Moysés Zúñiga, fotografo chiapaneco, expone en New York University
La lente de Moysés Zúñiga ha captado la ferocidad que enfrentan quienes emprenden el camino, quienes migran huyendo de la pobreza, de la violencia que viven en los países que las y los expulsa. Paso a paso ha recorrido las rutas, se ha metido a las calles, las vías, los montes que abrazan los sueños y decepciones de quienes van de paso en México. La tarea no es fácil. Retratar un rosto, reflejarte en los ojos del otro, es también sentir el dolor, la rabia, el anhelo o la impotencia. Lo más difícil para Moysés, quizá, viene después; al seguir su propio viaje y al cerrar los ojos cada noche, recordando esos rostros, esos ojos, esos pies, esas historias de una sociedad cada vez más despiadada que sigue expulsando a sus hijos e hijas. Tratar de conciliar el sueño con la única esperanza de que, posiblemente, cuando alguien más vea estas imágenes, algo se mueva en su ser y adviertan que, cerrar las vías a los excluidos, permanecer indolentes, escondidos en nuestro propios miedos y confort, nos está llevando a nosotros también a la vía de la decadencia.
En la serie de fotografías que expone en New York University, exponen a las y los miles a quienes su país los expulsó, y se enfrentaron en su paso rumbo a Estados Unidos, un México que blindó fronteras para cerrarles el paso rumbo al norte. Hombres, mujeres, niños y niñas quedaron atrapados entre dos fuegos. Aún así, las y los migrantes continúan su camino. Escondidos e invisibles en un terreno hostil que no logra detenerlos. Tratan de encontrar las nuevas vías que los lleven a Estados Unidos, en escenarios donde los riesgos y el costo se ven potenciados.
Expone a quienes caminando, eventualmente subiendo a transportes públicos, siguen; muchas veces sin dinero y sin brújula. México, de la mano de los gobiernos de Estados Unidos, Guatemala, Honduras y El Salvador, les puso nuevos obstáculos con el Programa Frontera Sur: cerró las fronteras con operativos policiaco-militares.
Implacables, uniformados se instalan nuevos puestos de revisión y operativos de contención. Sin embargo, lejos de detener el flujo, el blindaje de fronteras ha provocado que las rutas cambien, exponiendo a los migrantes a mayores riesgos de violencia, accidentes y abusos.
Refleja a los otros y otras deciden quedarse en el camino. A quienes los obstáculos van frenando sus ilusiones y se resignan, se quedan y forman nuevas colonias, donde realizan los trabajos que nadie quiere. A quienes viven en condiciones donde cada día de sobrevivencia es un reto. Siempre extranjeros, siempre vulnerables.
Las mujeres migrantes que se quedan en el camino, de este lado de la frontera sur -expone Moysés Zúñiga en sus fotografías- son sometidas a los estigmas que las obligan a jugar roles que no desean. Están atrapadas entre una frontera física y otra imaginaria, más infranqueable. Aquí ellas no son más que lo que su origen –y la sociedad- las ha condenado a ser: las guatemaltecas son destinadas al trabajo en el hogar, las hondureñas son esclavas en bares o cantinas. Su cuerpo las define, las atrapa, las condena.
Regresar y tratar de sobrevivir en su país de origen no es una opción para ellos y ellas. En muchos casos las pandillas los sentenció, regresar es la muerte. En otros casos, la sentencia que pesa sobre sus espaldas es la de otra muerte más lenta, la que viene de la pobreza. Por eso, aun en medio de los más graves riesgo y la más humillantes situaciones, dicen que en esta frontera, corren “con mejor suerte”.
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