Lecciones de Tlahuelilpan
#AlianzadeMedios | Texto: María Fernanda Ruiz, Daniela Pastrana y José Ignacio De Alba
Imágenes: María Fernanda Ruiz
Mientras las familias de los heridos más graves recorren los hospitales de la Ciudad de México, las autoridades federales piden a la gente que hable y que ayude a reconstruir lo que pasó y encontrar respuestas a lo que parece una sinrazón: ¿Qué orilla a un pueblo a exponerse de ese modo? Ésta es una crónica de las horas que siguen a una tragedia que, apenas en su segundo mes de gobierno, dejará su sello en la administración de Andrés Manuel López Obrador.
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En la sala de urgencias del Hospital de Traumatología y Ortopedia del IMSS-Lomas Verdes nunca es ni tarde ni temprano para las cabezas bajas. Es un espacio sin presente porque el pensamiento se mueve entre lo que pasó y lo que puede pasar. Aquí, el tiempo se vive en la espera.
Las reglas del Seguro Social son estrictas para los visitantes: sólo una persona puede estar con el paciente hospitalizado y necesitas una identificación oficial para entrar al baño; las familias tienen dos formas de obtener información: por una bocina, que les llama cuando pasa algo que requiera su presencia o por llamadas telefónicas con el familiar -adentro solo puede estar un familiar directo- que acompaña al paciente.
El vigilante de la entrada de urgencias se encarga de recordar estas normas y decidir quién entra y quién no. Pero este sábado 19 de enero hay una frase que parece un pase de entrada para brincarse el protocolo: “Vengo por la explosión de Hidalgo, estoy buscando a unas personas”.
El vigía concede 30 minutos al hombre para que entre a pedir información, pero a cambio le retiene su identificación oficial. “Si te pasas de los 30, te la regreso hasta dentro de dos días”, advierte.
El hombre vuelve en 15 minutos. Sus familiares no están. Ahora se dirige al hospital de Zumpango, pues le dijeron que allá se llevaron a varias personas y no tiene tiempo de confirmaciones. “Debo encontrarlos”, repite.
En la madrugada llegaron a este hospital seis sobrevivientes de la explosión del ducto de gasolina en Hidalgo. Son parte del grupo de heridos más graves, que tienen que ser trasladados a hospitales especializados. Tras ellos llegaron sus familias.
Falta una hora para el mediodía. Marcos y su sobrina Teresa esperan parados frente a la caseta cualquier tipo de información. Vienen desde Teltipán de Juárez, una comunidad ubicada a un kilómetro del lugar donde fue la explosión. Llegaron aquí porque les dijeron que el esposo de Teresa está internado en este hospital. Se llama Rafael Jiménez. Con ellos también vinieron la madre de Rafael y su abuelo.
En realidad, toda su familia está regada en distintos hospitales de Hidalgo, Estado de México y la Ciudad de México: el sobrino de Marcos, de 13 años, está hospitalizado en Toluca; en Zumpango le contaron que está su cuñado Silvino; a Edmundo Acosta lo están buscando. No saben dónde está ni cómo identificar su cuerpo.
“De varias partes de nuestras familias hubo afectados. Todos son buenas personas, sólo fue un ratito de mala suerte”, dice. “A lo mejor por curiosos fueron a encontrar un accidente”
Marcos cuenta que en su comunidad la mayoría se dedica al campo. Pocos a la industria. Se siente indignado.
“El que abrió esa fuga, ¿cuántas personas accidentadas no carga en su consciencia? No se vale que paguen justos por pecadores. A lo mejor y los que hicieron esto andan por ahí tranquilamente”, reflexiona.
Durante varias horas, Marcos y Teresa pasan del patio de espera a la caseta donde la gente con más urgencia de información espera de pie y donde, de tanto en tanto, se escucha una bocina que vocea: “familiar de… y el nombre del paciente”.
Poco después de mediodía Teresa se comunica por teléfono con la persona que acompaña a su esposo. Le dice que esté atenta porque lo van a trasladar a Magdalena de las Salinas y quizá necesiten ayudar con la camilla. Entonces se entera de que Rafael no está en el hospital de Lomas Verdes, sino en el de Villa Coapa, al otro lado de la ciudad.
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Las cifras de muertos y heridos aumentan cada hora. En la conferencia de prensa que se da en Palacio Nacional, cuando han pasado las primeras 24 horas de la explosión, la cuenta oficial va en 73 muertos y 74 heridos (eran 80 los que llegaron a hospitales). Entre los cuerpos calcinados hay 54 que no se han podido identificar y requerirán pruebas genéticas.
El presidente Andrés Manuel López Obrador asegura que la prioridad, por el momento es salvar vidas. Por eso, dice, el secretario de Salud, Jorge Alcocer, y el director del IMSS, Germán Martínez, recorren temprano los hospitales donde se encuentran los pacientes con quemaduras más graves.
El propio López Obrador suspendió su gira de trabajo de este fin de semana en los estados de Jalisco y Guanajuato, y regresó de Aguascalientes para atender la emergencia. Llegó a la medianoche del viernes a Tlahuelilpan y a las 7 de la mañana de este sábado ya estaba en conferencia de prensa acompañado del gabinete y del gobernador de Hidalgo, el priista Omar Fayad, quien a cada oportunidad se desvive en agradecimientos al gobierno federal.
El presidente convoca a conferencias extraordinarias y dedica a los reporteros largas reflexiones sobre las causas de la tragedia. Anuncia que durante la semana visitará comunidades donde la gente ha hecho del robo de combustible su modo de vida y pide a los pobladores de Tlahuelilpan que cooperen con las investigaciones sobre las causas de la explosión.
“Pido a la gente de Hidalgo, inclusive a los que participaron (en el robo de ducto), que nos ayuden y den su versión, no sólo de lo que sucedió el día de ayer, sino el porqué de esta actitud”, dice el presidente, mientras pide mostrar videos de pobladores sacando combustible de los ductos masivamente.
“Estamos ante una situación que se soslayó durante mucho tiempo y por eso es importante saber: ¿cómo se da esta práctica en lo comunitario? ¿Quién lleva a cabo la perforación del ducto? ¿Cuándo se sabe que hay una fuga? ¿Quién convoca? ¿Quién llama? ¿Cómo acude tanta gente? ¿Por qué los recipientes? ¿Qué se hace con ese combustible? ¿Se utiliza para consumo o se vende? ¿Cómo se vende? ¿Quiénes compran? Reconstruir la historia. Eso es lo que tenemos que hacer”.
El fiscal general, Alejandro Gertz Manero, refuerza el llamado: “No debemos criminalizar a toda una población, pero esa población tiene la obligación moral, como la tenemos nosotros, de proteger a sus hijos, de proteger a su medio y de protegernos a todos los mexicanos”.
En el corte informativo de la tarde, adelanta que una posible causa de la explosión fue la fricción de la ropa de cientos de personas con el combustible.
Una reportera pregunta lo que ha estado en el centro del pensamiento de muchos en las últimas horas:
–¿Se puede pensar en sabotaje?
–No descartamos nada –responde el presidente, antes de asegurar, por enésima ocasión, que no cambiará su estrategia contra el robo de combustibles–. Claro que va a seguir el plan, lamento mucho lo sucedido, me duele, pero tienen que cambiar estas cosas.
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En un día normal, el ducto Tuxpan-Tula transporta 70 mil barriles de combustible a una presión de 20 kilogramos. Es un ducto estratégico para la distribución de combustibles en el país, porque surte con gasolinas (o con componentes para la gasolina) la Refinería de Tula, en Hidalgo, y desde ahí se envía a Salamanca, León, Irapuato, Guadalajara y Morelia. Es decir, todo el Bajío industrial.
El ducto había suspendido operaciones desde el 23 de diciembre, cuando inició la estrategia del gobierno federal contra el robo de combustibles. Pero el 16 de enero a las 5 de la tarde inició un proceso de “empaque”, que básicamente consiste en llenar el tubo con producto (en este caso gasolina Premium) y bombearlo para que pueda reiniciar operaciones. Es decir, después de tres semanas cerrado se preparaba para comenzar a operar. El director de Pemex, Octavio Romero, explica que al detectarse una baja de presión en un ducto (por una toma clandestina o por otra razón) se activa un protocolo de seguridad que consiste en suspender la operación, cerrar y seccionar las válvulas. La presión baja de 20 a 5-6 kilogramos. Pero el lugar donde ocurrió la explosión está a 13 kilómetros de la Refinería de Tula, por lo que el tubo tenía unos 10 mil barriles de gasolina. Por eso, dice, fue tan difícil apagar el incendio. Romero desliza otro dato que dimensiona el problema: en el municipio de Tlahuelilpan se han abierto 10 tomas clandestinas en los últimos tres meses.
El secretario de la Defensa, Luis Crescencio Sandoval, explica en la conferencia de la mañana que a lo largo del ducto cada 20 kilómetros hay 50 hombres recorriendo los tubos las 24 horas del día. Pero en una situación desbordada como la de Tlahuelilpan, la única forma de detener a la turba hubiera sido usando armas.
“Es sumamente difícil poder contener con 25 hombres a 600, 800 personas. No puede haber un esfuerzo para buscar detenerlos, nunca lo van a lograr, y más si están convencidos los pobladores de querer ir por el producto.Entonces es mejor evitar esa confrontación”
El 12 horas más tarde, el rostro del general apenas emitirá un gesto satisfecho cuando, a pregunta expresa, el presidente insista: “Nosotros no vamos a reprimir, no vamos a combatir el mal con el mal. El Ejército actuó bien».
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Encontrar un pedazo de banqueta, la sombra de un árbol. Contar monedas y hacer la cuenta sobre lo que le falta al día. El hambre la apaleas con café y frituras. Contar los cigarros y decirte a ti mismo: «pero qué pendejo», «todo por una pinche garrafita”, “pero si ya te ibas»
No has dormido y no tienes sueño, lo único que quisieras es darte un baño y ver a tu hermano; ver que no está tan mal, que él la alcanzó a librar, que no es tan «pendejo».
Pero ves el puesto de periódico frente al hospital y la portada de los periódicos te desalienta. Todos tienen en la imagen de la flama que incendió el cielo de Tlahuelilpan. «Estalla ducto en plena ordeña», «Infierno en dos ductos de Pemex», «¡Gasolinazo!», «¡Huachipum!», !Huachinga su ma..!». Hoy, los titulares no dan risa.
En algunos hay fotos de cuerpos quemados. Así quedó tu hermano, pero él sobrevivió. ¡Qué suerte! Aunque quién sabe, quizá en la explosión lo dejó ciego, o los pulmones se le quemaron como papel por el calor. Quién sabe realmente qué quedó de él. Por algo lo trajeron a la ciudad de México. Y a Magdalena de las Salinas, donde trajeron a los heridos más graves por la explosión. La piel se cura pero deja cicatrices.
Esperas a que te dejen pasar, para ver si ya despertó. Para que un doctor te diga que todo va bien, aunque en el fondo sabes que falta mucho para que eso sea cierto.
Los camilleros del hospital reciben a los heridos que llegan en helicóptero. Los bajan en camillas y respiradores artificiales. El cuerpo lleno de gasas, sin pelo. Y tú miras esos bultos de carne y piensas en lo difícil que será la recuperación.
«Aquí me tienes».
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