A 33 años de las erupciones, la peregrinación del pueblo zoque
El descenso al cráter es lento. La grandeza del paisaje lunar nos aletarga. La bajada es más para las interrogantes que paralas respuestas.
Le digo que el volcán es el núcleo de nuestros miedos, de donde chapalean y surgen los reptiles que de pesadillas trasmutan en realidades aniquiladoras.
El estupor que nos causa la montaña ardiente ya estaba en nuestros mapas genéticos. En el primer hombre o mujer que fuimos.
El volcán es tan antiguo que estableció jerarquías de tiempo y exterminio en los reinos de la destrucción y de la muerte.
Le suelto la pretendida respuesta que se pierde en la bocaza de El Chichonal, donde ya en las orillas del lago de azufre, somos una pareja prehistórica que retornó a 5 mil años con las erupciones del 28 de agosto, del 2, 3 y 4’ de abril de 1982.
Aquí está, éste es nuestro hogar original. De esta casa, sostenida con el fuego de todas las edades, somos. Fuimos moldeados de la roca y los fluidos que transitan sin cesar en las entrañas de la tierra.
La tierra que nos pare y reclama para volvernos a su lecho magmático, de donde acurrucados bajo temporales y a voluntad de los elementos naturales, aguardamos para continuar los ciclos y las eras.
A 33 años de las erupciones, los pueblos zoques del norte de Chiapas peregrinaron y realizaron una misa en el volcán, a la memoria de unos 2 mil muertos dejados por la devastación en 14 poblados de los municipios de Francisco León y Chapultenango, donde se asienta El Chichonal.
Los viejos relataron una vez más la leyenda de la dueña del volcán, La Piogba-Chuwe -La mujer que arde- que los antiguos zoques de la región echaron del lugar y quisieron matar.
La Piogba-Chuwe huyó, resistió y su espíritu se refugió en el volcán, de donde hace 33 años se vengó y dejó bajo miles de toneladas de roca, ceniza y lava a la descendencia de quienes la desterraron.
Lo cierto es que El Chichonal expuso un episodio más de la larga historia de tragedias del pueblo zoque, después de la estela de entre mil 770 y 2 mil muertos, 22 mil 351 desplazados de 7 municipios de la región, al igual que daños en más de 35 mil hectáreas de ejidos y 2 mil 133 hectáreas de propiedades privadas.
El investigador universitario Fermín Ledezma, originario de la zona, apunta que la propuesta gubernamental de reacomodo consideró otorgar apoyos emergentes, viviendas y compra de tierras a los llamados refugiados ambientales.
Se calculó la adquisición de 41 mil 711 hectáreas para 3 mil 344 padres de familias, que incluía a 2 mil 133 ejidatarios, mil 087 avecindados y 67 pequeños propietarios afectados, con una inversión de más 834 millones pesos, pero el gobierno solamente adquirió 16 mil 193 hectáreas para 14 grupos organizados, que significó resarcir apenas el 39 por ciento de la superficie afectada.
En 22 grupos familiares se formaron 19 asentamientos en 12 municipios de Chiapas. Algunas familias se anexaron a ejidos como Niquidambar en Villaflores, donde ocuparon una porción de las 4 mil 048 hectáreas ante la ausencia de sus antiguos pobladores.
Esto mismo ocurrió con un grupo de zoques que se trasladó al Valle del Uxpanapan, Veracruz; sin embargo, algunos no recibieron siquiera una fracción de tierra, como los de San Antonio Las Lomas, Guadalajara y los del Barrio San Sebastián en Ocotepec.
Así se convirtieron en campesinos sin tierras, jornaleros o comerciantes integrados en la ciudad. Este cambio marcó la ruptura de la vida campesina zoque, lamentó el investigador.
Ledezma dijo que las erupciones mostraron las graves carencias que enfrentaban los zoques bajo la dominación finquera construida durante siglos en la zona.
Actualmente las tierras volcánicas son disputadas entre campesinos zoques de Chapultenango y Rayón, derivado del programa de certificación de derechos agrarios y titulación de solares urbanos que enfrentó a las comunidades indígenas en la disputa por 2 mil 400 hectáreas desde el año 2001, puntualizó.
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