Sargazo, un problema planetario
El sargazo que se acumula en las playas del Caribe mexicano es un problema grave y es resultado en gran medida de la agroindustria y la deforestación en regiones como la Amazonia o África. Sus peores consecuencias no son la merma al turismo mexicano, sino la afectación de ecosistemas del Océano Atlántico. La solución, resumen especialistas, no es local, sino regional y planetaria
Por Lydiette Carrión de Pie de Página
Foto: Cecilia Suárez / Archivo
En México, la discusión sobre el sargazo en las playas del Caribe se centra en las afectaciones al sector turístico: las playas de arena blanca y mar celeste se tornan en mareas cafés y costas pestilentes. Pero éste no es un problema únicamente hotelero o económico: las consecuencias más importantes son las ambientales que implican la contaminación de playas, la destrucción de arrecifes, la muerte de fauna y flora marina de zonas enteras del mar.
Su valor ambiental no tiene traducción en moneda alguna. Por eso, lo que ocurre en el Caribe “es muy grave y requiere atención urgente”, concluye la doctora en Ciencias del Mar, Lorena Durán.
La mecánica del problema
Martín Merino Ibarra es investigador titular “C” del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología de la UNAM. En entrevista telefónica resume con sencillez la mecánica que permite que se pase del mar celeste a la marea café.
“Por irnos a la biología básica: las microalgas son productos primarios, es decir, fijan la luz [fotosíntesis] y dan de comer al resto del ecosistema”.
Para que proliferen, se requiere básicamente dos cosas: luz y agua, ambos abundantes en el mar. “Lo único que limita la proliferación de algas son los nutrientes disponibles en el agua”, y de éstos los principales son el nitrógeno y el fósforo.
En la capa superficial de los océanos tropicales, el nitrógeno y el fósforo se encuentran de manera limitada. Pero, en todo el planeta, los seres humanos, “con nuestro consumo exacerbado, estamos añadiendo nutrientes y haciendo a los ecosistemas acuáticos más productivos”, explica Merino.
La palabra “productivo”, en este contexto, significa lo siguiente: exceso de nitrógeno y fósforo.
Aguas fertilizadas
Enormes regiones de bosques y selvas son desmontados para plantar monocultivos –por ejemplo, la palma africana, en México; la soja, en Sudamérica, por nombrar unos– y éstos son fertilizados intensiva e indiscriminadamente con nitrógeno y fósforo.
Aquí viene otro elemento clave: la deforestación. Originalmente, los bosques y tierras previas retenían los nutrientes. Los árboles mantienen una capa nutritiva arraigada en la tierra. Pero la agricultura intensiva y los monocultivos en general no constituyen un sistema saludable. Y éstos no sólo representan pérdida de biodiversidad y servicios ambientales en tierra. En estos terrenos erosionados o devastados, los nutrientes de la tierra son “lavados” con cada lluvia y llegan, primero a los ríos y luego al mar.
El otro factor que llena de nutrientes el mar son los desagües. Las aguas negras, llenas de materia fecal y orgánica (pocas veces tratadas) se vierten a los ríos y llegan al mar, donde las bacterias descomponen la materia orgánica liberando fósforo y nitrógeno.
Con todos esos nutrientes, las algas no tienen limitante para crecer. A este aumento significativo de nutrientes, en el lenguaje científico se le llama eutroficación.
Veneno y asfixia
En ambientes muy productivos, como puede ser la selva, donde hay muchos nutrientes y muchas especies compitiendo por espacio, las plantas se sienten atacadas entre sí, y algunas de ellas, para defenderse, despiden toxinas.
Lo mismo ocurre en el mar y los lagos, cuando las algas crecen de forma indiscriminada. Algunas algas producen toxinas como elementos de defensa, explica Merino. Estas toxinas se pueden acumular en la cadena trófica, generando mortalidad de peces y causando afectaciones también a los humanos que consumen el agua y dichos organismos.
Mientras tanto, la cobertura total de la superficie por las algas puede impedir que la luz del sol llegue al fondo del mar, y como consecuencia se hace imposible la fotosíntesis en pastos marinos y arrecifes, y éstos mueren. Al limitarse la producción de oxígeno disponible en el agua, también puede ocurrir que peces y otros organismos que requieren oxígeno también mueran.
Pero ésta no es la última fase del problema. Una vez que el mar está saturado de algas, éstas también comienzan a morir y a descomponerse. Y las bacterias que se alimentan de sus restos agotan aún más el oxígeno en el agua.
Sin oxígeno en el agua no pueden vivir peces, ni arrecifes, ni algas, ni ningún organismo pluricelular. En otras palabras, el proceso de eutrofización puede ser devastador al excluir la vida más compleja en el sistema en el que ocurre.
—¿Entonces se podría decir que el sargazo es ocasionado por la agroindustria y la contaminación?— Es una pregunta para el investigador Martín Merino.
—Esa es la raíz del problema.
Zonas muertas
Estos procesos de eutroficación son más evidentes en cuerpos de agua pequeños. En el mar, por su tamaño, no es tan evidente. Pero ya hay algunas zonas muertas debido a la actividad humana. Una de ellas, por ejemplo, está en la desemboca el Río Mississippi, en el estado de Louisiana, en Estados Unidos. Al arrastrar los nutrientes de la agroindustria de prácticamente medio país, la descarga de este río genera una de las zonas muertas más grandes del mundo.
Otro punto rojo en el mapa de las zonas muertas en los mares es la descarga del Río Amazonas y del Orinoco. Ambos, cargados de nitrógeno y fósforo producto de la deforestación, los monocultivos. En el caso del aumento del sargazo en el océano Atlántico, se atribuye un papel importante a estos ríos.
Caribe en peligro
En 2017, Brigitta Van Tussenbroek, investigadora del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología de la UNAM, publicó junto con otros colegas la investigación: “Impactos severos de las mareas cafés ocasionadas por Sargazo en las comunidades de pastos marinos cerca de la orilla” (Severe impacts of brown tides caused by Sargassum spp. on near-shore Caribbean seagrass communities).
En el artículo, se detalla que desde mediados de 2014 hasta el final de 2015, el Caribe mexicano experimentó un mayor influjo de sargazo que se acumuló en las orillas, lo que devino en material putrefacto en las playas, y mareas cafés en la cercanía. Cuando las algas se pudren en el mar, disminuye sustancialmente el oxígeno en el mar, así como la luz que se filtra y cambia el ph del agua. Además aumentan las cantidades de nitrógeno y de fósforo.
De acuerdo al estudio, este cambio de las condiciones ocasionó que los pastos marinos en las aguas someras del Caribe mexicano, que originalmente eran dominados por una variedad conocida como “hierba de tortuga” (Thalassia testudinum), fueran reemplazados por algas limosas o calcáreas. Con ello se perdió entre el 61 y el 99.5 por ciento de la biomasa de pastos marinos en las áreas investigadas.
La hierba de tortuga alimenta tortugas, peces y otras especies. Realiza fotosíntesis y carga de oxígeno el mar. Con la muerte de los pastizales, concluye el estudio, los arrecifes de coral cercanos murieron total o parcialmente. “La recuperación de los pastos marinos puede llevar años o décadas”; o los cambios pueden ser permanentes si la llegada masiva de sargazo prevalece, apunta.
Problema planetario, solución planetaria
En la prensa mexicana, y en las discusiones gubernamentales, el tema del sargazo se ha discutido únicamente como un atentado contra el turismo. Y la postura –que fue duramente criticada– del presidente Manuel López Obrador fue la de que no era un problema grave.
Las propuestas giran en torno a retirar el alga que llega a las playas y aguas litorales, e incluso aprovechar económicamente esta materia para producir energía, productos cosméticos y otras cosas más. Si bien es verdad que esto puede paliar el problema, no lo resuelve.
“El sargazo no es solamente un problema local, sino de toda la cuenca del Atlántico. La solución debe ser planetaria”, explica Martín Merino. El investigador propone “hacer un sistema mundial de control de descargas. Necesitamos administrar colectivamente cuánto nitrógeno y fósforo se puede arreojar al océano”.
Referencias
Para este reportaje, se contó con la ayuda de los siguientes investigadores, quienes proporcionaron no sólo entrevistas, sino material científico.
Martín Merino (Investigador titular “C”. Instituto de Ciencias del MAr y Limnología, UNAM)
Emiliano Monroy Ríos (Bioquímico, investigador en cenotes)
Lorena Durán (Instituto de Ciencias del Mar y Limnología, UNAM, Puerto Morelos)
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