotráfico, las buchonas son mujeres bellas, de cuerpo escultural, que generalmente son parejas o cercanas a sicarios y traficantes.
El 15 de diciembre de 2018, fue vista por última vez Karina Itzel Morales Baltazar, una joven de 27 años oriunda de Tepito. En sus fotografías no le pide nada a las modelos sudamericanas. El cuerpo, la ropa deportiva, la bachata en los videos que subía a sus redes sociales. Se le vio por última vez con su novio, Alexis, junto a Brayan Mauricio González, El Pozoles o el Minion.
Aquella última vez que se le vio, iba a un festival de música electrónica. Una afición que compartía con otra chica, Kenni Finol, escort venezolana quien fue salvajemente asesinada.
Lo último que se supo de Karina es que La Unión, una banda de narcotráfico originaria de Tepito, amenazó a la familia. Les dijo que dejaran de buscar.
El falso Pozoles
A Brayan, acusado de violar, torturar, desfigurar y asesinar a Kenni Finnol, ahora lo llaman Pozoles; pero en realidad, es el falso Pozoles. El original es su tío, un hombre que actualmente ronda los 50 años y que, siendo huérfano casi desde niño, sacó adelante a su hermanas y familia a través de la delincuencia.
Brayan, el falso Pozoles, solo tiene 26 años y en el barrio lo apodaban El Minion. Pero conforme fue haciendo carrera criminal, prefirió acaparar del apodo del tío y capitalizar su prestigio en las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México.
El Brayan tiene ascendencia con tradición en la ilegalidad por ambos lados de la familia: con La Unión de Tepito por medio del tío, y con el llamado cartel de Los Rojos, en Morelos y Guerrero, a través de su padre. O al menos eso dice la prensa policiaca. Pero tiene sentido: gran parte del crecimiento de la Unión creada por Roberto Mollado Esparza, El Betito, tiene que ver con conexiones en Guerrero y Morelos.
Según la Procuraduría General de Justicia de Ciudad de México El Betito mide 1.60 metros, es robusto y nació en la colonia Guerrero. Su madre custodia el altar más importante de la Santa Muerte en la capital del país, en la calle Alfarería 112 de la colonia Morelos.
Hasta ahora, la investigación del feminicidio de Kenni Finol lo relacionan a esta banda. Se acusa al Brayan del feminicidio. Kenni, su exnovia, es la escort venezolana que denunció en videos en redes las amenazas y golpizas que él le dio. La policía capitalina lo señala como gran dirigente criminal de la Unión, pero en el centro de la Ciudad de México y en Ecatepec, se dice que es sólo un pistolero.
Después de supuestamente matar a la joven venezolana estuvo desaparecido y acaba de ser detenido a principios de febrero, justo un año después de aquello. Entre las líneas de investigación por las que las autoridades habían ordenado atraparle, aseguran, también estaba el narcomenudeo, la extorsión, el cobro de piso y la explotación sexual.
Lo cierto es que Brayan es ejemplo de la transformación en los barrios del centro de la capital: los criminales ya no tienen arraigo al barrio; buscan salir de él. Y quieren casarse con modelos. Pero las mujeres de Tepito también cambiaron: ya no quieren ser tepiteñas; quieren ser buchonas.
El Pozoles Original
El Pozoles, el original, el tío de Brayan, es de estatura más bien baja, robusto, moreno, de rostro redondo y nariz achatada; lo más peculiar es su voz cascada y susurrante, como la de Marlon Brando en El Padrino. Dicen que hasta la fecha despacha en la calle de Paraguay.
Él y su familia crecieron en un edificio muy grande y antiguo del centro de la Ciudad de México cuya propiedad legal es dudosa. Ahora, algunas notas periodísticas atribuyen ese edificio a la Secretaría de Desarrollo Social de la Ciudad de México.
Ese edificio familiar está a unas cuadras de Tepito y del zócalo capitalino, en esas calles que se llenan cada día de vendedores ambulantes y hospedan negocios añejos. Calles con edificios muy bellos, muy viejos y muy deteriorados, que por más que la gentrificación ha querido arrebatar a los avecindados, la dinámica comercial, popular y subterránea del Centro Histórico lo ha impedido.
El Pozoles original tiene varias hermanas. Cuando eran adolescentes –ahí por los años ochenta–, su madre murió. El papá, como muchos padres de familias mexicanas, era ausente desde antes. Así que los hermanos se criaron solos, conformando una familia compuesta únicamente de niños, de lazos de sangre y solidaridad extraordinarios, pero muy cerca siempre de la ilegalidad. Con esa ilegalidad vinieron cultos religiosos diversos: la santa muerte, el palo mayombe. De pronto la familia recibía un doble bautizo: el católico y el santero…
Así, el Pozoles original empezó a participar en pequeños robos a negocios, los mismos negocios que se encontraban cerca de su casa. Robos sin violencia, casi siempre. Con eso, mantenía y procuraba a la familia, que se multiplicaba: las hermanas se casaban o vivían con sus parejas. Los sobrinos llegaban al mundo, sobrinos que crecieron en ese entramado de poder paralelo, que crecieron admirando a Pablo Escobar, y con la sociopatía suficiente para adoptar un cachorro de león como mascota.
Para finales de los años noventa El Pozoles subía en la escalera de la delincuencia organizada. Pasó a formar parte de un grupo que se hacía llamar la Unión de Tepito, ese liderado por el famoso Pancho Cayagua. Esta Unión se ofreció a dar “protección” a los grandes comerciantes del barrio que ya se habían vuelto objeto de extorsiones y secuestros.
Pancho Cayagua se llamaba en su acta de nacimiento Francisco Hernández Gómez. Fue lugarteniente de una de las primeras grandes bandas de narcotráfico en el barrio: el Cartel de Tepito, aunque no tenía las características de las organizaciones grandes: era barrial, local y con gran arraigo en la zona.
El Cartel lo fundó Jorge Ortíz, El Tanque, casi por finales de los años ochenta del siglo pasado. El Tanque fue pionero en el mundo de la delincuencia organizada de Ciudad de México. Organizó una red de informantes para detectar cualquier movimiento inusual en el barrio, desde policías hasta periodistas.
Les decían “puntos”, todos menores de edad, que no sólo avisaban del peligro sino también eran correos de cocaína y marihuana. Posiblemente la primera red de halconeo en el país.
Esta banda, el llamado Cartel, es la que heredó Pancho Cayagua y la que durante varios años se adueñó de casi todo lo ilícito en Tepito. Con todo y su agenda oculta.
Tepito
Tepito es un barrio bravo y viejo. Estaba ahí antes de la Conquista española y desde ese entonces tenía una identidad profunda y marcada. Por eso es que Cuauhtémoc, el último tlatoani mexica, se ocultó ahí.
Ya en el Virreinato, Tepito, al norte, y la colonias que se encuentran a espaldas de Palacio Nacional (por donde ahora vive la familia de El Pozole original), fueron reservadas a los pueblos indígenas y mestizos.
Tepito es consciente de su centenaria exclusión, y de que el criollo, el blanquito perdona su fiereza. Los tepiteños han hecho una consciente resistencia.
Barrio bravo y orgulloso, cuna de boxeadores, relojeros, artistas y comerciantes, para los ochenta era clara también la cultura de la ilegalidad, la necesidad de arrebatar lo que un sistema les negaba. Y lo hallaron mediante el contrabando: fayuca (mercancía que llegaba desde Estados Unidos sin pagar las cuotas de aduana), productos pirata: ropa, tenis, discos, libros. Y narcomenudeo.
Los comerciantes de Tepito se situaban a lo largo de una variada gama de tonos de legalidad e ilegalidad: mayoristas, productores, fayuqueros, piratas, narcomenudistas…
Los comerciantes de Tepito accedieron a una clase media, algunos lujos; incluso amasaron pequeñas fortunas. Mandaban a sus hijos a universidades privadas, pero seguían siendo del barrio. Seguirían viviendo ahí en Tepito; su fuerza residía en ello. Y eso incluía a los narcomenudistas.
Los policías de entonces recuerdan que, a inicios de la década de 2000 en el barrio de Tepito ya “tenían mucho acceso a droga. Un día asegurábamos cocaína, metanfetaminas, marihuana, y al día siguiente estaban como si nada. Era inquietante y preocupante el nivel de flujo de la droga. Por eso nosotros deducimos que Tepito era una especie de almacén”.
Los contrabandistas y los que rompían las normas eran aceptados en el barrio; como solían hacer los ladrones viejos, aportaban a la gente: juguetes para los niños en Día de Reyes, dinero a alguna mujer que quedaba viuda, repartir: la solidaridad e identidad iban a estar presentes.
Igual que su barrio, las mujeres de Tepito habían sido bravas y únicas. Su belleza y estilo tampoco se alejaba de las cuadras que recorrían: pulseras de Santa muerte o San Judas Tadeo, ropa de la que se vende en los interminables puestos. El gusto por el cambio constante del centenar de puestos de comerciantes con sus interminables pulseras, accesorios, zapatos de moda, de novedad… la fiereza de sus calles y el orgullo de sus propias resistencias. En ellas había siempre esa reivindicación: en los tatuajes, la ropa, las trenzas, el estilo. Las cabronas de Tepito, como se recuerda en un mural: mujeres bravas, orgullosas, prestas a pelear y defender su barrio, alzar su voz. (En Venezuela, la expresión cabrona tiene otra connotación. Se les dice así a las mujeres que siguen con sus parejas sin que les importe que les peguen o les sean infieles.)
En Tepito son interminables las historias de mujeres organizando talleres para los hijos, desde matemáticas, cultura, arte, deporte. Y sí, siempre conviviendo con ese filo con la ilegalidad; la cual se toleraba, se protegía incluso, siempre y cuando el barrio saliera fortalecido.
Aquel jefe policiaco que operaba en la década de 2000 recuerda: “En ese entonces, los apodos de los jefes eran: los Camarillo, el Papi, el Tanque… este era muy famoso. Todos terminaron muertos o detenidos”, narra. Pero insiste: “Se trataba de bandas, no se hablaba de cárteles de la droga, aunque se les llamara el Cartel”. Ni tampoco se tenían reportes de cobro de derecho de piso a los comerciantes. “Lo que está ocurriendo ahora en la ciudad, por lo que alcanzo a leer en la prensa, se parece a lo que ocurría en Tamaulipas hace 10 años: el cobro de piso al corredor Roma-Condesa, la violencia… [Las autoridades] lo dejaron crecer”.
El Heven
Uno de los últimos exponentes de esta forma de hacer barrio y delincuencia fue el famoso Jorge Ortiz El Tanque. En los noventa era chavo robusto y de quijada cuadrada, de ahí el sobrenombre. Pisó la cárcel en los años noventa, acusado de venta de cocaína.
Por esas fechas también conoció a Lety, una joven de piel muy blanca y rostro delicado. Una de las mujeres más hermosas y cabronas de Tepito. El Tanque la hizo su pareja, adoptó como suya a la hija de ésta y luego la familia creció. Nació un hijo, un niño muy parecido a su padre. De cuerpo robusto y cargado, lo llamaron Jerzy.
El Tanque fue acusado de extorsión en 2003 y encarcelado. En aquel entonces, tenía unos 32 años. Así, en prisión, pasaron los años. En el barrio, las cosas cambiaron: comenzó la extorsión a negocios, y los comerciantes se unieron… se acercó un grupo liderado por Pancho Cayagua, antiguo camarada de El Tanque y el Papi, y ofreció protección. Así, de pronto, nació La Unión de Tepito. Era el 2009.
Sin embargo eso no asentó la situación por mucho tiempo. Algunos miembros de la Unión tenían agendas ocultas y más ambiciosas; se juntaban con otros malandros más poderosos; de otros barrios, unos más bonitos, de esos que ya no llaman barrios sino colonias residenciales.
EL Bar Bar
Aunque la cabeza visible y líder del barrio era Pancho Cayagua, según los reporteros de nota roja, La Unión Tepito en realidad fue impulsada por Edgar Valdez Villarreal, apodado La Barbie, un hombre corpulento y rubio que se hizo bajo el ala de los hermanos Beltrán Leyva, narcotraficantes pesados que en ese entonces controlaban todo el trasiego de droga entre el estado de Guerrero y la Ciudad de México. (Dicen que la exreina venezolana, Alicia Machado, tiene un hijo o hija de La Barbie)
Pero el llamado cartel de los Beltrán Leyva se pulverizó y para 2010, cuando Arturo Beltrán Leyva fue abatido en la ciudad de Cuernavaca, después de un operativo brutal y sangriento, la Barbie trató de recomponer la distribución de droga en la ciudad.
La Barbie también cobró relevancia mediática no por esto, sino por un caso que resonó durante meses en televisión: un allegado suyo, José Jorge Balderas Garza, el JJ, un joven bien vestido, atlético y de aire empresarial (y miembro del crimen organizado), disparó en la cabeza al jugador de futbol soccer Salvador Cabañas en el Bar Bar, un antro exclusivo y frecuentado por artistas de la farándula de la Ciudad de México.
En el escándalo, salieron a relucir modelos y bailarinas cubanas, artistas de televisión y delincuentes con camisas Versace. Y fue precisamente la historia del JJ la que destapó esas nuevas formas de los narcos en la Ciudad de México: los delincuentes ya llevaban ropa muy fina, se codeaban con estrellas de Televisa, vedettes y modelos (en el caso del JJ, habría salido con Silvia Irabien, La Chiva, una ganadora del concurso televisivo Big Brother). Los gatilleros eran novios de actrices o bailarinas y se hacían acompañar de modelos muy bellas, casi todas extranjeras, sudamericanas, con un estilo muy particular: mucha voluptuosidad, cuerpos labrados a mano, de curvas inexistentes en la naturaleza.
Esa estética voluptuosa, conseguida a través de implantes de glúteos y busto e infinitas cirugías estéticas, el cabello muy largo, las uñas muy cuidadas, no era arraigado en el crimen organizado de la ciudad, o no al menos, entre las bandas que se juntaban por Tepito.
El rompimiento del Heven
Llegó el 2013; y Jerzy, el hijo querido del Tanque (aquel antiguo líder tepiteño) cumplía los 16 años. Lety seguía siendo una señora guapa y relevante de Tepito, una cabrona a la que todos respetaban y ningún hombre se atrevía a pretender. En el barrio, esas cosas son importantes: no se toca ni se busca a la mujer de otro sin riesgo de desatar una tormenta. Y menos se busca a la mujer del Tanque.
El 25 de mayo de aquel año, Jerzy y otros 11 jóvenes tepiteños fueron al Cristal, un antro cercano a Tepito; luego se enfiestaron y recorrieron antro tras antro, hasta terminar en el Heaven, un bar after en la Zona Rosa. Y de ahí se los llevaron. Unos meses más tarde sus cuerpos fueron hallados en fosas clandestinas, en un rancho en el Estado de México. Era una venganza contra los miembros de la Unión Tepito de una escisión. Ya se peleaban el jugoso corredor Roma–Condesa.
El caso Heaven marcó para muchos un antes y un después en Tepito: las familias viejas, antiguas, ya no estaban seguras, ya no serían respetadas. El pacto se había roto. Fue también el tiempo en que la Unión Tepito dejó de ser de los tepitenses. En esos años, entre 2014 y 2016, Pancho Cayagua perdió el control de la Unión. Uno de sus antiguos aliados, El Betito, oriundo de la colonia Guerrero (a un lado de Tepito), aquel cuya madre le reza a la Santa Muerte, le disputó el poder.
Y le ganó.
Betito tenía aspiraciones distintas. Quienes lo conocen desde años antes, lo recuerdan como un joven muy gordo, obeso, de cara perennemente afeitada y redonda como bola de boliche… conforme fue escalando y ganando poder e importancia, los cambios físicos se hicieron evidentes: un bypass para bajar de peso, una sofisticada y agangsterada barba de candado, ropa fina, antros de la Zona Rosa, cambio de domicilio…
El Betito afianzó el negocio más pujante de la Unión: la extorsión y el narcomenudeo en los bares y antros de las colonias Condesa y Roma, o en Polanco. Zonas muy distintas a Tepito, la Guerrero, la Morelos; barrios con restaurantes de moda, bares de lujo, centros de atracción para las capas pudientes de la sociedad, actores, actrices, muchos jóvenes. Y también hoteles, centros nocturnos vinculados al trabajo sexual de acompañantes de lujo… y a la trata de personas.
Uno de los reporteros de seguridad que más han dado seguimiento al desarrollo del crimen organizado en la ciudad, explica: “Estos [La Unión del Betito] ya no son el barrio, ya son juniors. Se mudan a la Nápoles, o la Condesa (barrios de clase alta); les gusta la buena ropa, el lujo, irse de antro. Y salen con modelos, con escorts, con chavas de un tipo muy especial: cuerpos voluptuosos, arreglo personal muy cuidado y lujoso”, cabellos largos, uñas impecables: lo que en México llamamos buchonas.
Ya por ese entonces, por 2014, Daniel N., El Pistache, y que después se comprobaría que es muy cercano a El Betito, era novio de Manelyk González, integrante del reality show Acapulco Shore. Es una joven bonita, que suele publicar muchas fotos selfie en su cuenta de instagram.
Algunas voces señalan al Pistache como un vínculo entre grupos de Tepito y aquellos que se dedican a traer muchachas de Sudamérica. Una de estas jóvenes, a quien llamaremos Amarelis, escapó por sus propios medios de una red vinculada directamente al portal Zona Divas a finales de 2017. Presentó una denuncia y de ello, se derivaron detenciones y rescate de mujeres.
Amarelis narró que en una ocasión El Pistache la contrató para llevársela varios días a Acapulco. No había forma de decir que no. Fue un fin de semana pesado y peligroso, y al regreso, el tipo la abandonó sobre la carretera a la altura de Cuernavaca, sin dinero o teléfono. La dejó sólo con lo que llevaba puesto. Nunca le pagó los días de servicio. El Pistache era amigo de judiciales y dueños de bares; el maltrato y el robo quedó en la impunidad.
Los Junior, Kenni y el Brayan
Mientras los juniors iban en ascenso, el grupo original, el de Pancho Cayagua, decaía. Para 2016 aquel fue detenido y encarcelado por unos meses y poco después de salir de prisión en febrero de 2017, fue asesinado. Hasta la fecha no hay detenidos por el crimen. Pero en Tepito varias voces coinciden que con su muerte se acabó con lo poco que ya quedaba de los códigos viejos.
La violencia empezó a tomar más vuelo. Por las mismas fechas, alguien citó, torturó y mató a Wendy Vaneska, venezolana de 26 años, quien permaneció en calidad de desconocida por al menos un año (actualmente hay un detenido por el homicidio). Ocurrieron también los feminicidios de Katya, de forma muy parecida al de Wendy, y después el de Génesis, hallada asesinada, con los brazos adosados al cuerpo, atados con cinta industrial. Por abril- mayo de 2018, el caso fue vinculado al de Wendy, debido a las pruebas de ADN. En esa época, Kenni Finnol publicaba en Facebook varios videos en los que denunciaba su miedo a El Pozoles, su expareja.
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Kenni y Brayan iniciaron una relación de noviazgo a finales de 2016. La cosa iba en serio, al menos para el falso Pozoles. En abril lo hicieron público. Hay quien asegura que Kenni llegó a visitar el edificio donde vivía la madre del sicario, en la colonia Centro. Lo cierto es que entre las joyas lindas y costosas que Kenni portaba, ahora se veía una pulsera de cuentas baratas, de colores verde y amarillo, los colores de un orisha, un bautizo de santeros. La familia de él ya consideraba a la joven venezolana como parte de la familia.
Una vez un reportero de policía se preguntó cómo es que mujeres tan bellas como Kenni podían ser novias de tipos como el Pozoles. Otro le respondió que se debía a la disponibilidad de droga. “Son muy adictas”, dijo. Pero la droga, si una chica la quiere conseguir, lo puede hacer en cualquier lado. La razón podría ser tan sencilla como que un ambiente así no es extraño: Kenni venía de una zona similar en Venezuela a la de Brayan en México: un barrio viejo y muy pobre, donde los líderes de la mafia local eran el poder. Y es que, al final de la historia, ¿qué necesita uno en el romance, sino un espejo que nos devuelva la mirada?
A Kenni y Brayan los unía quizá la similitud de orígenes, el peso de crecer en la pobreza y la precariedad y endurecerse para acceder a aquello que querían: dinero, poder, fama, las ganas de salir del barrio, un barrio que no deja de definir sus destinos…
Pero Kenni iba y venía a Venezuela, trabajaba y ganaba mucho dinero como acompañante, era independiente y también veleidosa en sus afectos. No aspiraba a ser la reina de una calle, ni de cuatro cuadras. Ella ya había dicho: vengo de abajo y voy pa’arriba. Brayan ya tenía fama de violento y golpeador. Y comenzaron las golpizas, y los videos de ella, desfigurada, macheteada. En una foto, publicada en julio de 2017, Kenni muestra su brazo con cortes de machetes (una prueba de que el pasado fue real, escribe). La mano lleva la pulsera de cuentas amarillas y verdes.
A finales de septiembre, Kenni y Brayan terminaron, en octubre la venadeó, la levantó y le puso una golpiza; todavía llevaba la pulsera verde y amarilla. En diciembre alguien mató a Karen Ailén, otra chica escort que ofrecía sus servicios en Zona Divas. Algunas amigas de Kenni sospechan que fue Brayan. Y en febrero de 2018, Kenni salió a un festival de música electrónica, dos días después fue hallada asesinada, desfigurada a golpes, en Ecatepec, municipio en la zona conurbada de la ciudad, famoso por el alto número de feminicidios y también por ser refugio y territorio de sicarios de la Unión. Estaba vestida con el pantalón y la chamarra, pero sin blusa ni ropa interior. Sus brazos, al igual que los de Génesis, estaban adheridos al cuerpo con cinta canela.
En marzo siguiente, las autoridades capitalinas informaron que habían detenido al probable asesino de Génesis: un joven de 22 años llamado Daniel. Según la fiscalía, su ADN coincidió con restos de semen hallados en Génesis, y también en el cuerpo de Wendy Vaneska, asesinada un año atrás.
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