La salud de los migrantes en su paso por México
Por Dalia Patiño González de CONACYT agencia informativa
Andrés es originario de Puerto Madero, Chiapas, tiene 35 años pero aparenta una década más. Su desnutrición es evidente, 1.65 metros de altura contra no más de 60 kilos. Su cara tiene diversas cicatrices; su piel oscura refleja muchas horas bajo los rayos de sol y las grietas en sus labios evidencian su deshidratación.
Andrés cojea. Fue una noche difícil, como muchas. Al tratar de bajar del tren en que viajaba con otros tres compañeros migrantes, fue atacado por unos perros. Su pierna izquierda tiene las heridas semicirculares expuestas, tierra mezclada con incipientes costras de sangre, otras más profundas aún lagrimean gotas rojas que se impregnan en su pantalón.
Son las 11 de la mañana, junto con sus compañeros descansa a las orillas de un cruce de vías en la zona cercana a la Central de Autobuses (Capu), en el norte de la capital poblana, un sitio peligroso para los migrantes por los constantes asaltos.
“¿No tiene agua oxigenada para que me pueda lavar las mordidas?”, pregunta Andrés antes de relatar a la Agencia Informativa Conacyt que va por su tercera vez para cruzar la frontera norte y, con suerte, ahora sí encontrar un trabajo.
Él no tiene más familia que su mamá. La pobreza ha sido una constante. Un día decide aceptar “apoyo” para cruzar la frontera, no le cobrarían y además ganaría mil 200 dólares por pasar a Estados Unidos una mochila con 12 kilogramos de mariguana. El destino era Tucson, Arizona. Así lo hizo, los riesgos fueron muchos y cuando llegó el momento del pago las cosas se complicaron. Solo recibió 800 dólares de lo prometido y la ventaja de seguir vivo.
La segunda ocasión, Andrés quiso viajar por su cuenta, sin “encargos”, quería probar suerte en el vecino país del norte pero agentes de Migración lo deportaron. Ahora vuelve a correr ese riesgo, con el mismo propósito.
“Cada vez es más difícil viajar en tren, hay más vigilancia y más soldados. Por eso muchos ya no llegan. Lo mejor es esperar de noche para que no te vean. Desde ayer estamos aquí (Puebla), teníamos dos días de viajar en los vagones y pensamos en descansar y después subirnos de nuevo porque, en mi caso, quiero llegar a Sonora y de ahí pasarme a Arizona, a ver si hay suerte (…) Y si me enfermo, pues pido ayuda a la gente, hay quienes son caritativos, pero como sea hay que seguirle”.
El dedo en la llaga
Igual que Andrés, miles de migrantes merman su salud física y emocional durante su trayecto a otro país y aunque no existen cifras certeras sobre el tránsito de migrantes que tiene México hacia la frontera norte, el Instituto Nacional de Migración reportó que entre 2014 y 2016, realizó 421 mil 395 deportaciones a los países del TNC (Triángulo Norte de Centroamérica —El Salvador-Honduras-Guatemala), de las cuales 88 mil 155 fueron niños y adolescentes. A esta cifra hay que sumarle los mexicanos que atraviesan el país para buscar un mejor destino en Estados Unidos.
Al respecto, el Anuario de Migración y Remesas México 2017, elaborado por el Consejo Nacional de Población (Conapo) y Bancomer, estimó que hasta 2016 residían 12 millones de migrantes mexicanos en Estados Unidos, una cifra que suma años de migración.
En este contexto, hay que añadir a los migrantes que no solo no logran cruzar sino que mueren en el intento. En su peregrinar hacia un mejor futuro, son presas de la deshidratación, exposición, hipotermia o ahogamiento sin que la atención médica o cualquier otro apoyo se hagan presentes.
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) estima en su Proyecto Migrantes Desaparecidos que en lo que va de este 2018 se han registrado al menos 14 fallecimientos de migrantes en territorio mexicano, principalmente en su frontera con Texas. Las causas de muerte son por exposición, hipotermia, ahogamiento y accidente en el tren. En 2017, el organismo informó de 412 muertes, lo que representa un incremento respecto a 2016 con 398 defunciones.
Como parte de su reporte, la OIM advierte que ante las políticas antimigratorias, el riesgo a ser arrestado obliga a los migrantes a buscar rutas aún más peligrosas para evadir la detención, lo que implica exposición a condiciones extremas del medioambiente, reduciendo sus posibilidades de recibir atención médica o asistencia en estas áreas remotas.
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