Crónica de la marcha del magisterio
Hay elefantes que se columpian en la tela de una araña. Esa imagen nos gusta tanto que hasta la convertimos en canción: “Cómo veían, que resistía, fueron a llamar otro elefaaaante”.
Hay otra imagen que nos encanta, la de aquellos paquidermos que marchan uno detrás de otro, cogida la cola con la trompa del que va detrás.
Un poco similar es la de los niños del kínder, cuando salen a la calle y sus guías les enseñan a tomarse de la mano, para que ninguno se pierda. Cinco, diez o quince niños y niñas caminan seguros hasta llegar al parque, al museo o al lugar que marca su itinerario.
Hoy, viernes 22 de ferrocabril, estuve en la Marcha de los Maestros y recordé a los elefantes. Pero, como maestros y maestras no tienen ni trompa ni cola, iban cogidos de un lacito interminable.
¡Que nadie se salga de la fila, pues!
¡Agárrese del lazo, maestra Salomé!
Por todo el bulevar, desde La Carreta hasta la Plaza Central de Tuxtla de los Conejos, más de cien mil maestros marcharon en paz, como muchachitos, sin perder lacito y compostura. Se veían contentos, echando plática, un poco olvidados de las consignas que, por allá, sonaban con ayuda de bocinas encajueladas. Cada Municipio llevaba su propio lazo y, en algunos casos, playeras del mismo color. Un maestro, alto y flaco, por ir hasta el final de la cola, para no sentirse tan solo amarró el lazo a una botella con agua, y la llevaba como si fuera un carrito ultramoderno, de esos que no necesitan llantas ni gasolina.
Abundaron sombreros, cachuchas y paraguas, porque el sol estaba muy lacrimógeno: fue la amenaza más amenazante. Pero ahí estuvieron también los grandes beneficiados de la Reforma Educativa: los aguadores. Brotaron a borbotones vendedores de refrescos, agua de coco, de piña, de tamarindo, un pozolero que pronto agotó su mercancía. Hasta vi al “colocho”, un mi amigo que vendía refrescos en vasos con hielo.
¿Y dónde la policía, dónde los granaderos, donde los infiltrados y los carros quemados y los vidrios rotos? Llegamos (me incluyo, aunque iba como observador ciudadano) en tranquila y sudada paz al Centro. Ahí, grupo por grupo era recibido por un Comité… “Los compañeros de Jitotol, bienvenidos…”
Pero yo tenía qué hacer. Cogí un taxi en la Calle Central, que me llevó a la sombrita donde me esperaba mi auto, cerca del Home Depot. ¡Sorpresa, los último de la comitiva iban apenas pasando por ese punto! Es decir, la Plaza ya estaba medio llena, pero faltaban los que habrían de hacerla derramarse. Dicen que fueron 150 mil, sin contar a los que, en las banquetas, mostraban carteles de “Apoyo a mis maestros”.
El cartel que más llamó mi atención lo alzaba un chica. Decía:
“Cuando los justos dominan el pueblo se alegra; más cuando domina el impío el pueblo gime. Proverbios 29: 2”
Y pienso que en ese dicho del sabio Salomón se resume la desgracia de México. Somos gobernados por hombres que buscan su propio beneficio, que no piensan en el bien común, que no entienden lo que significa servir y luchar y soñar y sufrir por su pueblo, y tampoco saben de la alegría, de ese gozo indescriptible de trabajar honradamente.
Las Reformas son buenas, pero se diseñaron todas para el beneficio de gente poderosa e insensible, que nunca escuchó la voz de los maestros, en el caso de la Reforma Educativa.
Los maestros y maestras, esos que vi marchar cogidos de un lacito, necesitan ser estimulados, no maltratados. Y sé de qué hablo. Me ha tocado estar muchas veces frente a ellos, en pequeños o grandes grupos, de hasta quinientos. ¡Y les he contado cuentos infantiles! ¡Cuánto ríen, cuánto se alegran, cuánto aplauden por haberse sentido un rato chamaquitos! Y eso es como sentirse, también, un poco amados.
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