Las Huacas, el burdel en Tapachula donde 40 niñas y 45 niños son prostituidos y condenados a la barbarie
Emma Martínez
El sur del país, es la representación desoladora de una latente realidad, a la que con frecuencia se le resta importancia. La última frontera de México, es un vasto campo de tragedias, donde habita una sociedad indiferente, pero también ignorada, de rostros escondidos y desgracias enclavadas dentro de una franja donde realidades como la prostitución y delincuencia de menores extranjeros, no trascienden más allá de los límites fronterizos, como si el mundo nunca volteara en esa dirección.
El chico comenta que nació en la zona tres de Guatemala, es alto y delgado, de tez blanca, con pecas en el rostro y ojos cafés claros. Al hablar nunca ve de frente, prefiere bajar la mirada y jugar con sus manos. “Mi mamá y yo vinimos a México para ganar un poco mejor en el comercio ambulante, pero ella se volvió a embarazar, quién sabe cómo la pendeja, y ni me diga que está mal decir eso, pero el wey que la preñó se fue, la dejó y a principio pues como quiera que sea todo iba bien, yo limpiaba zapatos y ella vendía cosas en los mercados, pero resulta que mi hermanito se enfermó hace unos años, y cada vez que iba al doctor le daban cosas diferentes y nada lo curaba, hasta al final, hace como un año le dijo un doctor que el chamaquito tiene mal la sangre, que iba a costar mucho su tratamiento…
Mi madre dijo que con lo poco que ganábamos mi hermano se iba a morir, si a penas y comíamos, así que ella se fue de prostituta al parque, porque no queda de otra, le dan varios pesos a los policías para que no se la lleven y a mí me tocó está pinche chinga. Aquí no soy el único, algunos weyes hasta les gusta meterse con hombres, pero yo cada día me doy más asco, aquí nadie dice nada, pero nos drogamos por la “depre”, yo le entró a cualquier cosa, lo que sea con tal de olvidar. Jamás pensé que llegara a esto, y no me voy al norte porque además de que es una chinga cruzar, me pueden ejecutar y ahí sí que vale madres mi hermano y la que lo parió”. Rodrigo, 14 años.
Obligados o por decisión propia, a diario decenas de menores de edad, de origen centroamericano atraviesan el río Suchiate, con destino al municipio de Tapachula, capital económica del estado. Ellos no tienen ningún plan de continuar hacía Estados Unidos, pero sí de tener un trabajo, trabajan lustrando zapatos o vendiendo dulces, algunos más limpian los vidrios de los carros, pero muchos otros, con la necesidad de obtener con mayor rapidez ingresos, que a su vez sean constantes y seguros, recurren a la prostitución.
La zona ‘más común’, de prostitución infantil en aquella región es el centro de la ciudad y calles aledañas; la socióloga Alejandra Malpica asegura, “en los años que llevo estudiando el fenómeno de la prostitución infantil, ésta se sigue manteniendo arraigada al parque central, con más actividad por las noches, después de las once, sin que por el día se detenga, pero con mayor disimulo, siendo los policías quienes se encuentran al cuidado y vigilancia de las niñas, sin embargo, desde hace aproximadamente tres años, la trata de niños (hombres) comenzó a incrementarse, incluso aún más que la de las menores”.
En dos meses Joel va cumplir trece años, lleva un mes prostituyéndose, llegó hace unos cuantos más a Tapachula, dice que el poco dinero que tenía se lo robaron los policías una vez que lo encontraron durmiendo en el parque, ‘era eso o que me metieran a la cárcel y les di lo que tenía’.
“Le pregunté a un chavo que vendía dulces qué cómo se le hacía para entrar, ya nos fuimos con su jefe y me puso a vender dulces, pero nos vigilan siempre a donde vayamos y uno de los que nos cuida se dio cuenta que siempre me molestaban algunos señores, me decían que cuánto por sexo con ellos”.
Pese a su coraje, que también mantenía una cantidad de miedo, decidió transitar por sitios donde hubiera más gente. “Pero luego de unos días, el vigilante le contó al jefe, entonces me dijo que haría otra cosa, que ya no tendría que caminar por toda la ciudad, trabajaría unas cuantas horas a partir de las 2 de la tarde y toda la noche, estaba bien, pero resulta que el muy cabrón decidió meterme a esto, porque según ganaré mucho, que porque tengo ojos verdes y piel blanca”.
De mi gente ya no me acuerdo, cuando comencé hacer esto y ahora yo no valgo, así que prefiero que piensen que me morí o me fui a los Estados Unidos, aunque eso siempre les valió en mi casa.
“Las Huacas, es el nombre del burdel más grande de la frontera, ubicado a las afueras de Tapachula, y aunque los habitantes lo saben un sitio inseguro, peligroso y violento al cual incluso los taxistas se resisten a llevar pasaje. No les causa molestia alguna y mucho menos indignación, que ahí hayan poco más de 40 niñas y 45 niños prostituyéndose. Ahí en ese antro conformado por 15 prostíbulos, hay hombres cuidando cada puerta, con mejores armas que las de la policía, que pocas veces se acerca, anteriormente, todavía en 2010 las patrullas pasaban recolectando cuotas para a fin de no llevarse a las menores, pero desde que llegaron los vigilantes, ya no lo hacen”, asegura Malpica.
UNICEF, le ha cuestionado a la autoridad de Seguridad Pública, por qué permitir un escenario tan deplorable y evidente, a lo que han respondido, “La Huacas se fundó específicamente como un sitio donde hay sexoservicio. Esto es para que no pululen por toda la ciudad, porque así es mejor”.
Sobre la problemática Salud Pública se ha opuesto a la existencia de ese sitio en muchas ocasiones, un representante de la oficina de Salud Pública, que ha preferido omitir su nombre, asegura a Revolución TRESPUNTOCERO, “donde existe un mayor problema de prostitución infantil, Las Huacas, es el mismo sitio donde por años hemos demostrado se genera gran parte de enfermedades como el VHI, en niñas y clientes, aunque no mantiene un índice de casos alto; hoy tenemos un grave problema de prostitución infantil en niños, quienes se encuentran en mayor vulnerabilidad, si a las niñas no las protegen y solamente les impiden el embarazo con la píldora del día siguiente, a los menores los tienen a la deriva, desatando graves enfermedades venereas, sin ningún caso aún de VIH, pero lamentablemente en cualquier momento pasará”.
Y asegura, “no sabemos qué hacer, porque tan solo en esa zona, se dedican al sexoservicio 44 niños, provenientes de pueblos cercanos de Guatemala, tienen entre 12 y 16 años, la mayoría, sino es que todos, tenía otra idea cuando les ofrecieron trabajo, cuando los dueños se dan cuenta que oponen resistencia los amenazan con matarlos y los cuidan para que no salgan ni a la puerta del burdel”.
Asimismo se afirma que a los que se encuentran laborando por las noches en las principales calles de la ciudad, tampoco se les puede dirigir la palabra, porque un vigilante es capaz de dispararle a quien hable con ellos, excepto si es la policía municipal, la cual nunca se acerca a ellos, porque en esos casos sí pasan con los proxenetas a recoger la cuota, que va entre los 300 y 500 diarios.
Yo tengo 16 años, me llamo Salvador y yo vine a la ciudad a lo que fuera, me fui de mi casa, porque no aguanté al borracho de mi padastro, me fui el día que llegó borracho, me abrió el pantalón con una navaja y me lastimó la entrepierna, luego me violó, en ese momento no quise matarlo, saqué lo que pude y desaparecí, pero hoy estoy aquí, aguantando lo mismo que él me hizo, cuando yo estaba seguro que me iba a matar, pero no puedo asegurar que ya no lo hice, por el momento gano 450 diarios, lo demás es de los jefes y de los ‘polis’.
Un policía que accedió hablar con el medio, afirma, “los niños, mucho más que ellas, vienen con mucha violencia, odio y resentimiento, por la pobreza y el maltrato que vivieron en sus casas, cuando se les trata de levantar depende quién sea el cuidador, muchos creen que nos gusta solapar esta barbaridad, lo que pasa es que si no lo hacemos, nos matan, nosotros también vivimos amenazados, claro a unos les pagan, a los jefes les dan una cuota de hasta 5 mil mensuales”.
Además comenta, “de vez en cuando se les levanta, que dizque para disimular, luego las volvemos a soltar, me han golpeado, son chamacos con fuerza, y odio, a veces me piden que los deje más tiempo, para ellos eso es la gloria, que estar padeciendo el tener sexo con hombres de hasta 70 años que por las noches van al parque a buscarlos. Pero finalmente no les queda de otra que seguir en eso, porque ya tienen contrato de muerte y porque tienen que comer, yo les puedo decir, ‘piensa que esto te traerá cosas malas adelante, has algo más, cuídate, intenta irte, pero salen y piensan que el jefe no es uno y tiene jefe en todos lados, que irse para su casa ya no es opción y que emigrar a los Estados Unidos es una jugada con la muerte, no tienen para dónde hacerse, ya desde pequeños están condenados a la barbarie”.
Según datos de UNICEF, poco más de 100 niños extranjeros se encuentran prostituyéndose en la frontera sur, y al mismo tiempo drogándose, para ‘no sentir. “Desde que nacen, por las condiciones de su hogar, su familia y el país, están destinados a una infancia robada, lo que les queda de vida, siendo difícil y dolorosa, no resta más que drogarse, viven en la calle, lo que tienen suerte encuentra un sitio en el ambulantaje, los demás piden algunos pesos, pero nadie los ayuda, acto seguido se suman a las filas de la delincuencia, ya sea trasladando paquetes de drogas por la ciudad, narcomenudeo, o el destino final y el que todos quieren evitar, la prostitución, aunque este último grupo tiene una esperanza de vida muy corta”, comenta Malpica.
Y asegura, “evitar estas problemáticas podía significar el trabajo de dos décadas, poco más, pero con constancia, compromiso de las autoridades y los activistas, pero también y principalmente de la población, aunque lamentablemente Tapachula, mantiene una sociedad muerta, pasiva que es indolente a lo que pasa incluso con ellos como ciudad, aún más con los extranjeros. El lado sur del país es un fantasma, donde todo pasa, permitido por una ciudadanía autómata, que también es culpable”.
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