Los días largos de Tijuana
La desesperación hace presa de la Caravana Migrante. Este jueves, un grupo de refugiados intentó llegar a Estados Unidos pero la Policía Federal los contuvo camino al puente de San Ysidro. El gobierno municipal sigue acosándolos, con la amenaza de la deportación por cualquier causa
#AlianzadeMedios | Por Javier García de Pie de Página
TIJUANA, BAJA CALIFORNIA.- El hartazgo provocó desesperación. Luego de 8 días de espera y muchas iniciativas bloqueadas en las asambleas nocturnas, un grupo de migrantes decidió caminar rumbo a la garita de San Ysidro, a partir de la convocatoria de Carlos Galo migrante hondureño y coordinador de la caravana.
Era la noche del jueves 22 de noviembre. Los centroamericanos caminaron una hora y se encontraron con un muro infranqueable de policías. Era distinto al que toparon en la frontera de Ciudad Hidalgo y Tecún Umán, Guatemala, hace poco más de un mes.
Los minutos corrieron veloces, entre peticiones a la policía federal de “paso libre”. Mujeres con sus niños se sentaron en el piso frente a la barrera de policías en el camino a la entrada de El Chaparral. Los migrantes empezaron a cantar: “el pueblo organizado, unido cruzará”.
En Tijuana, los días son más cortos en épocas otoñales, el sol comienza a declinar a las 5 de la tarde y una hora después anochece.
La luna llena iluminaba tenuemente al grupo de 100 migrantes que se apostó en la garita. Las amenazas e intentos de disuadirlos del comandante de la policía federal fueron inútiles. Lejos de amedrentarse, se acostaron y nadie los movió durante horas. Pero no pudieron romper el cerco.
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Comunicado del gobierno municipal: “Organismos de derechos humanos impiden control en Caravana Migrante. Defensores de migrantes han obstruido trabajo hecho por policías y jueces municipales.”
El alcalde de Tijuana, Juan Manuel Gastélum, declara la estancia de la caravana centroamericana como una crisis humanitaria. Dice que no va a comprometer los servicios públicos, ni a gastar el dinero de los tijuanenses y pide la intervención de organismos internacionales.
Parte de la crisis humanitaria, completa su secretario de gobierno, Leopoldo Guerrero, es la obstrucción de la ley por parte de organismos defensores de los derechos humanos. La Comisión Nacional de los Derechos Humanos, acusa, ha impedido que se turne al Instituto Nacional de Migración a extranjeros detenidos por alterar el orden, consumir alcohol o ingerir drogas. Incluso, jura, los detenidos amedrentan a jueces y policías.
Han pasado 40 días desde que la Caravana salió de San Pedro Sula, en Honduras. Los refugiados llevan 34 días en suelo mexicano y una semana en la frontera. Recorrieron 4 mil 500 kilómetros para llegar aquí.
La otra realidad
El helicóptero continúa sobrevolando el albergue. Son las 8 de la noche del jueves 22 de noviembre. Eva camina con su hija, de 8 años, que bosteza y tiembla por el frío tijuanense.
Ya pasó el susto de ser detenida arbitrariamente y de que sus hermanos y sus hijos no supieran nada de ella durante 24 horas.
Pero Luis Enrique, su compañero de viaje y quien fue detenido junto con ella, sigue sin regresar.
Eva Galdamez viajó desde el centro de Honduras, del departamento de Ocotepeque. Es una joven, madre soltera de tres niños. Una historia de violencia familiar con el padre de sus hijos la expulsó de su país, junto con sus hermanos. Desde Esquipulas, Guatemala, comparten la travesía con Luis Enrique Martínez, un chico de 21 años y su padre. El éxodo los ha vuelto una familia unida por el sueño de encontrar mejores condiciones laborales.
El miércoles en la noche, Eva y Luis Enrique salieron a comprar comida cerca del albergue y se sentaron en una banqueta a esperar que se las entregaran. Ahí los agarraron.
“Estábamos sentados esperando a que nos despacharan, cuando paró una patrulla y como no traíamos identificación nos detuvieron, nos acusaron de consumir bebidas alcohólicas y nos metieron a empujones en una perrera, con aproximadamente 15 personas. Ya no cabía más gente pero nos metieron a la fuerza”, cuenta Eva, la única mujer que iba en ese grupo.
Hugo Martínez, padre de Luis Enrique, completa: “Mi hijo me pidió permiso para salir. A las doce de la noche empezaron a gritar: ¡los nenes! y fue ahí que otros muchachos dijeron que se los había llevado la policía”.
Eva cuenta que en la agencia municipal los presentaron ante un juez y tomaron sus datos, pero no les asignaron abogado de oficio ni les permitieron hacer llamadas para avisar a su familia. Después, los entregaron al Instituto Nacional de Migración para proceder a deportación, bajo la acusación -no probada- de tomar bebidas alcohólicas en la vía pública.
“Solo porque estábamos sentados en esa parte oscura nos detuvieron pero solo dios sabe que nosotros no estábamos haciendo nada, nunca nos comprobaron nada, ni nos encontraron nada”, dice la joven.
“Nos tuvieron ahí, en unos cuartos. Yo les decía que me permitieran regresar al albergue a traer a mis niños, no le tomaron importancia a que estaban solos. Me dijeron que me iban a deportar. Les dije que me dieran la oportunidad de que mis hijos vinieran conmigo, que no había problema por la deportación pero que me dieran la oportunidad de traer a mis tres hijos, pero no me tomaron caso”.
Al mediodía del jueves, personal de la CNDH logró liberarla, pero de Luis Enrique se quedó detenido bajo amenaza de deportación.
Eva fue detenida con un teléfono celular que compró en la ciudad de México y el dinero que sus familiares le mandaron desde Honduras. Pero no le regresaron sus pertenencias. “Tú no traías nada” le dijeron. Volvió al albergue sin dinero, sin teléfono, con dolor de cabeza, nerviosa y la presión baja.
“Yo la verdad no me siento bien, siento que he quedado mal de los nervios. Lo que hago es ahora en las noches tomarme mi pastilla para dormir”.
Hugo Martínez quiere de vuelta a su hijo. No tiene idea de dónde está ni cómo está pero teme correr la misma suerte si sale del albergue.
“Hace aproximadamente tres días se llevaron a mi hijo y la única información que tengo es que él está en migración. Quisiera pedirle a las autoridades que pongan la mano en la consciencia y recuerden que todos somos seres humanos y que el único propósito con el que ellos salieron del albergue era darle de comer a unos niños”
De vuelta en el albergue, Eva cuenta su historia de migración: de cómo salió de Honduras para encontrar un trabajo que le permita sacar los gastos familiares: la comida, la educación, la ropa de sus hijos. La caravana para ella fue una oportunidad de huir. Tiene como objetivo llegar a Estados Unidos pero considera buscar trabajo en México.
“La idea mía es pasar a Estados Unidos, pero es solo un propósito, y Dios le pone a uno propósitos, hasta donde uno puede llegar”, dice ella. “Creo que con los días esto puede empeorar. Vino un grupo de mexicanos al albergue supuestamente a sacarnos, vinieron en la madrugada, pero la policía no se los permitió. A mí me da miedo”.
En el mismo caso esta Hugo: “Si no se puede llegar a Estados Unidos buscaría un trabajo para poder establecerme, arreglar mis papeles para poder estar bien con migración porque estoy aquí con el propósito de sacar adelante a mi familia”
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Son las 7 de la mañana del viernes 23 de noviembre. Después de un día de lluvia y frío, los refugiados extienden sus cobijas y colchonetas mojadas al sol. Luego dan brincos, se mueven para entrar en calor.
En la entrada de la garita de El Chaparral durmieron decenas de migrantes con la esperanza de ser los primeros en cruzar a Estados Unidos. No tienen información. Cada día que pasa la desesperación aumenta. Sus rostros cansados, tostados, lucen ojeras y labios resecos. La caravana que salió de Honduras el 13 de octubre lleva lágrimas secas que dejan huellas del tiempo y no se borraran de la memoria.
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