A orillas del Grijalva, la quietud se rompe por la llegada de Chicoasén II
En los pueblos y en las aguas del río Grijalva los agravios flotan, fluyen, se entremezclan. Los resquemores se convierten en murmullos, en gritos de cantina o en disparos aislados lanzados en alguna ruta de montaña.
Los agravios a El Grijalva están vivos. No consiguieron sepultarlos las enormes estructuras de concreto que sostienen las cuatro centrales hidroeléctricas que alteraron para siempre la vida en esa zona zoque de Chiapas.
Las letras CFE sobre los muros de las construcciones figuran como los sellos de consumación de la paraestatal.
Los moradores mantienen el asombro y la impotencia, que hace décadas les produjo el hundimiento y la desaparición de sus poblados bajo las aguas de los embalses, para que de ellos surgieran los proyectos hidroeléctricos.
Los pueblos de Osumacinta y Quechula yacen en la profundidad de las aguas. Con ellos están los mitos fundacionales, las raíces, el linaje de la vida y los sueños de su gente.
Por estas razones a la orilla de Grijalva las cosas y los sucesos dicen y refieren con respeto y reverencia. Saben que debajo de las centrales hidroeléctricas Manuel Moreno Torres, Netzahualcóyolt, Belisario Domínguez y Ángel Albino Corzo se encuentran los sentidos de la existencia comunitaria que el río forjó durante siglos.
La gente no se repone aún de las invasiones de La Comisión Federal de Electricidad. No salen del letargo y el asombro que se digiere lento en la cultura zoque y ya tienen el nuevo proyecto hidroeléctrico Chicoasén II que se realizará en esas aguas.
En este restaurante, que da al monumento de Los Constructores y de donde se divisa el mirador Manos que Imploran de Tanka Packbal ,Ciudad de Constructores, me llegan los relatos de los pescadores.
Me cuentan de campanarios vibrantes, de casas habitadas por cocodrilos, de tumbas con nombres y apellidos, que resurgen durante el estío actual cuando bajan las aguas.
Me hablan de La Roncadora, un pez de estas profundidades que cantacuando cae atrapada en las redes. A La Roncadora le pasa lo que a nosotros , canta porque la vida es breve y difícil y se va en cualquier momento, me dice un lugareño.
Dinorah, la hija de Cástulo, originario de Nuevo Osumacinta, me comenta cómo merodea e indaga en las aguas con sus bosques petrificados protegidos por cocodrilos-rey y serpientes eléctricas.
Los moradores de El Grijalva en las inmediaciones del municipio de Chicoasén entremezclan mitos, leyendas y realidades alrededor del Gran Río, el propiciador de vida, bienestar y desarrollo.
Intentan conservar y equilibrar el legado de la vida tradicional transmitido por los ancestros; pugnan por preservar las riquezas ambientales que quedan aún y aquietan la conciencia ante la llegada de Chicoasén II que les significará algunas fuentes de empleos y trabajos temporales mientras dure la obra, como fue a partir de finales de 1950 con la construcción de la presa de Malpaso, la primera que rompió la quietud del río.
Nos pasa como a La Roncadora que estando atrapada en la red canta como única consolación, me dice Dinorah.
A joven veinteañera de vestido color malva se relame los restos del tascalate. Deja sus sandalias, se mete a las aguas donde el ritmo de las voluptuosidades nos retornan a otros orígenes igualmente deseados.
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