Desde abajo del templete/Semana 6
Debajo del escenario electoral la presencia de AMLO es contundente. No hay mexicana ni mexicano que no lo conozca y que se haya referido a él para quererlo o para odiarlo, para burlarse o para hacerle memes infinitos que lo vuelven más famoso.
¿Quién no lo ha visto portar la cinta tricolor en una escena de los Simpson?
Millones de espectadores televisivos de todas las edades, incluyendo a los que no aún tienen INE, salen a recibirlo y ocupan calles y más calles. También en los lugares sin luz eléctrica, sin agua entubada, sin drenajes, ni medicinas, ni escuelas. En las comunidades más pequeñas ocultas en las montañas, lo conocen.
Lo perciben como la figura moral que este país reclama, como el líder capaz de poner orden y equilibrio al Estado. Por eso cuando va por el país lo reciben con banda de viento o música tradicional, mariachi o reguetón, le cuelgan collares de flores, amuletos, besos.
Le otorgan bastones de mando, le gritan las multitudes “¡Presidente! ¡Presidente!¡Presidente!”.
Lo aman los millenials. Y los expriístas, y los expanistas. Y los ex del verde.
Hay botargas de AMLO, hashtags con sus frases #abrazosnobalazos se reproducen por la web, se imprimen playeras con su rostro.
A pesar del priísmo del EDOMEX, donde mayor número de electores hay, de la maquinaria institucional y de los millones de pesos de programas federales desviados para gastos de campaña, a pesar del brazo fuerte y armado del PRI, del voto duro, del voto comprado.
Ni millones de pesos, provenientes del lavado de dinero, empleados en publicidad e imagen para inflar al más antipático de los aspirantes presidenciales panistas.
A pesar del candidato impostor, que debiera estar en su estado porque los electores de Nuevo León así lo decidieron, por sufragio, y no fingiendo ir de independiente con propuestas retrógadas y faltas de seriedad.
Hoy todo apunta a que la elección será una jornada histórica. Las encuestas dicen que AMLO será quien obtenga el triunfo, y de ser así, se estaría cumpliendo la decisión de ese pueblo que sale a recibirlo y se le entrega como al pastor su rebaño.
Pero para estar a casi nada de ratificar lo que México pide, ha tenido que enfrentar una batalla política, de suma de fuerzas, pragmática, arrolladora. Se ha movido en un tablero de ajedrez, ha ocupado espacios, adquirido piezas incómodas y establecido alianzas cuestionadas.
Por eso, de ganar AMLO el 1 de julio, sólo queda una pregunta: durante su gobierno ¿será un honor estar con Obrador?
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