Jonás, el ex carcelero
Jonás, el ex carcelero, bebe su copa sin apuros. Sus miedos yacen sepultados bajo los muros.
En el silencio de las rocas se untó igualmente la costra de las torturas.
Para Jonás, el reclusorio en el municipio Copainalá, es únicamente un edificio polvoriento metido en la orilla de la carretera.
Los destellos del ron animan la fiesta nocturna de cumpleaños.
Empero, la líquida luz de la bebida le evocan a Jonás ruidos de huesos desastillados, de sangre desparramada con molduras de dientes, sobre el ennegrecido piso.
El ex director del presidio ahuyenta el papaloteo momentáneo, metiéndose en la estridencia de la música de banda.
Reminiscencias de rémoras atormentadoras, juega con la expresión.
El ex funcionario del gobierno de Juan Sabines Guerrero paladea sorbos y justificaciones.
Hice lo correcto, lo que pude, en aquella más ergástula que prisión, pozo en el que el gobernante loco, maniático y caprichoso, aplacaba por ratos, sus rencores y frustraciones.
Jonás tiene fresca la instrucción superior contra el abogado y en aquella ocasión, defensor de derechos básicos:
Mete al chaparro ojos de culebra y barriga de jabalí a la celda de los tatuados, con Los Maras; que le revienten su m…que no tenga paz en su encierro.
Las canciones de Lola, Vicente y La Tariácuri agolpan emociones. El pequeño y joven Jonás, departe con el Lic. Lacho, a quien acreditó como amigo y lo salvó del calabazo de Los Tatuados.
Gesto solidario y empático que a Jonás le costó el puesto de carcelero.
Este hijo de campesinos, originarios de la mítica provincia de los zoques, no tiene manos ni vocación de verdugo.
Jonás no nació verdugo ni quiso aprender el oficio de machacar cuerpos y aplacar espíritus.
Cómo podía El Pequeño Jonás dejarse seducir por la embriaguez de la tortura, si cada mañana sus manos presurosas acarician el rostro de su hijo y se solazan en la tranquila suavidad de Astrid, su mujer.
No se puede ser verdugo por esos caminos de ríos y montañas de la tierra de los abuelos, cuando en domingos familiares se comparte el café y el pan horneado en casa.
Cuando celebramos la vida dulcemente libre y dignificada, no se puede ser verdugo ni caminar con verdugos, me afirma El Pequeño Jonás cuando, un tanto tambaleante, abre la puerta y deja la fiesta para volver con los suyos.
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