Las mujeres que abrieron las puertas del gobierno
La reparación de una calle convocó a un grupo de vecinas a vigilar al gobierno de Xochimilco y exigirle rendición de cuentas. No querían corrupción y querían que sus opiniones y necesidades fueran tomadas en cuenta por los gobernantes. En esa lucha aprendieron que la autoridad está para servir a la comunidad, no para servirse a sí misma; también aprendieron que la información es poder
Por Daniela Rea de Pie de Página
Fotos y Video: Mónica González (Con colaboración de Ximena Natera)
En abril del 2017 los vecinos de Caltongo se enteraron que el gobierno de Xochimilco rehabilitaría una de las avenidas principales, pero sin tomar en cuenta a los habitantes. Un grupo de mujeres se organizó y convocó a los vecinos para vigilar a los servidores públicos. Si el gobierno está para servir a los ciudadanos, pensaban, el gobierno tenía que escuchar su opinión, informar cada decisión. Los habitantes por su parte, deben vigilar estas decisiones para evitar actos de corrupción y uso político de los recursos.
Los vecinos acordaron reunirse cada jueves a las cinco de la tarde en la plaza de Caltongo. Al inicio de la lucha llegaba hasta un centenar de personas interesadas en escuchar y hablar de algo que afectaba toda la comunidad. Pero con el tiempo, la plaza se fue vaciando.
Martha Patricia Gómez, de 56 años, una de las vecinas que convocaban a las asambleas, lo recuerda así:
“Al principio había mucho interés de los vecinos, pero conforme fue caminando la obra algunos ya no acudían a las asambleas. La verdad causa desaliento que nos toca cuidar a todos y al final del camino la gente sea indiferente”.
El trabajo, el fastidio, el hablar y hablar y hablar, el golpeteo político, las urgencias cotidianas, desanimó a los vecinos. Ya no era un centenar de ellos, sino cincuenta, luego 10. Hasta que un día sólo quedaron cuatro mujeres mayores.
Por once meses las abuelitas del pueblo llegaron a la plaza de Caltongo a la asamblea sin falta, respondieron con su presencia al compromiso comunitario para vigilar al gobierno.
“Lo sorprendente es que un grupo de señoras de la tercera edad continuaban asistiendo a las asambleas todos los jueves puntuales, ellas estaban ahí. No me voy a cansar de repetirlo: si nosotros hubiéramos llegado un jueves y no hubiera ninguna persona, entonces ¿de qué valiera nuestro esfuerzo? Pero ellas estaban ahí y que ellas estuvieran ahí, confiando en nosotras, hacía que nosotras sintiéramos un compromiso y volviéramos, siempre, cada jueves”, recuerda Martha.
“Esta ha sido una lucha de dos caminos, una con el gobierno para que nos escuche y haga lo que el pueblo decida y otra con los vecinos para que se interesen por los problemas de la comunidad”, agrega.
La avenida principal
Una mañana de abril de 2017, a la salida de la misa dominical, funcionarios de Xochimilco repartieron volantes para informar que la avenida Nuevo León sería reencarpetada. Esta es una de las dos vialidades más importantes de Xochimilco pues comunica a los barrios con el resto de la ciudad y es el acceso para embarcaderos y vendedores de plantas, dos de las principales actividades económicas de la zona.
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En los volantes que repartieron los funcionarios también se informaba que la obra iniciaría al día siguiente. Los vecinos comenzaron a reunirse para pensar qué hacer.
Martha es hija de campesinos chinamperos, pero su padre no quería que ella fuera campesina y la mandó a la escuela. Así, Martha estudió carrera técnica y trabajó durante 14 años como parte de dos empresas de cosméticos y materiales de cocina. Al ser despedida con la crisis de 2009 volvió al oficio familiar: la siembra y venta de plantas.
La abuelita Amalia, mujer indígena náhuatl, tenía ya un reconocimiento en la comunidad por su participación en las luchas. Ella en particular recuerda aquélla de la década de los 80, cuando el gobierno de Carlos Salinas expropió a los campesinos de Xochimilco de sus tierras –tierras que habían recuperado como ejido gracias a la lucha zapatista– con el pretexto del Plan de Rescate Ecológico de Xochimilco, pero que en realidad fue la vía para la adquisición de terrenos ejidales por parte de particulares.
“Ahí empezó mi lucha por la tierra, fue una lucha muy grande. Para mí, haz de cuenta que me cortaron mis manos porque yo ya no podía sembrar en el ejido, allá iba a sacar el maíz, el maicito para alimentar a mis 10 hijos. Para mí fue como si me hubieran cortado las manos, ya no tener dónde sembrar”, recuerda Amalia.
Amalia, Citlali y Martha se reconocieron en las reuniones de la avenida Nuevo León porque eran las que más alzaban la mano, discutían, preguntaban. Amalia contagió a las otras mujeres del sentido de pertenencia a un lugar y a una cultura náhuatl, una fuerza que necesitarían para enfrentar esta responsabilidad.
“Nos quedamos un grupo que pensábamos hacer una estrategia para que el proyecto no empezara como decía la delegación”, cuenta Citlali. La delegación quería arrancar la obra por el barrio de San Gregorio, una zona de asentamientos irregulares y amplia capacidad de presión política. De hacerse así, pensaban los vecinos de Caltongo, los recursos públicos se irían a beneficiar a una zona que por su crecimiento irregular amenaza la siembra en chinampas que los vecinos de Caltongo quieren preservar.
Citlali, de 36 años, es heredera de la tradición de chinamperos y paisajistas botánicos más reconocidos de Xochimilco. Su abuelo Pablo Gumersindo Jiménez Contreras trabajó con el japonés Tatsugoro Matsumoto. En su adolescencia Citlali se mudó a Colima y allá ganó una beca para estudiar física, pero ella quiso volver a Caltongo a recuperar la tradición milenaria y familiar.
El barrio
Xochimilco es una de las 16 alcaldías de la Ciudad de México, ubicada al sur de la ciudad, donde vive el 4.7 por ciento de población de la Ciudad de México.
En Xochimilco una tercera parte de su población vive en pobreza, según datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social. Es también una de las dos alcaldías con los niveles más deteriorados de bienestar, de acuerdo con el estudio Índice de Bienestar Social de la Ciudad de México, realizado por la Universidad Iberoamericana en 2017.
Desde hace 30 años, Xochimilco es Patrimonio Cultural de la Humanidad. El título no ha impedido el deterioro de sus canales y zona de chinampas. En ese decreto se protegieron 2 mil 200 hectáreas, las cual se han reducido a poco más de 1 mil 800 en la actualidad.
El estudio El Proyecto Unesco-Xochimilco (PUX), en la Ciudad de México señala que el deterioro se debe al crecimiento poblacional en la zona, la demanda de agua del sur de la Ciudad que fue cubierta con el agua de canales y manantiales de Xochimilco; la invasión de predios para vivienda irregular y el abandono de actividades tradicionales como la agricultura, para dar lugar a servicios y turismo.
“La población es originalmente campesina, pero a los hijos les dicen ‘estudia para que no seas chinampero’, porque la vida de la chinampa en un contexto de invernaderos y de invasión es complicada”, dice Guadalupe Figueroa, habitante de la zona, integrante de la organización Grupo Atzin (Acción para la sustentabilidad del territorio) y académica de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco.
El encuentro
En mayo del 2017, durante una visita a Xochimilco del relator especial de Naciones Unidas para agua potable y saneamiento, Léo Heller, las vecinas de Caltongo conocieron a las integrantes de la organización Controla Tu Gobierno.
Controla Tu Gobierno tenía años acompañando la lucha por el agua en Xochimilco. Al inicio, relata Maylí, la gente se extrañaba que su organización llegara a ofrecer ayuda sin cobrar o sin pedir votos. Con el tiempo las integrantes de CTG aprendieron que hay una necesidad de las comunidades de entender cómo funciona el espacio público, cuáles son sus derechos como habitantes y las obligaciones de los gobernantes.
El encuentro continuó días después en la oficina de la organización y en una revisión de información oficial.
“Esto fue una oportunidad para fortalecer un proyecto que era de la comunidad. Después de tantos años de una cultura política asimétrica, donde las personas están acostumbradas a dar gracias por favores y la autoridad a controlarlo todo, lo que queríamos que vieran es que no son favores, sino el deber del gobierno y el derecho del ciudadano. La autoridad no es algo inalcanzable que no se puede cuestionar, ni retar. Nosotras mostramos el marco legal y los derechos que tienen los ciudadanos. Eso fue lo que pusimos a su servicio”, relata Maylí Sepúlveda, directora de esa organización.
Pero al gobierno de Avelino Méndez, delegado por el partido de Morena, no le gustó el reclamo de los vecinos y amenazó con llevarse la obra a otro lado
Ese mismo mes de mayo y de la mano de Controla Tu Gobierno las mujeres de Caltongo se enteraron que la obra de rehabilitación de la calle tenía un presupuesto de 38 millones de pesos, que además del asfalto incluía agua y drenaje y, lo más importante, que era una “obra etiquetada”. Es decir, que el dinero destinado para ella sólo podía usarse para realizar esa obra en ese lugar.
La información pública que lograron las mujeres de Caltongo con ayuda de Controla tu Gobierno fue un parteaguas en la organización porque les permitió estar en otro lugar ante la autoridad y ante el resto de los vecinos.
Ante la autoridad, porque ya no podría engañarlas ni amenazarlas y así la obligarían a transparentar sus decisiones ante la ciudadanía. Ante los vecinos, porque les abría la posibilidad de que confiaran en ellas, se dejaban “de habladas”.
“Cuando empezamos a pedir la información nosotros desconocíamos las formas y empezamos a tener apoyo para obtener la información o para hacer las denuncias”, dice Martha.
“Este camino que hemos hecho ha sido de la mano con CTG, nos dieron la seguridad en cuanto a la información y en cuanto al papel del gobierno que están para servirnos a nosotros como ciudadanos”.
Con la información de la obra, las mujeres de Caltongo convocaron a Asamblea, acompañadas de Controla Tu Gobierno. Los vecinos se pasaban los papeles y los hojeaban interesados página por página. Ese día votaron que ellas, Citlali y Martha, fueran las responsables de la Comisión de la obra y se acordó que toda la información a los vecinos sería pública y transparente a través de esas asambleas los jueves a las 5 de la tarde, en la plaza del barrio.
“Cuando empecé a involucrarme en la organización ya le puse nombre a algo que yo sentía que era mi sentido de pertenencia a la comunidad: ver mi entorno, mi gente, convivir con ellas diario, querer defender un ambiente sano que iba a ser vulnerado…”, dice Martha.
En las semanas siguientes, las vecinas seguían invitando a sus vecinos a interesarse por la obra, recorrían el barrio con cartulinas o megáfonos, a pie o montadas en la camioneta de Citlali. A las pocas semanas se sumaron dos vecinas más: Adriana Alvarado Tovar y Cristina Rosas Díaz.
“Me dijo Martha: ´te vamos a meter al whats de Caltongo y ahí yo opinaba, pero un día me dijo ‘vente, estamos reunidas en la casa, te vamos a integrar al grupo de las organizadas´. ¿Qué aporto yo? Llenar huecos, cubrir áreas que a lo mejor las demás no pueden”, dice Adriana.
Las vecinas, mujeres adultas en su mayoría, utilizaron una herramienta tecnológica para eficientar su lucha y organización.
Adriana tiene 58 años, nació en Michoacán y desde pequeña llegó a Xochimilco. Y aunque ella considera que su trabajo dentro de la organización es solo “llenar huecos”, lo cierto es que en un inicio ella facilitó el vínculo con la comunidad.
“Yo soy la de las fotos, el video al momento, porque como tengo bici, me podía mover rápido”, cuenta Cristina. “Me decían: ‘hay que ir a Pino a tomar una foto de las tomas de agua’, ‘hay que ir allá a tomar otra foto’. Aprendí a tomar fotos de noche porque andábamos a las 2, 3 de la madrugada revisando la obra, a los trabajadores, exigiendo que hicieran bien su trabajo… nos hicimos amigos de ellos, ya hasta nos soñaban”.
Cristina nació en Xochimilco hace 53 años. Su abuelo materno sembraba rosales, ella recuerda cómo sacaba el lodo del canal, lo echaba en la canoa y hacía las camitas para sembrar. Sus papás vendían pollos vivos en el mercado y Cristina creció dándole de comer a los pollos, pavos y guajolotes antes de irse a la escuela. Estudió hasta la secundaria, se casó a los 18 años y mantiene a sus hijos con una taquería que ella y su esposo atienden.
Aunque en algún momento de la lucha hubo hombres, la organización recayó en estas mujeres. Ellas tienen una idea de por qué fue así:
“Somos las que sobrellevamos la situación familiar, si no tienes agua ¿qué vas a hacer? La tienes que conseguir, porque el esposo se fue a trabajar. Y nos toca sufrir en el trayecto, de irlo a traer, y si tienes que hacer la comida… como que somos más decididas, tenemos que salir adelante. Nosotras sabemos hacer rendir el dinero, las cosas, y a parte el eso, de que estas siempre a solucionar las cosas de todo el tiempo”, dice Cristina.
“Como que estamos al pendiente de la vida cotidiana, de lo que se necesita”, interviene Adriana.
“Mi esposo me decía antes ‘búscate a una amiga y vete a tomar un café’, porque yo solo me la pasaba en la casa y el trabajo”, recuerda Cristina entre risas. “Esta lucha significa mucho porque me realicé como mujer, aparte de ser ama de casa y mamá. Como que ya me sentí importante que me dijeran es que lo hiciste bien, te salió bien la foto. El participar, el conocer más cosas de nuestro propio barrio, para mi fue realizarme”. Cristina sonríe cuando dice cómo su hija mayor le decía: “Mamá, tú puedes, tú eres mi orgullo”.
Su lucha no sólo cimbró la omisión y la corrupción del gobierno local, también de la vida comunitaria, pues las mujeres de Caltongo rompieron los roles que destinan a las mujeres a la casa y las expulsan de la vida pública. Aunque eso les costó críticas por parte de los vecinos: ‘ahí van las viejas chismosas’, ‘ahí van las sinquéhacer’.
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